“Queridos compañeros senderistas, y sin embargo amigos, traigo para este domingo una proposición muy especial. Una ruta por fin en la que no os haré madrugar. La distancia; corta y los desniveles; asequibles, incluso para gente tan poco avezada como vosotros y tan vaga. Casi, casi, un paseíto por la calle Cruz Conde.”
Y ahí se cortaba el correo.
“El abuelete no se enteraaa” –rezaba el email de respuesta de su fiel escudero, el joven Grumetillo- “¡QUE NO ANDAMOS ESTA SEMANAAA! ¡QUE NO TE ENTERAAS, SENDÉRIX!”
Los demás esperamos más prudentemente a que nuestro perverso guía se explayara con la noticia que había pergeñado pero que parecía inconclusa. Y efectivamente, a los quince minutos, el tiempo que necesitó para dar de cuerpo nuestro amigo, recibimos al unísono su peculiar mensaje.
“Ruta de descanso-activo:
Día: el sábado mejor que el domingo. Hora de salida: 21 h. es decir, a las nueve de la noche. Punto de encuentro (Meeting Point): El Arenal, debajo de la portada monumental de la feria de la salud (la fachada iluminada; no confundir con la auténtica Mezquita-Catedral que está cruzando el río). Distancia: 2 Km y pico (dos o tres vueltas al recinto ferial, 1 Km, sólo una vuelta, el Tito y adláteres, si así lo desean). Altitud máxima 10-12 Mt (la altura de la noria gigante). Hora de llegada prevista: a lo largo de la madrugada del domingo. No es imprescindible volver juntos ni llevar gorra ni agua en este caso, pero sí el reglamentario sombrero cordobés y dinerito en abundancia. En esta ocasión especial debería cobrar el rutero, pero me conformaré con que sufraguéis mis gastos de las atracciones y las viandas de las casetas.”
El primero que apoyó la propuesta fue Grumetillo:
“Eso es abuelito ¡TODOS A LA FERIAAA!!! Y no te preocupes que te sufragaremos la pesca de un par de patitos y una sopita de fideos en la caseta municipal. ¡Ja ja ja ja ja!”
Mientras tanto, Don Alonso, frente a un apurado y contrito moroso en su despacho profesional, al que acababa de poner en la tesitura de pagar su deuda con el banco al que representaba, a treinta, sesenta y noventa días, con los correspondientes intereses devengados y su propia comisión, o darse por reo de muerte, miraba de reojo con ansiedad la carpeta del correo pendiente de lectura, y mientras el acusado se debatía entre la vida y la muerte probablemente ante la decisión más importante de su vida, nuestro amigo leguleyo decidió abrir los dos últimos email recibidos. Inevitablemente al terminar la propuesta de Sendérix se le escapó una risotada que en aquellas circunstancias pareció extemporánea y cruel, y que, por mor de no soliviantar más al estupefacto cliente, dio con Don Alonso en el cuarto de baño, donde terminó de transformarse en el desvergonzado Romerillo de la Sierra y pudo terminar de partirse de la risa a pleno pulmón sin otra cortapisa que la proximidad del susodicho retrete, que no distaba ni un metro de la puerta de su despacho y de que los tabiques de éste hubiesen sido construidos en liviano pladur, por expresa voluntad de nuestro compañero y amigo, que en su día sólo cedió con esta condición a la sana costumbre de hacer pipí en el bar de la esquina, para evitar una amortización del local a largo plazo.
Disfrazado con la careta de don Alonso despidió nuestro amigo al presunto desahuciado con cajas destempladas y se dispuso a dar su opinión al respecto de la mencionada Ruta de Descanso de la forma siguiente:
“Ja ja ja ja ja ja. Qué buena la ruta, Sendérix. Te estaba imaginando pescando patitos en la feria con el bigotazo y el sombrero cordobés y me he tenío que salir del despacho porque me meaba de risa y tenía a un cliente llorando delante. ¡Ja ja ja ja ja ja! ¡Que me meoooo!!!
¡OYEEE! ¿Y EL RECORRIDO QUÉÉÉ?
Me ha gustado la coletilla de la ruta: “Descanso-ACTIVO”. Sí señor, recalcando que tenemos que hacer muchas cosas. Se me está ocurriendo un itinerario hiperactivo ahora mismo. ¿A ver qué os parece?
