Comenzamos la temporada de otoño después de una semana de lluvia pertinaz que ha dejado en forma de “Gota fría” cuantiosas pérdidas materiales y humanas. Definitivamente el tiempo ha cambiado, aunque para el domingo no había pronóstico de lluvia.
Romerillo por fin al cabo de un mes de tenerlas guardadas va a estrenar sus Chirucas, por lo que programamos una ruta no excesivamente larga de algo más de 20 kms. para ir amoldando las botas. Mientras que el tito espera sorprender a su sobrino, pues el mismo viernes, después de buscarlas durante más de dos meses encontró algo de su agrado y se las compró también, pues sus zapatillas tenían ya las suelas como el papel de fumar y más que rejillas tenían enormes agujeros que le daban un inapropiado aspecto de queso de Gruyere, que para la transpiración en los meses de verano le iba bien pero con lo mojado que debía estar el campo este fin de semana, con tanto barro y charcos era otra cosa ya, así que le pareció perfecto estrenarlas con su querido compañero a la vez.
Salida neutralizada a las 7 h. de la mañana desde Romero-House en el Vial Norte hacia las inmediaciones del hotel La Arruzafa, donde dejamos el coche aparcado.
El tito ensalzó la buena compra que había hecho su sobrino, pues Romerillo encontró el mismo modelo exacto que ha usado casi durante tres años seguidos, incluyendo dos Caminos de Santiago. Le lloró un poquito hasta el punto que su sobrino le dijo que ya no podía esperar más para comprar él las suyas también. Cuando se bajaron del coche, cual mago vestido de senderista, se levantó los pantalones largos que también llevaba por primera vez esta temporada y dejó a la vista sus relucientes botas. Y su sobrino quedó sorprendido y maravillado de la ocurrencia de su tito de estrenarlas a la vez.
Así que para no mancharlas mucho de barro decidimos subir al pie del Reventón por las calles del Brillante hacia arriba, por la acera de una empinada cuesta. Nada que ver con el tramo campestre de la Vereda de las Ermitas, que tiene un tramo final infernal, por donde cierto día de finales de julio agarrara Romerillo una pájara monumental debido al calor torrencial.
Las dos suelas Vibram se agarraban al asfalto como los Pirelli del Ferrari de Fernando Alonso, traccionando como un tractor con la reductora metida. En cuanto a las suelas de nuestras botas no había competencia, sí en el resto de tecnologías.
La prueba empezaba realmente en la Cuesta del Reventón. El suelo mojado, con infinidad de piedras pequeñas, grandes y medianas, sometieron a nuestro calzado al primer test práctico. Y ambas respondieron a la perfección, con la suavidad y la potencia de un buen coche. Un par de caminantes sufrieron nuestro adelantamiento, despegándoles los números de la matrícula al rebasarlos. No notábamos ni las piedras puntiagudas que pisábamos, como faquires de los caminos.
A las ocho de la mañana estábamos en lo alto del Reventón saliendo a la carretera. Giramos a la izquierda por la carretera de las Ermitas hacia Trassierra, buscando una gran verja a la derecha que encontramos cerrada a cal y canto, por lo que decidimos continuar por el borde de la carretera hasta Torrehoria, pero tras andar por el asfalto kilómetro y medio encontramos un paso a la derecha muy amplio sin ninguna valla, por donde nos encaminamos a la aventura hacia la misma dirección que llevábamos, tratando de explorar por allí un sendero que nos llevase hasta el arroyo del Bejarano.
Estas exploraciones sólo son recomendables tempranito, pues muchas veces te puedes perder y hacer un largo camino que te arruine el día previsto. A nosotros nos salió bien, pues cuando se llega a la entrada de dos fincas al fondo, la de la izquierda tiene paso franco por un lado para una persona o una bici. Así es que por allí penetramos titubeantes hasta salir a la entrada conocida por la izquierda, penetrando por terrenos del desierto del Bañuelo, junto a las Siete Fincas, por el camino de San Cristóbal. Lugar conocido ya para coger hacia la izquierda la entrada a las puertas mismas del Bejarano, muy próximo. Desde que dejamos la carretera de las Ermitas son 5 kms. hasta El Bejarano. Algo más de 10 kms. -2 leguas- desde que empezamos en dos horas exactas.
