Después de tres largas e interminables semanas sin poder salir al campo, resultaba obligado entregarse a una ruta con cierto nivel de exigencia, en aras de conseguir dejar en el camino todo lo acumulado en la mochila, muy llena en esta ocasión.
A tal fin, y en mi caso, es imprescindible la concurrencia de desniveles de cierta importancia, pues el esfuerzo coadyuva a dicha necesidad. Resultó muy satisfactoria la ruta escogida, prueba de ello es que me encuentro como nuevo tras haber tomado este auténtico tratamiento psicológico, cuya indicación sería extensible a más de uno.
Teniendo en mente al Tito, el cual se encuentra aun recuperándose de su desafortunada caída, salimos, a eso de las 7:30 horas, desde la Estación de Renfe con destino hacia el puente de Pedroches, lugar donde pisamos tierra por primera vez cuando ya amanecía. Si bien solemos salir más temprano cuando tenemos previsto hacer una ruta de estas características (30 Km.), es aconsejable empezar este tramo con luz natural. No es la primera vez que hemos errado por las muchas sendas, cruces y caminos que por aquí se entrecruzan. Para evitar equivocaciones, y hasta el popularmente conocido “Puente de Hierro”, el camino correcto discurre prácticamente en su integridad paralelo y a la derecha del arroyo de Pedroches.
El sendero es espectacular en todo su recorrido. Los arroyos fluían con mucha intensidad, tanto el de Pedroches como el de Santo Domingo, impregnando el ambiente y el entorno de una humedad y frondosidad más propia de otras latitudes, lo cual convierte a este camino en uno de los más vistosos de nuestra sierra, únicamente eclipsado por la suciedad y basura que en determinados puntos nos encontramos (botellas, recipientes, bolsas, etc…). Huellas de algunos desaprensivos a los cuales les debería estar prohibido el acceso a estos lares. Por obvia que resulte la llamada de atención, subrayar que no debe arrojarse ningún objeto al campo. Ahorrándonos las discusiones sobre si posee o no naturaleza biodegradable lo adecuado es echarlo sin más a la mochila. Ya llegará la hora de tirarlo a un contenedor de basura a nuestro regreso. Así lo hacemos nosotros incluso con los restos de fruta.
Poco antes de llegar a la Iglesia de Santo Domingo nos encontramos con la primera dificultad de nuestra etapa. Una cuesta de gran desnivel que debemos subir con paso lento pero firme, evitando en la medida de lo posible pararnos. Si las vistas pueden resultarnos inmejorables una vez alcanzamos la cima, tal conclusión deviene equivocada una vez cogemos camino hacia la pista de aterrizaje de los Villares. Ya saben eso de “lo mejor es enemigo de lo bueno”. Se trata de un temible cortafuegos cuya cuesta es de órdago, sólo comparable a la satisfacción que produce su coronación, poniéndose en evidencia lo descomunal de la pendiente una vez echamos la vista atrás, momento en el cual, sin esperarlo, podemos visualizar una postal panorámica indescriptible, al alcanzar la vista hasta las sierras de la Subbética, cuyo contorno resaltaba con una nitidez extraordinaria, dado el buen día que hacía.
Tras pasar la pista de aterrizaje, lo cual hacemos por un camino que la rodea, llegamos al sendero que, paralelo a la carretera, nos lleva hacia Cerro Muriano (GR-48). Nosotros nos desviamos a la izquierda hacia el Campo de Golf de los Villares, cogiendo un camino que discurre por su perímetro, adentrándonos en terrenos de la Vereda de la Pasada del Pino. Caminamos por un roquedal difícil de describir, en el que predominan cantos rodados de majestuoso porte, los cuales, en algunos tramos, presentan formas y equilibrios inverosímiles, formando un paisaje que parece sacado de la afamada novela juvenil de Michael Ende.
El agua no fue la excepción en la etapa, siendo abundantes los arroyos que también nos encontramos en esta clásica vereda cordobesa, acompañándonos constantemente el arrullo del agua.
Una vez llegamos a la conocida carretera de “los Arenales” (Ctra. de Villaviciosa), giramos a la izquierda, cogiendo un sendero que, discurre a la izquierda de dicha calzada y que nos lleva hasta las instalaciones de Asuán. En este tramo el recorrido se hizo difícil y tortuoso para mi compañero de etapa, pues le comenzaron a faltar las fuerzas, rindiendo cuentas del esfuerzo realizado con anterioridad. Finalmente, y no sin poco esfuerzo por su parte, llegamos al Lagar de la Cruz, lugar donde paramos un buen rato, hidratándonos y comiendo algo de fruta, cogiendo fuerzas para afrontar los 8 km. que nos quedaban para finalizar.
A partir de Asuán todo el camino es de bajada, un auténtico tormento para mis rodillas. Bajamos despacio, recordando continuamente que ya una vez me lesioné precisamente allí, en el sendero de la Cuesta de la Traición. Una vez llegamos al Cerrillo el trabajo estaba hecho, quedando solo 5 km. para finalizar. En ese momento dimos cuenta de la ya tradicional bolsa de frutos secos que suele llevar mi compañero. Los orejones y las nueces endulzaron las dificultades pasadas y contribuyeron a crear la conciencia de haber disfrutado de una gran jornada campestre. Sin más llegamos a nuestro destino, haciéndonos el propósito de hacer una próxima ruta de gran recorrido, pues, desde luego, las que demandan mayor esfuerzo son las que dejan huella más profunda.
Añadir, para finalizar, unas palabras de mi compañero de ruta (a partir de ahora "Monsieur Gourmet", un reconocido paladar internacional de la alta, media y baja cocina), al cual también le ha entrado el venenillo por este deporte.
Monsieur Gourmet:
- Agradeciendo la cesión de este espacio por parte de mi compañero de camino, y dado que ya se ha encargado él de hacer una profusa descripción de la ruta realizada, sólo me gustaría añadir el recuerdo de la belleza de alguno de los recodos que en el primer tramo se van descubriendo a cada paso: mezcla de vegetación, agua y roca que son dignas de la mejor postal de nuestra sierra.
- Por otra parte, destacar que la ruta realizada es de todo punto recomendable. Libera tensiones; anima los sentidos; incita a la superación; y, como colofón, nos entrega durante varias horas a la autocomplacencia por el esfuerzo realizado y la consecución de nuestros objetivos.
- Dicho esto, y como dice Romerillo, efectivamente me ha entrado el “venenillo” de este deporte, pero en la ruta descrita este “venenillo” pasó a convertirse en autentico cianuro (nos remitimos a los efectos que produce en el organismo de tal sustancia). Sobre todo en el tramo final, donde hubo multitud de conatos de abandono, que se vieron abortados por la insistencia de mi acompañante y por la recompensa “cuasi” inmediata de una reconfortante parada, aun cuando fueron los tres Kilómetros más largos que he recorrido hasta hoy. Como decía nuestro paisano Lucio Anneo Seneca: “No hay camino que no tenga fin”. Afortunadamente diría yo.
- En fin, una ruta para repetir. Eso sí, cuando empiece a anidar, por su dureza, en el olvido.
- Hasta la próxima. ¡Buen Camino!