Al final la preciosa Ruta Loca la hicimos el viernes por la tarde y resultó un acierto. Así que repetiremos horario en estos dos meses de verano.
Salimos de Córdoba a las 18,30 h. en coche para Alcolea y aparcamos junto a la fuente de la entrada. Mientras nos colocamos las mochilas, bastones y pusimos en marcha el GPS empezamos a andar un poco antes de las 7 h. como estaba previsto. Con un poquito de calor, ma non tropo.
Salimos rumbo al hospital psiquiátrico, que sigue funcionando como pudimos comprobar, un lugar idílico en todo lo alto, donde abstraerse del mundanal ruido. Hay algo menos de 2 km hasta llegar allí, que se sube por una empinada carretera.
Tras algunas semanas sin sus paseos terapéuticos mi pobre sobrino parecía cabizbajo, lo encontré deseoso de comentar tantos asuntos que nos habían acontecido durante aquellos días. Algunos que pertenecían a la complicada vida de don Alonso y algunos otros al del mundo de Romerillo, en nuestras virtuales veredas cordobesas.
Pasado el Psiquiátrico termina el asfalto y se abre a la derecha, entre unos setos, una mágica entrada al campo. Al penetrar en ese otro mundo, no puedo por menos que acordarme de Alicia en el País de las Maravillas, abundando en la temática de la ruta del día
Giramos a la izquierda hasta el último rincón vallado, para descender por un camino bacheado entre la arboleda. Lugar frecuentado por bicicletas.(Véase la ruta “A Alcolea en bici”).
Surge entonces una profunda grieta a nuestro paso, pues justo donde termina ésta se encuentra un gran cruce. Si miramos a la derecha veremos la senda por donde apareceremos al final de la jornada. Si bien nosotros marcharemos hacia la izquierda, para realizar la ruta en el sentido de las agujas del reloj. Ligero, siempre ligero.
Cuando dejamos la llanura entramos por terreno de arboleda y matorral, encontrando pronto un pequeño venero en el lado derecho, una refrescante fuente de agua potable. Universal locus amoenus del viandante.
Ascendemos una pequeña cuesta hasta llegar a la finca de Román Pérez, con un cercado de ganado vacuno y otro de hermosos caballos. Para salir de aquella propiedad hay que abrir una valla y al hacerlo podemos encontrarnos durante unos metros con ganado suelto, que habrá que esquivar prudentemente.
Pronto a algunos metros de esa finca encontraremos un cruce de caminos (km. 5) por el que nos desviaremos a la derecha, rumbo a las ruinas del cortijo de la Alcaidía. A medio camino de la vereda de la Alcaidía se empieza a empinar considerablemente el terreno; paso corto y a apretar los dientes, ese tramo hasta el cortijo será el más duro de nuestra jornada.
Al llegar a las ruinas son las 8 y 20 h. llevamos 1 hora y 20 minutos de ruta y 7,7 kms. Pues antes del muro que las circunda, tomamos el camino de la derecha. Si siguiéramos rectos, bordeando el cortijo por la izquierda llegaríamos hasta Cerro Muriano. (Véase ruta Malditas Pedrocheñas).
Pues siguiendo por la derecha para retornar hacia Alcolea encontraremos a poco más de un kilómetro una oxidada valla (km. 10) que nos cierra el paso herméticamente cerrada. Justo a la izquierda, unos diez metros antes, hay una angosta gatera que nos franquea el paso. Nos agachamos y pasamos por allí que para eso está, seguimos por detrás de la alambrada hasta la valla y giramos a la izquierda por el camino más ancho, ojo, no por el de enfrente.
Por allí pronto encontraremos unas colmenas a mano izquierda, a unos diez o doce metros del camino; ni mirarlas, son peligrosas, seguimos nuestro camino apretando el paso girando hasta llegar a una escurridiza pendiente. Bajar despacito, paso corto, como subiendo, y zapatillas o botas con buenas suelas.
Tras un buen tramo con unas vistas espléndidas de Alcolea al fondo a la derecha, saldremos por un puentecito sobre un arroyuelo (km. 12) que semanas antes fluía con sus pececitos y tortugas en su interior, pero que nosotros encontramos seco, hasta salir a una bonita explanada.
Al empezar a rodearla por la izquierda Romerillo, que desconocía aquellos lares, vislumbró de pronto enfrente su más querido árbol frutal, hacia el que dirigió como sonámbulo sus viejas Chirucas, transformándose ipso facto en el temido “Robaperas”, cual endemoniado Míster Hyde. Tomó para sí alguna muestra que compartió conmigo y que nos pareció a aquellas alturas auténtica delicatesen.
Continuamos bordeando aquella especie de plazuela natural, ascendiendo por la falda de la colina. El camino se bifurca en dos, nosotros seguimos por el de la derecha -el de abajo- pegados al curso del arroyo, donde empezarán a surgir varias bocas de alcantarilla.
En la tercera alcantarilla (km. 12,7) paramos nosotros a descansar, para beber agua y para tomarnos otra piececita de fruta; cinco minutos y seguimos a buen ritmo, para que no se nos eche la noche si es posible.
Allí, a la vuelta de la curva, de improviso, aparece el enorme tubo (km. 13) que caracteriza esta ruta. Una conducción que cruza el cauce del arroyo a una altura considerable, con su extremo superior achatado para formar un estrecho pasillo por el que pasar. Angosto pasillo que –exagerando- requerirá nuestra ignorada faceta funambulista, y que posiblemente pueda provocarnos una leve sensación de vértigo al recorrerlo. Los ciclistas descabalgan aquí prudentemente.
Son las 9 y media y empieza a oscurecer. Cruzamos a la otra orilla del valle hasta llegar a una valla transitable. Por allí, por la parte más umbría del recorrido, pegados a las estribaciones de la montaña, disfrutaremos de la hermosa parte final del recorrido.
Para salir al cruce de la explanada nos cierra el paso una última valla cerrada por un enorme cerrojo. Pues antes de llegar a ella se encuentra de nuevo otra gatera (km. 15,2) que permite traspasar la alambrada, por la que habremos de salir.
Tras ascender unos metros daremos con nuestros cansados huesos en el cruce que dejamos esta tarde del otro lado y que nos encamina al Psiquiátrico hacia la izquierda, siguiendo de nuevo aquella profunda garganta del terreno.
Son las diez de la noche, pero se ve bien todavía.
Ya estamos cerca de la carretera, atravesamos nuestro seto, cual huidiza Alicia tras su conejo blanco, para entrar en el asfalto, de nuevo en la civilización. Bajamos por la carretera encendiendo la linterna para ser vistos por los escasos coches que por allí puedan rodar.
Salimos abajo a Alcolea con la fuente iluminada, como para darnos la bienvenida en una noche ya completamente cerrada. Allí a un simpático grupo de mujeres de edad más que avanzada le pedimos que nos hicieran una foto para poner el punto y final de la jornada. Éstas, medio asustadas por la súbita y extraña aparición nocturna, desestimaron con buen humor el encargo, para cederlo a sus vecinos del banco de al lado, vetustos como ellas. Mientras explicamos al anciano los intríngulis de una cámara digital y ensayó algún disparo medianamente válido, se oyó decir al fondo:
- ¡Estos cordobeses están locos!
Pues sí seguramente. Y es que esta ruta, al atardecer, por el Psiquiátrico, tiene su punto de locura.
No sé si es el aire puro, el cansancio o la terapia literaria, pero Romerillo bajaba a Córdoba en el coche con una gran sonrisa de nuevo.
Merece la pena. Compruébenlo ustedes mismos.
Saludos y
¡Buen Caminoo!