Allí un recolector de setas nos hizo una bonita foto delante de la cascada, para ilustrar esta novedosa ruta. Seguimos hacia las Siete Fincas por el sendero de más abajo esquivando los numerosos charcos del camino. Algunos ocupaban todo lo ancho de la ancha vereda y pusieron a prueba nuestras tecnologías de resistencia al agua: La clásica y reconocida Goretex de las Chirucas contra una innovadora tecnología waterproof de Hi-Tec, la revolucionaria aportación llegada del mundo militar, utilizada para recubrir las ropas para evitar el contagio del armamento químico. Se trata de la avanzada tecnología ion-Mask, basada en un tratamiento a nivel molecular que va a suponer un salto cuántico en la industria del calzado. Sólo comparable al de las botas “katiuskas”. Gore-tex VS Ion-Mask –el hule molecular-. Ambas funcionaron a la perfección pues las pruebas fueron sencillas y durante breves momentos. Ya veremos cuando las sometamos a un día entero bajo la lluvia, que se te meten hasta los sapos en los pies.
Llegando al Lagar de la Cruz la tecnología Confort-Tec y sus reputadas plantillas Eva de la indonesia Hi-Tec empezó a sufrir frente a la consolidada tecnología basada en las alpargatas de felpa de la española Chiruca. La parada allí, a los 17 kms. para el platanito y cambiar la primera camiseta de manga larga de la temporada hizo milagros, pues los pies del tito llevaban un calentón que a punto estuvieron de gripar. Las botas nuevas tienen eso. Hay que darles su tiempo para domarlas. La tecnología mental de Romerillo que se compró el mismo modelo que tenía de siempre venció al cambio brusco de zapatillas por botas nuevas, que fue la ocurrencia tecnológica del tito. Allí pues la penúltima sonrisa.
Para más inri a Romerillo le pareció una ruta aún pequeña y decidió tirar por el GR-48 hacia la vereda de Las Conejeras y conectar allí con la Cuesta del Villar. Largo y tortuoso camino de penitencia tecnológica. Entre las hojas caídas de los árboles, el barro del sendero y el dolor de pies, al tito le cambió el humor radicalmente, adquiriendo un semblante grisáceo verdoso que daba pena. Pero aún faltaba otro elemento más discordante –o concordante con las adversas circunstancias-, aparecieron las bicicletas, contrariamente a lo que cabría esperar, pues dicen que son para el verano, no. Nada eso, un enjambre de bicis nos faltaba por cruzar por detrás y por delante. Desde la cima de las conejeras nos hicimos la panorámica del día con alguna de ellas que se atravesó entre tanto.
Y el camino hacia el hospital Los Morales lo más parecido a la M-30 en hora punta. Era un no parar de apartarse para que no nos arrollasen. Y con la visión de unas buenas ampollas en las plantas siempre presente. Al llegar al antiguo sanatorio los olivares nos anunciaban la inminencia de la salida a la carretera, con los dos patitos -22- en el cuenta-kilómetros del GPS.
Bajamos deprisa la carretera del Brillante por el antiguo hotel Occidental –H. Ayre actal- hasta llegar a las cercanías del colegio La Salle, para llegar cuanto antes a nuestro destino. Al final hizo un buen día para andar, húmedo por las precipitaciones de la semana pero soleado, con una temperatura ideal -cero grados; ni frío ni calor-.
Al llegar al coche paramos el crono en 24,5 kms., una ruta mediana, pero mucho más larga de lo que debíamos haber hecho para estrenar las botas. Por fin descansamos.
Nada más, para empezar la temporada otoñal no estuvo mal si no fuera por el enorme dolor de pies que no se me olvidará fácilmente. Las miserias del senderismo.
¡Malditas tecnologías!
¡Buen Camino!