Panorámica en la ruta del río GuadiatilloLa ruta del Guadiatillo -19,5 Km-De pesca en el río Guadiatillo
 

Sendérix y las mágicas bellotas del Guadiatillo

Ruta del Guadiatillo -19 Km-

Por el Guadiatillo

Aún era noche cerrada, una fría noche del undécimo mes, cuando nuestro intrépido grupo de expedicionarios abandonaba la milenaria comarca de Corduba en otra de sus incursiones en territorios lejanos y desconocidos dominados por el yugo romano.
Esta vez, nuestro inquieto compañero de aventuras, Sendérix, se había propuesto guiar a sus compañeros de aldea a través de los lejanos y misteriosos montes por los que discurría el mítico río Guadiatillo, pues cuenta la leyenda que en el corazón de aquellos picachos crecen las famosas bellotas negras, uno de los muchos ingredientes usados por Magístrix, druida de la aldea cordubense, para elaborar su famosa poción mágica. Los alrededores de la aldea donde Magístrix suele recoger sus productos no han sido muy pródigos en cosecha este año. Esto, unido al constante acecho de los romanos, que últimamente merodean por los alrededores de la aldea, hizo pensar al gran jefe Alcalniétix, que debería encargar al bueno de Sendérix esta misión, aunque para ello tuvieran que atravesar zonas vírgenes y sin explorar. Dicho y hecho. Nuestro peculiar grupo de guerreros se pusieron en marcha encantados de la vida en busca de nuevas aventuras.

Como casi siempre, los expedicionarios dejaron atrás las luces de la ciudad a bordo del vetusto pero siempre presto carromato de Sendérix. Le acompañaban esta vez, además del sabio Magístrix, que debía comprobar la calidad de las bellotas, nuestro seguro valedor Verédix acompañado como siempre de su inseparable perrito Ideálix. En esta ocasión, se une al grupo el taciturno Grumétix, primo de Sendérix, originario de una aldea de la costa. La tía de Sendérix le envió a su hijo para que le enseñara mundo y de paso lo espabilara un poco. Resultó que hicieron buenas migas. Inicialmente, Grumétix acompañó a Sendérix en su época de viajes por ultramar como un fiel grumete de embarcación, siempre atento al rumbo a seguir. Ahora que Sendérix vuelve a ser de secano, su medio natural, Grumétix es también sus ojos, pues la edad va haciendo mella en Sendérix, por mucha poción que tome. Grumétix le lee sus mapas, toma el mando en ocasiones, y, con sutileza y paciencia, corrige alguna que otra metedura de pata de su primo mayor.

Rayaba el alba cuando dejaron atrás la pequeña aldea de Trassierra, zona de esparcimiento veraniego de los romanos de clase media, con su calle principal aún desierta a estas horas. Pocas personas se aventuran mucho más allá, pues el camino se adentra muy profundo en montañas desconocidas, salvajes en vegetación y prolijas en caminos que podrían perder al más avezado y experto explorador. Nuestro peculiar grupo descendió de su transporte a seis leguas de Corduba, por la tortuosa carretera que continúa más allá del glamuroso poblado, junto a un pintoresco puente que cruza el mítico Guadiatillo, y cuyo cauce remontarían nuestros exploradores más adelante.

El aspecto de nuestros viajeros, bien pertrechados a causa de las bajas temperaturas reinantes en aquellas cumbres, les hacía parecer, como alguien comentó con acierto, salteadores de caminos, o más bien, cómicos bandoleros, diría yo.