Cuando nos reunamos en la portada “iluminada” de la feria de Nuestra Señora de la Salud -Sendérix, pon las mayúsculas, no seas ateo- cruzamos la fuente y nos metemos en la caseta de Fosforito, que es el punto de encuentro de toa la vida –el Lagar de la Cruz de las veredas cordobesas-, para que empecemos a calentar allí mismo con un par de finitos de nuestra tierra, ¿eh? Y calentitos nos vamos pa la calle del Infierno. Podemos empezar en los coches de tope, pero por parejas. ¡Ja ja ja ja ja ja! A mí me dejáis con Sendérix, que conduzca él, mientras yo le voy atusando los mostachones. ¡Ja ja ja ja ja! Vosotros os pedís la pareja que queráis. De ahí nos vamos a la noria gigante, que hace mucho que no me monto, y por supuesto yo me pido también con nuestro experto guía, aunque si le da envidia al Maestro, le podemos hacer un huequecito, que tiene que estar de guapetón con su sombrero tapándole su morenita calvicie… Y cuando nos quedemos en to lo alto os dejo que abuséis de este cuerpo serrano como un jovencito acosado por dos viejos verdes. ¡Ja ja ja ja! ¡QUÉ MORBO! ¡JA JA JA JA JA!
Esa es la subida más dura, Tito, luego ya es to cuesta abajo. ¡Ja ja ja ja ja! ¡TIIITOOOO! ¡QUÉ BIEN NOS LO VAMOS A PASAAR!
Bueno, sigo con el recorrido: Después de la noria hay que mojarse la boca. ¿Sabéis uno de los sitios que me gustan más de la feria? El de los tíos bailando pisando la uva en traje regional. ¡Madre mía! ¿Habéis probao el vinito dulce que sale por ese grifo? ¿TIITOOOO!! ¡¡EL VINILLO DULCE QUE LE GUSTA A TU MUJEEERR!!! Luego le llevas por la noche una botellita, a ver si tienes suerte. Pues esa es una parada estupenda, chavales. ¿Sabéis cómo se sube ese vinillo a las chapetas? Preguntárselo al tito.
Después, con los motores calientes nos hacemos si queréis unas carreritas de camellos. ¡Ja ja ja ja ja ja! Y después nos subimos a los ponis. ¡Ja ja ja ja ja ja! ¡QUE ME MEOOO! ¡ESTOY VIENDO AHORA MISMO AL GRAN MAESTRO CON SU HERMANO DETRÁS SEGUIDO DEL TITO, DE SENDERIX Y DEL CANIJO CON LAS PATAS ARRASTRANDO Y TOS CON EL SOMBRERO CORDOBÉS PUESTOO. ¡JA JA JA JA JA! ¡ES QUE ME MEOOO!!!
Que siga otro con el recorrido, anda, Sendérix, que voy a mear un momento.”
Ahí se cortaba el email de Romerillo, por lo que por un momento pudimos dedicarnos a nuestros trabajos, que al fin y al cabo, era nuestra obligación.
Pero pronto la bandeja de entrada reclamó mi presencia y enseguida la vacié, no vaya ser que fuera la solicitud de un presupuesto de un complejo y sofisticado sistema que me arreglara el mes. Había dos y los dos conocidos; el primero de lacasadellibro.org, una pujante empresa que había subido como la espuma desde que no tengo tiempo para ir a las librerías, supongo que sería para nombrarme cliente del año o algo así, y el otro de senderixelguia@jejemail.com. Tiré el primero a la papelera de reciclaje a riesgo de embrutecerme y abrí el segundo con fruición. Helo aquí:
“Muchachos, no tengáis en cuenta las insidiosas palabras del maleducado y chupasangre recaudador del frac, prefiero montarme con el tito mil veces a hacerlo con este baboso. Estoy tentado en dar por suspendida la ruta y dedicar mi precioso tiempo a escuchar a Shostakovic o a Rimsky Korsakov, antes que tener que oír a Romerillo o a Grumetillo, que soliviantan mi espíritu sensible. En fin, os pido que respetéis las canas y tengáis desde ahora mucho cuidaito con lo que hacéis y decís, no sólo porque es signo de buena educación sino porque a partir del lunes los míos empezarán a tomar posiciones en los principales gobiernos y en cuanto podamos vamos a confeccionar unas listas para ir organizando un clareillo lo antes posible con los fachistas. ¡Así que ojito, Lucifer! A ver a quién le cortamos el rabo.
Continuemos con el recorrido de la Ruta de Descanso-Activo que está destrozando nuestro “enfant terrible”. Para que vea lo que lo estimamos y que a pesar de todo estamos dispuestos no a quemar todo lo suyo sino a darle un buen fin compartiéndolo con lo nuestro solidaria y cooperativamente, había pensado en dedicarle los siguientes waypoints del recorrido: A estas alturas será noche cerrada, así que podemos empezar con el Tren de la Bruja, que aunque no da mucho miedo, nos servirá para irnos metiendo en situación. Y después un plato fuerte –el primer cortafuegos de la jornada- la visita de la Mansión del Terror, donde le cederé mi puesto de guía al valiente Romerillo, que le chifla la literatura gótica; los relatos de Poe, de Lovecraft, las novelas de Bram Stoker y otros escritores decimonónicos que le inspiran en la soledad de sus noches de insomnio. Lo bueno que tiene la feria es que no tenemos que esperar cien páginas a que salga un personaje terrorífico, sino que en un breve espacio y tiempo tenemos asegurados un buen puñado de sustos de los personajes más variopintos: lo mismo te aparece Drácula, Franckestein o la Momia corriendo detrás que la niña del exorcista vomitándote en la cara o a Freddy Kruger con una sierra mecánica. Si salimos vivos podemos sosegar el corazón riéndonos un rato en la Sala de los Espejos, y metiéndonos después en el Laberinto de los Cristales, que es un buen entrenamiento para no perderse luego en el campo.
Y a continuación viene lo bueno, los tres puertos de montaña de categoría especial: El Ankle, el Gaseoducto y el Gran Khan de la Feria de la Salud 2015. Podemos empezar por El Barco Pirata, que está enfrente, que es una de esas atracciones de ahora que suben muy alto de un lado a otro hasta que te ponen boca abajo y se te encoge la barriga antes de empezar a darte los últimos sudores de la muerte.
De ahí nos vamos al Ratón Vacilón, que está al lado prácticamente y es una de las atracciones más famosas, donde nos haremos unas fotillos antes de empezar para la web del Tito, vaya ser que después no estemos presentables de color verdoso y con los pocos pelos que tenemos revueltos. Y por último la gran atracción de este año, que es un artilugio espacial de esos que dan muchas vueltas para todos los lados a toda velocidad. ¿Cómo se llama? El Martillo Estelar, me parece que es. Eso sí que es una caña, el Everest de nuestra Ruta de Descanso.
Y cuando terminemos con esas tres cosas gordas y no nos hayamos despeñado por el Arcángel, nos vamos a la Caseta Municipal a comernos una tortilla de patatas de esas de bote con un platito de salmorejo y unas cervecitas frescas, que se está muy a gusto viendo en vivo la actuación de alguno de estos cantantes nuevos de copla; la Gloria María, el Yiyo de las Palmeras o la Tana del Campo la Verdad, que son los hits de la feria de Córdoba.
Este recorrido podemos hacerlo un par de veces o tres (el Tito que se quede con los suyos en la caseta después de la primera vuelta si quiere), y antes de que se nos acaben los dineros, paramos en la caseta del Rincón Cubano, que está regentada por los míos, para tomarnos unos rebujitos hasta que salga el sol, que no pasa nada porque no paguemos, me han dicho, porque hasta que no termine el recuento del domingo tienen la consigna de no desahuciar a nadie ni tirarlo al río.
Sendérix
Ahí terminaba su discurso, sin solicitar las correspondientes adhesiones ni nada, así que supuse que los demás tampoco se lo habrían tomado muy en serio.
Esto fue todo lo que se escribió con sentido –por decir algo- a lo largo del martes previo a la feria, sin contar los correos onomatopéyicos de algunos que eran poco más que los consabidos Ji ji, ja ja, ji ji, ja ja...
Pasaron el miércoles y el jueves in albis, cada cual en sus cosas, el que os habla, en la tienda mayormente abrumado por las espontáneas colas que se formaban para adquirir este reciente componente tecnológico de última generación denominado “carrete de la máquina que yo tengo”. No paré en toda la semana:
- ¿Se hacen fotocopias? – No, señora, en el kiosko de al lado.
- Por favor, ¿puedo poner este cartel en el escaparate? - ¿Del Escándalo? No, que mi jefe es del Opus.
- ¿Me puede decir dónde está la casa de Seguros Helbestia? - Se quiere quedar conmigo, ¿o qué?
- ¿Vengo a hacer un ingreso. ¿Esto es el Banco Popular, no? - No, pero puede usted ingresarlo aquí mismo, yo me hago cargo.