Comenzaron su rápido discurrir por caminos de fácil transitar, que alegraron a Magístrix, de naturaleza algo desconfiaba, sobre todo cuando de por medio anda Sendérix, aunque Verédix no se fiaba mucho y en varias ocasiones fue víctima de las chanzas de nuestro querido y bigotudo amigo, que le pintaba un porvenir mucho más duro de lo que sería. “-Mira, por aquel empinado cortafuegos tendremos que subir”, decía una y otra vez Sendérix. Mientras tanto, Ideálix, muy contento como siempre cada vez que su dueño lo sacaba de paseo, correteaba aquí y allá, olisqueando las primeras bellotas que encontraron en el camino, pero que no eran las apropiadas para elaborar la mágica poción, como le decía su amo, al tiempo que se las sacaba de la boca –pues al nervioso perrito le encantaba aquella suculenta pócima.
De tramo en tramo, cintas de colores colgaban de los árboles, lo que revelaba la presencia de romanos, pues se trata de un sistema de señalización que usan para marcar dónde deben establecer sus puestos de vigilancia, aunque en aquel momento no divisaron a ningún integrante del magno imperio romano, para desgracia de Verédix, siempre dispuesto a mantenerse en forma repartiendo mamporros.
Pronto llegaron nuestros viajeros a una bifurcación donde Sendérix entregó sus instrumentos de orientación a Grumétix, sus ojos cuando no porta sus lentes o cuando se niega a ponérselas, quizá por coquetería. Tras la pertinente consulta y alguna que otra rectificación del rumbo, nuestro grupo continúa la marcha por un camino aún inexplorado, fruto de la intuición legendaria de Sendérix, aunque eso signifique caer rodando por alguna ladera, como de hecho, estuvo a punto de suceder poco después. Una terrorífica pendiente, como un abismo, apropiada para pasear con nuestra estimada suegra, descendía hasta el arroyo de Las Albertillas en su confluencia con el río de La Cabrilla. Con sumo cuidado los expedicionarios comenzaron el descenso apoyados en sus bastones. Magístrix, bastante quejica, ni protestaba de pura concentración, aunque estalló finalmente lanzando improperios contra Sendérix y lamentando haberse confiado una vez más a él. Porque nuestro querido Magístrix, aunque un poquito cascarrabias, es un viejito ingenuo y entrañable. Verédix y su fiel Ideálix parecían expertos en aquellas lides, de pura agilidad y, como contrapunto, Grumétix, sin embargo, no parecía tener un día demasiado fino, dando con sus tiernas posaderas en el suelo más de una vez, para burla y escarnio de sus crueles “amigos”.
Cuando llegaron al fondo de aquel barranco, un bonito camino que serpenteaba junto a una ladera, a la izquierda, acompañaba el discurrir del río de La Cabrilla, que descendía a su derecha. Después de tan dura bajada, la bondad del terreno animó a Verédix y a Magístrix, que tomaron la delantera a buen ritmo, mientras Ideálix, como aquellos cervatillos que divisamos, saltaba de aquí para allá entusiasmado con la ruta, observándolo todo con sus ojillos vivarachos, que expresaban sin palabras, su ferviente amor por aquel paraíso rural.
Varias veces tuvieron nuestros exploradores encuentros con la fauna local, una bella estampa que a más de uno activó sus glándulas salivares mientras pensaba en un buen cuarto trasero de esos cérvidos esquivos servidos en bandeja, bien crujiente y churruscado, acompañado de una buena ración del siempre sabroso tubérculo traído de las Américas siglos después. Pero no había tiempo para detenerse a cazar ni ciervos ni jabalíes pues, además, no eran plato aconsejable para Verédix, inmerso en su nueva dieta de puntos que le había hecho renunciar, de momento, a su comida preferida.
El camino ascendía lentamente y ante cualquier duda, Sendérix consultaba con su primo Grumétix:
-¡Gruméeetix!, ¿vamos bien?
-¡Gruméeetix! ¿Al este o al oeste?)
El fiel lazarillo, tras consultar sus mapas e instrumentos de orientación, como el buen aprendiz de marinero que era, indicaba el camino a seguir. Tan buen ánimo llevaba por aquellas sendas el bueno de Sendérix que intentó deleitar al grupo con uno de sus memorables cantos, oído lo cual, Verédix amenazó con darle un bastonazo en el lomo si no cesaba de inmediato, pues en realidad no deberíamos llamar canto a esa especie de espeluznante alarido que no hacía más que molestar y, seguramente, alertar a posibles avanzadillas romanas. Y es que los innegables conocimientos musicales de Sendérix, por desgracia, distan mucho de su técnica vocal.