- ¿Si le traigo una registradora que he robao esta noche me puede usted abrir el cajón? Es que no tenía puestas las llaves. – Sí hombre, tráigala usted por aquí y ya vemos qué es lo que podemos hacer.
Un no parar, ya les digo. Pero el viernes, entre operación y operación, me decidí a poner un correo para que no creyeran que era una persona huraña, antisocial o lo que es peor, absorbida por el trabajo. Con copiar y pegar os planto mi email reenviado a los seis o siete compañeros de andanzas:
“Sendérix, esta vez te has superado, no diré que has diseñado la ruta a mi medida puesto que odio la feria, pero por lo demás has clavao mis preferencias. Te agradezco la confianza que me muestras anteponiéndome al diabólico letrado, que al parecer se encuentra en la calle del Infierno como en su propia casa, pero lamento decirte que no me pareces el guía ideal para esta esperpéntica ruta, porque veo que no te la has estudiado –como acostumbras- y nos has querido colar la bacalá de la atracción del Salón de los Espejos que hace ya tres décadas que quedó en desuso en la feria de la Salud, poco después casi de que Max Estrella hiciera famosos los de la calle del Gato en Luces de Bohemia. Y otra cosa, ¿cómo que el Barco Pirata? Será el de Playmóvil, vamos, porque que yo sepa el que sube y baja tan alto en la feria es el Barco Vikingo, que también se dedicaba a la piratería, pero que no ha tenido éxito como juguete de Reyes, en todo caso como dibujo animado. Por lo demás, me parece acertada la decisión de restaurarnos en la Caseta Municipal, aunque no pinchen La Bohème, la Vie en Rose o Sabato Pomeriggio ni hayan contratado para nosotros a Charles Aznavour o a Claudio Baglioni, e igualmente me complace el tema de los rebujitos fiados de tus colegas encarnados, aunque sería conveniente fumigar un poquito en el interior y disponer de un equipo médico bien pertrechado en las puertas para vacunar a los que lleguen con malas pintas”.
Et
Ya por la tarde recibimos un email de Grumetillo, que tras ver colapsado su Smartphone multiusos al haber recibido medio millón de “Me Gusta” y diez mil peticiones de adhesión al plan de la Ruta de Descanso que había subido al Facebook por la mañana, solicitaba permiso para que nos acompañara al menos su amigo Mengíbrix, el de la ruta de los Riscos, que se quería emperchar otra vez porque llevaba ya varios meses sin encajar en ningún grupo senderista y había encontrado por fin a alguien con buen corazón para matar el gusanillo. Sendérix a los dos minutos aprovechó también para tratarnos de colocar a una parejita de expertos montañeros que tenían el mono sin su chute semanal de aire puro y nos pedía encarecidamente que tratáramos de ponernos en su lugar, con lo que el Canijo vio el cielo abierto, así que saltó poniendo que entonces él se llevaba a su parejita germánica, que le hacían mucha ilusión estas cosas típicas de la España de pandereta; el Gran Maestro sin embargo se removía en su asiento y no paraba de renegar y dar voces solo en su casa porque se lo llevaban los demonios viendo que le volverían a chafar el único momento de la semana en que podía expresarse con libertad, pero a pesar de la potente motivación para escribir un correo reivindicando su justificadísimo punto de vista se pudo contener y logró permanecer mudo tecnológicamente hablando una vez más. Yul, su hermanito menor, omitió también pronunciarse hasta no conocer primero la opinión de su dueña y señora. Romerillo, esgrimiendo su proverbial Quid Pro Quo, tras haber pactado bajo cuerda con su colega Sendérix la confección de los puntos principales del itinerario, contestó con un “Por mí no hay problema” como si hubiera mandado el email el mismísimo Pilatos. Mientras yo, por mi parte, pringándome hasta las trancas como siempre, contraataqué amenazando a mis monjiles compañeros de la caridad con llevar a la feria al Caperucito si no se reconducía inmediatamente la situación y se le ponía coto a todo este afán proselitista.
Mi impertinente correo debió actuar como un virus o malware de lo más maligno para las ondas hertzianas, pues no se volvieron a cruzar ni un sólo email más mis espantados amigos, por mucho que insistiera yo en refrescar la bandeja de entrada de mi Outlook.