Atrás dejaron una hacienda conocida por aquellos lares como la Casa del Cerro del Trigo, antes conocida como Casa de la Majada de la Burra, donde hacen una pausa, sorprendidos por tan bella construcción en un lugar tan apartado.
Poco más adelante descubren las primeras bellotas que reciben el visto bueno después de haber sido previamente catadas, lo que viene muy bien porque el hambre comienza a hacer mella en los estómagos, en los que ya resuena el eco. Recogen una buena provisión y toman nota del lugar para volver en otra ocasión. Continúan adelante hasta que tras una curva divisan, por fin, abajo, a lo lejos, el mítico río Guadiatillo.
Antes de emprender el descenso realizan una parada para retomar fuerzas. Se deleitan con las jugosas mandarinas “valentianas”, procedentes de la región de Edetania, la parte costera de la Hispania Cartaginense, de donde procede parte del pedigrí de nuestro entrañable perrito. Mientras devoran sus provisiones sentados al borde del camino, Ideálix husmea una curiosa construcción unipersonal de mampostería, dotada de un ventanuco; sin duda de factura romana, disimulada entre la maleza y que inicialmente había pasado desapercibida para todos. Según los más doctos, son puestos de vigilancia militar,  usados en realidad por los romanos como camuflaje para capturar sabrosos ejemplares que luego sirven en sus fastos más importantes y populares –aquellas celebradas Bacanales, en honor al dios Baco, que tanto éxito y raigambre tendrían en toda la región de la Bética.
Nuestro simpático grupo continúa su bajada hasta el río, no sin antes ser nuevamente sorprendidos por una nueva manada de ciervos que son el deleite de la expedición, pues tamaña abundancia les anima a regresar algún día, más relajados, a aquel paraíso cinegético. Durante la bajada, contemplan las imponentes vistas que se extienden a lo lejos, mientras Sendérix les habla del famoso monte de Castro y Picón, y otros muchos de la zona, que seguro que el pequeño Ideálix estaría encantado de subir y de bajar.