El sábado empecé a fustigarme cruelmente desde el primer momento en que me desperté –a eso de las siete de la mañana, la hora más tardía de empezar a andar cualquiera de nuestras maratonianas jornadas de senderismo extremo- pues aunque no lo necesitase, decidí quedarme un ratito más amodorrado, abrazado a mi amada esposa, por si otro día no tenía esa oportunidad. Tras unos minutos verificando si el roce hace el cariño; cuando ella creyó que lo tenía ya todo verificado y pudo comprobar que ya no debía tener ni pizca de sueño aunque sólo se me movieran las manos, decidió levantarse, y, sin ella, qué hacía yo en el catre a esas horas. Así es que me uní a mi madrugadora familia en el salón, degustando mi imperdonable desayuno del chef, a base de un gran tazón de café con leche y unas tostaditas con aceite de oliva virgen y mermelada de albaricoque y ciruelas, como otro día cualquiera, incluidos –con más razón si cabe- los días de andar por el campo. Tras convencer a mi hijo fácilmente de la necesidad de sustituir en la pantalla de televisión los dibujos animados por un partido decisivo de los Playoff de la NBA grabado esta misma noche en el que se enfrentan los dos mejores jugadores de la liga, incluido su jugador favorito, terminé de dar cuenta de cada uno de los elementos de mi bandeja y me tumbé en el sofá-cama, regodeándome con uno de los partidos más espectaculares de baloncesto que he podido contemplar en mi extensa, selecta pero fanática vida de espectador deportivo. Ganas me daban de contaros al menos las mejores jugadas, pero conociéndome como me conozco, el negro Andrés Gómez se levantaría el pobre de su tumba atormentado, para darme el relevo y cortarme el rollo de una vez. Vale decir –ahora que no me escucha nadie- que se trataba de la final de la Conferencia Oeste entre los Houston Rockets de James Harden (la Barba) y Dwayne Howard (Superman) y Los Golden State Warriors de Stephen Carry y Clay Thomson, (los Splash Brothers). Para no prolongarme más lo resumiré haciendo mías las expresivas e inolvidables palabras de Andrés Montes: ¡¡¡¡Ra ta ta ta ta ta taaaaa!!!!
Después del partido agarré mi lector de libros electrónicos y retomé con deleite la lectura del cuarto ejemplar consecutivo de don Eduardo Mendoza, El Laberinto de las Aceitunas –segundo de la saga protagonizada por un zarrapastroso e impresentable detective en la Barcelona posfranquista-, gracias al cual podría afrontar con mejor talante la descorazonadora pérdida de tiempo que nos tenía reservada mi ocurrente y gentil señora a partir de las doce, nada más y nada menos que la estancia en régimen de sólo alojamiento en el espá de su gimnasio, como consecuencia de una promoción especial dirigida expresamente a los cónyuges de los propios clientes. Cuando se iba haciendo la hora de coger los adminículos para el baño y por tanto el cese de mis absorbentes peripecias tocaba a su fin, a punto estuve de ceder a la incontenible furia que me agitaba por dentro y soltarle alguna fresca a mi esposa, que ya llevaba advirtiéndome de la conveniencia de “arreglarse” desde hacía media hora, por hacerme víctima de sus ofertas y descuentos en su lucha cotidiana con la administración casera, pero por una vez me contuve prudentemente y apenas me atreví a sugerir la posibilidad, si quedaba un poco de tiempo después del fregado y antes del almuerzo, de pasar por el más prestigioso de nuestros grandes almacenes con la finalidad de comprar unos pantalones y un par de camisas para estar a la altura de las circunstancias en el paseo programado por el recinto ferial precisamente a la hora que Sendérix lo había planificado, no fuéramos a ser la comidilla del barrio para un día que íbamos a salir juntos. De paso, al cabo de un rato, cuando ya estábamos montados en el coche rumbo al jacuzzi del gimnasio, fui capaz de añadir otra cuñita a lo de la ropa, y le solté a quemarropa la verdadera y oculta razón de mis intenciones, que aprovecharía dada la coincidencia del lugar para traerme un librito que llevaba mucho tiempo buscando y que me habían dicho justo el día anterior en la central que lo tenían en el edificio del extrarradio a dónde íbamos. Achaqué en un principio a su hiperactividad congénita la naturalidad con que encajó mi gancho al mentón, aunque más tarde me daría cuenta de que en realidad le venía de perlas abandonarme durante unos minutos en la planta más lejana, mientras ella se quedaba con el niño campando a sus anchas por los preciosos estantes del magacín.
Centrémonos ahora en el gimnasio del polígono donde nos condujo la genial gestión de mi santa. Tras la verificación del cupón promocional en la recepción del edificio por una diligente lolita, tropecé con los tornos de entrada que me recordaban los del metro de París, tan lúgubres, y, como allí, traté de pegarme al trasero de mi señora para ver si era capaz de atravesarlos con disimulo, pero después de haber hecho inútilmente el ridículo, la chavala, con una sonrisa de conmiseración, me proporcionó la llave de los mismos, una pequeña pulsera de goma que me valía además para la taquilla del vestuario –bendita tecnología; dónde quedaban los tiempos en que usábamos un candado de acero para estos fines-. Al niño lo alojamos con el beneplácito de todos en la ludoteca y nosotros nos separamos hacia los vestuarios tras repasar las indicaciones para reencontrarnos dentro a las puertas del espá.
Al parecer, un sábado por la mañana de feria, no es el día más idóneo para tonificar los músculos, pues los pasillos, los barracones y las aulas que dejaban traslucir las grandes cristaleras y los propios vestuarios, permanecían desiertos, como si tras haberlos rociado con “Zyklón B”, acabaran de sacar asfixiados a los del turno anterior. Abrí mi taquilla con asombro. Como llevaba mi bañador con braguero debajo, me desprendí de todo lo accesorio, me calcé las chanclas de plástico, me coloqué la toalla al hombro, cerré de nuevo la taquilla -sin salir de mi asombro- y me dispuse a hacer el paseíllo entre el laberinto de bancos y duchas para localizar la salida a los baños. Mi señora me esperaba al otro lado de la puerta, con los brazos cruzados. Sonreí sabiendo la pinta que llevaría en bañador. Me miró de arriba abajo pasándome revista y no obtuve su aprobación; al parecer para esta actividad era requisito imprescindible usar un gorrito de goma para la cabeza, y yo lo había olvidado en la bolsa de deporte. Así que tuve que hacer de nuevo el paseíllo hacia atrás por el dédalo del vestuario hasta que me volví a presentar perfectamente uniformado. Tal vez el adverbio no sea el más adecuado, pues la ridícula imagen que yo contemplé en aquellos enormes espejos con el bañador y el gorrito ya puesto, de nuevo me retrotrajo a las visiones que podrían haber contemplado los personajes más esperpénticos de Valle Inclán. Pero aquí quedaba todo lo malo, pasamos por una enorme piscina olímpica acondicionada con una temperatura ideal que nos condujo a la puerta del espá. Desde el momento que la cruzamos fue como atravesar aquel espejo y dejar este patético mundo para entrar en otro de ensueño.
De la claridad meridiana del recinto anterior pasamos a una acogedora penumbra. Dejamos la toalla en una percha y nos descalzamos. Conforme nos adentrábamos en el moderno y espacioso local se acrecentaba el murmullo de las aguas y se percibían los tenues vapores de la peculiar pileta atravesados por haces de luz que iban cambiando lentamente. Una extensa mirada admirativa desde lo alto de las anegadas escaleras a izquierda y derecha deshicieron completamente la idea preconcebida que yo había albergado de un vulgar jacuzzi de gimnasio. Y no era para menos pues aquello tenía más bien la pinta de un lujoso balneario de los mejores hoteles dedicados al refinado arte de la hidroterapia y de los baños termales. Sólo cuando cerré la boca y dejé caer las primeras babas fue cuando mi queridísima se dignó soltar que aquel espacio había sido galardonado en su día con una mención honorífica y elevado a la categoría de cinco estrellas, por el cumplimiento de una serie de requisitos de lo más exigentes.
Bajamos las escaleras acuáticas hasta inundarnos dentro de un agua tibia y clara levemente por encima de la cintura, seguimos recto unos pasos y nos situamos frente a la primera posta del recorrido. En ese instante, sorprendido y admirado, desveló mi compañera y guía náutica para mí en exclusiva las reglas de funcionamiento de la compleja actividad en la que nos hallábamos. Aquel gran espacio dedicado al disfrute humano por medio del agua, aparentemente caótico e instintivo, estaba perfectamente estructurado y respondía a un orden preciso, sin el cual perdería gran parte de las propiedades y la función para la que se había inventado. Me dijo que en cada lugar diferente se llevaba a cabo una actividad distinta que quedaba señalada por la indicación que se había hecho en una bonita placa adjunta por encima de la superficie. Cada una de estas paradas estaba marcada por un nombre o título, la explicación de la actividad y un número de orden correlativo, que así iba formando un recorrido que comprendía la totalidad de ejercicios. No sé si seré capaz de recordarlos todos y estoy seguro de haber olvidado la mayoría de los títulos, como lo estoy de que mientras más olvide más me lo agradeceréis, aunque trataré de tapar esos huecos con mi calenturienta imaginación. A ese itinerario de actividades placenteras yo, para ustedes, lo bautizaré con el nombre que más me parece convenirle:
Ruta de Descanso-PASIVO:
1.- Entre dos aguas: Se trata de una estación en la que nos debemos agarrar a una barra de la pared y tendernos primero boca arriba y más tarde boca abajo mientras una columna de burbujas submarinas nos impulsan hacia arriba, con lo cual inevitablemente flotamos mientras nos vemos masajeados por ellas en las piernas y demás partes de la anatomía bajo la cintura. No sabría deciros que postura es la más placentera en esta primera posta que nos hace levitar en el agua y que dibujó en mi semblante una sonrisa que no desapareció ya en todo el día.