Llegados al fondo de aquel desfiladero, y tras tener que llevar a cabo alguna pequeña corrección del itinerario –desandando algún pequeño tramo-, con el pertinente 'rapapolvo' a Grumétix, cuya congestión nasal le tenía un poco fuera de lugar, inician una remontada del río por un lecho ahora bien visible, que se revela como una rústica y mágica alfombra de cantos rodados, que una vez comience la temporada de lluvias volverá a estar cubierta de aguas bravas, y que a buen seguro, impedirán su tránsito. Y es que la consigna es realizar un recorrido circular y no volver por el mismo sitio, porque subir por el cortafuegos 'mata-suegras' que antes tuvieron que bajar, se antoja tarea harto complicada. Además, un escuadrón enterito de romanos les sigue los pasos desde hace rato, seguramente alertado por los berridos de Senderíx. Hacerles frente en la situación actual podría ser temerario, pues la falta de poción (a buen recaudo en el carromato de Sendérix), la falta de energía de Verédix a causa de su obligada dieta, el extraño virus que molestaba tanto las fuerzas y sensibilidad del propio Grumétix, y que le tenía la nariz enrojecida como un pimiento morrón, aconsejaba prudencia, poner tierra de por medio y dejarlo para mejor ocasión.
En tres o cuatro ocasiones tuvieron que vadear el río de un lado a otro, en una especie de juego infantil de 'salta a la piedra y no te mojes', aunque alguno tuvo la ocasión para presumir de su flamante calzado gore-tex, un nuevo material fenicio al que más de uno se ha hecho adicto. Tal ventaja sacaron a la avanzadilla romana que seguía su pista, que incluso dedicaron unos momentos a practicar el noble arte de la pesca, en aquellas aguas límpidas y cristalinas.
Una vez más tienen la ocasión de contemplar un hermoso grupo de cérvidos que nada más verlos emprenden veloz huída ladera arriba con muchísimo más garbo y agilidad que nuestros amigos, que estudian la forma de trepar hasta el camino, allá en las alturas, y que los llevará de nuevo al punto de partida según el mapa trazado por Sendérix. Y aquí comienza la parte más arriesgada de la aventura, pues la fuerte pendiente y lo escarpado del terreno crean alguna que otra situación comprometida. Pronto la ladera, aparentemente plácida y dormida, parece despertar bajo los pies de nuestros bizarros amigos, tratando de engullirlos como un animal hambriento de carne fresca. El pobre Grumétix andaba hecho un lío intentando no caer al vacío mientras consultaba el mapa cuya custodia le había confiado el gran guía, cuando comprobó con preocupación cómo su primo se desviaba de la ruta trazada, buscando la cima de la colina de la manera más inverosímil. Pero Grumétix se había rezagado del grupo y no estaba para correcciones, intentando no terminar en el fondo de aquel abismo, cada vez más amenazador.
Tras estudiar la mejor forma de salir de aquel atolladero, Magístrix (que se lamentaba por haber vuelto a caer en los enredos de Sendérix) y el alegre Ideálix, consiguen llegar a sólo un metro de su objetivo, pidiendo ayuda presta a Verédix y Sendérix, que a pesar de su corpulencia treparon como ágiles lagartijas por una pared. Una vez a salvo, Ideálix anima y orienta con sus ladridos a Grumétix, le muerde la manga y tira de él para arriba con todas sus fuerzas, sin duda acrecentadas por la cantidad de bellotas ingeridas, hasta que logra al fin sacarlo del terraplén, pues andaba el pobre un poco enredado sin saber por dónde trepar.
Una vez conseguida la ascensión, todo es coser y cantar, y los viajantes caminan ufanos deleitándose con las vistas del mítico río Guadiatillo y su famoso meandro (‘falso’ meandro, puntualiza Verédix, haciendo las veces de Magístrix), donde sin duda se atrincheran los pérfidos romanos. Por fin, tras unas escasas cuatro leguas de camino y cuatro horas y media de magníficos espectáculos de la naturaleza, con las mochilas repletas de las mágicas bellotas, llegan de nuevo al carromato de Sendérix, en el punto de partida, donde Verédix reparte una generosa ración de poción revitalizante, que Magístrix había consentido llevar en caso de emergencia, antes de retornar a nuestra querida Corduba, la llana.

Avanza el carromato de Sendérix entre las montañas y con su vaivén y el tibio sol del otoño, Verédix se adormece, saliendo de su coma auto-inducido al pasar por la posada de los Almendros, donde los amigos se detienen para celebrar el éxito de su misión y la nueva primavera que cumple el pequeño Ideálix, bebiendo generosas rondas de zumo de cebada y lúpulo y una abundante ración de níscalos a la plancha del lugar, servidos con esmero por el posadero, a modo y manera de un verdadero top-chef rural. Verédix ha decidido gastar allí algunos de los puntos de su última dieta, pues, ¡por Tutatis que se los ha ganado!

Tras una cordial charla y una nueva ronda del dorado néctar de cebada, nuestro querido grupo retorna a su hogar, a la espera de nuevas aventuras..……..

Documentos adjuntos a esta publicación
En el puente donde comienza nuestra aventuraTodos posando al comienzo de la rutaGrumétix buscando el rumbo ante la impaciencia de sus amigosSendérix bajando al infierno, por donde hay que irRojos y negros posandoTodos por el valle del GuadiatilloMarchando tras las mágicas bellotas del GuadiatilloLos de negro posando en la puerta de la fincaVerédix con su fiel perrito Ideálix ante la hermosa casa del Cerro del TrigoCuatroen la casa del Cerro del TrigoTres cordubenses aguerridosTres tontos cordubenses agachaditosSendérix y Magístrix tan amigos después de sus disputasLos cuatro guerreros cordubensesLos tres de negro en el ríoÚltimos repechosTodos de vuelta con las mochilas cargados de bellotasTodos al final de la ruta, brindando con poción mágicaRedacción de la ruta por Grumetillo
 
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