2.- Gran cascada. Siguiendo el sentido de las agujas del reloj nos situamos bajo una gran cortina de agua que nos cae sobre la cabeza, debiendo adelantarla ligeramente para masajear nuestras cervicales y los doloridos músculos de los hombros. La caldeada temperatura del chorro inevitablemente me trajo a mi pervertida memoria la famosa lluvia dorada que Alaska derramó en aquella marrana película de Almodóvar.
3.- Mangueras metálicas. Dos enormes grifos cromados a media asta lanzan un chorro tremendo de agua a la pulsación de sendos botones para que apunten a nuestra zona dorsal y lumbar respectivamente. Más apropiado para los usuarios con tendencias masoquistas, pues el palizón nos pondrá rojas las carnes y podrán sentirse como Rambo arrinconado en su celda de castigo por aquel aprendiz de bombero.
4.- Sillas blandas. Es una de las estaciones más cómodas. Se trata de sentarse en una especie de banco corrido perforado por pequeños agujeros que dejan salir bajo el agua una larga hilera de burbujas, de tal manera que nos acaricie y cosquillee nuestras partes más íntimas y delicadas. ¡Una prueba de fuego para los más machotes!
5.- Liposucción. Debemos colocarnos de pie frente a un chorro grueso de agua que permanecerá fijo mientras nosotros le mostramos nuestros michelines laterales y vamos girando hasta que nos masajee la barriga y la zona lumbar. Este inicuo ejercicio no es que te ayude a adelgazar o a moldear la silueta pero tiene la singular propiedad de sacar del usuario su faceta cantarina y sólo existe el riesgo menor de que te llamen la atención por ello, pero nunca el peligro de una operación.
A la vuelta de la pileta entramos en una zona más silenciosa y casi completamente a oscuras, reservada para el recogimiento espiritual. Se trata de los tres famosos baños que proliferaron en el mundo romano: el caldarium, el tepidarium y el frigidarium.
6.- Camas blandas. Nos hallamos en una estancia de escasa profundidad que funciona a modo de tepidarium, que es la pileta de aguas templadas, donde habremos de tendernos plácidamente mientras recibimos por debajo un relajante burbujeo por todo nuestro cuerpo. El tiempo de la atracción es largo y, en este caso, mientras que por una cara el efecto resulta relajante, por el otro es más bien estimulante, ya saben a lo que me refiero, sobre todo si se asiste como yo en compañía y sin las manos atadas.
7.- Frigidarium. Es el típico baño estimulante con agua helada. A estas alturas habremos de tener ya claro a lo que vamos allí y si seguimos en soledad y contamos con la aquiescencia de nuestra pareja convendría saltarse este paso, para que no nos cortase el rollo el bajonazo de la temperatura y de todo en general. Si no fuera así, que se meta el que pueda con dos cojones.
8.- Caldarium. Es todo lo contrario, la piscina del infierno, la olla de la sopa de los negritos donde cocinan al hombre blanco. No hay un tiempo mínimo ni máximo, supongo que según nos prefieran bien hechos o poco hechos los caníbales, yo diría que en menos de un minuto estamos al punto.
Una tablilla con las indicaciones nos invita a repetir una vuelta más por estas tres bañeras, como se hacía desde los tiempos de Pompeya o más multitudinariamente en Roma, en las Termas de Caracalla, que se asemejaban más a nuestras actuales playas, pues tenían cabida para más de mil seiscientas personas.
A partir de aquí se nos invita a salir de las piscinas para hacer uso del resto de los servicios, que se sitúan alrededor de las mismas.
9.- Sauna. Para los que no las conozcan decir que es como un gallinero cerrado y ardiente (con o sin vapores de eucalipto) donde los usuarios se sientan como apesadumbrados por ser incapaces de poner un huevo. Después de una pila de años sin entrar en ninguna, me pareció la coqueta habitación de aquel gimnasio una experiencia interesante y no excesiva, supongo que debido a la temperatura que ya traía yo al entrar. Lo más parecido que había experimentado últimamente había sido la ruta del Gaseoducto en agosto pasado precisamente en compañía de mi familia.
10.- Ducha sueca rociada con cubitos de hielo. Es el contrapunto de la sala anterior, pero se encontraba sin el frío elemento, seguramente por no ser temporada, con lo que el contraste es menos intenso.
11.- Pasillo de piedras. A continuación viene un estrecho pasillo de unos diez metros de longitud con el suelo cubierto de piedras lisas de diferentes tamaños por el que habremos de pasar varias veces hacia adelante y hacia atrás mientras unos grifos en el suelo nos van refrescando los pies desnudos. Para que nos entiendan los senderistas es como si hubieran fabricado una maqueta piloto de la ruta del río Chíllar a escala. O para los que no se hayan movido de nuestra sierra; la Cuesta del Reventón un día de lluvia.
12, 13 y 14.- Son las tres grandes duchas que se alinean a la salida del Chíllar. Una con agua muy fría, otra con agua templada y la otra con agua caliente. Para que se vaya entrando de una a otra sucesivamente para tonificar el último rincón de nuestra piel que aún no se haya quedado tonificado.
15.- Y para terminar un completo relax. Las hamacas. Una fila de sofás-cama individuales dentro de una habitación con un juego de luces y olores peculiares. Los olores de nuestra sesión no funcionaban tampoco, tal vez porque sólo se usan en temporada también, con lo que no llegamos a disfrutar plenamente de la función, pero sí lo suficiente para salir del recinto con una peculiar sonrisa bobalicona.
Salimos del gimnasio completamente satisfechos de nuestra experiencia, relajados y calmados, personalmente ni siquiera con ganas de meterme en el prometido magacín para dar satisfacción a la parte menos visible de mi persona. Pero por el simple hecho de que yo desestimara el asunto no quería decir que se descartara, la señora ya se había hecho su composición de lugar y no podía renunciar a alargar la mañana, así que nos encaminamos al punto más distante del que nos encontrábamos, cruzando toda la ciudad, hasta aparcar en los sótanos del centro comercial. Me ayudaron primero a seleccionar unos pantalones y un par de camisas, muy amable y diligentemente, y me despedí dejándolos en la planta baja, mientras yo subía a lo más alto del edificio a tocar con mis manos lo que hasta ahora había sido solamente una satisfacción espiritual. Al Laberinto de las aceitunas, ya metidos en faena, decidí añadir, para no tener que plantarnos la semana que viene otra vez tan lejos, la continuación de la saga: Las aventuras de un tocador de señoras, un ambiguo y sugerente título, de cuyo encanto no conseguí sustraerme. (Sin embargo, después de dar cumplida cuenta de aquel, finalmente decidí hincarle el diente a La verdad sobre el caso Savolta, la ópera prima de don Eduardo, que se debió quedar descansando, no digo de escribir sino de pensar más en la pedestre cuestión económica, pues los innumerables premios que cosechó –merecidamente- del universo comercial y académico, le valdrían sobradamente para dedicarse a la literatura esta vida y las que pudieran vivir cada uno de sus propios personajes).
No quisiera ahondar en las satisfacciones que me trajo este y el siguiente día, sábado y domingo de feria, a los que puedo añadir el fin de semana siguiente, pues la felicidad propia expuesta con excesiva efusividad, aún a los ojos de los mejores amigos, a veces pudiera fastidiar sin ser su principal propósito. Baste decir que a mi ruta de descanso-pasivo de ensueño fui añadiendo algunas insignificantes cosas –como los huevos fritos con patatas y ajitos aderezados con vinagre que preparó mi chefa por la premura de tiempo, o como la lectura ininterrumpida durante todo el tiempo que deseé- que fueron dibujando un par de extraordinarios fines de semana, cuyo punto álgido alcancé en aquel insospechado espá del gimnasio, pero que no consiguió defraudar ni siquiera mi presencia en la propia feria de mayo cordobesa, tan deseada por la mayoría de los críos y por tantos adultos.
Ahora que ya pasó todo, esperando temeroso pero anhelante la siguiente propuesta de ruta, quedará este relato que cubra los huecos de los emails que nunca se llegaron a escribir estos días.
El Tito (Juanjo)
1 de junio de 2015
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