Monsieur Gourmet seguía sin pasar hambre. Lo abultado de sus ropajes lo ponía de manifiesto.
Resultando insuficientes las palabras el martirio devenía necesario e ineludible, a modo de tratamiento rehabilitador de su dependencia a la cuchara. La sentencia ya estaba puesta y la pena debía quedar en su memoria, de forma que resurgiera como calambrazo cuando sufriera la tentación de alargar la mano. La voracidad tenía fecha de caducidad. O eso creía yo.
Aún lo recuerdo jovial y risueño a eso de las 6 y 20 de la mañana, cuando llegó al punto de encuentro ataviado con su minúscula mochila y su desproporcionado báculo, el cual creo recordar había comprado en una tienda de antigüedades. Al parecer, según le dijeron, se trataba de un cetro medieval. Yo no entiendo de estas materias, si bien os puedo asegurar que el palo es de grandes dimensiones. Los perros no suelen ladrarnos a menos de quinientos metros.
Teniendo en mente la última etapa efectuada, Monsieur Gourmet se encontraba temeroso por el recorrido a efectuar. Tan es así que, en aras de ganar mi confianza, lo primero que me señaló es que había optado esta vez por no echar el bocadillo, indicándome su propósito de ingerir sólo fruta esta jornada. Tres extraordinarias naranjas que debían ser producto de algún cruce con sandía manchega, un plátano y una bolsa de frutos secos. Poca cosa, sólo para ir cogiendo peso en la mochila como preparación de etapas futuras más largas. Posteriormente me confesó que el regreso se le hizo muy llevadero, pues terminó con kilo y medio menos en la espalda.
Las primeras luces del día nos saludaron a escasos metros de la finca Román Pérez y las primeras cuestas nos acompañaron hasta la Alcaidía. Escasamente pudimos escuchar el sonido de los arroyos y los alegres pajarillos, pues los lamentos de Monsieur Gourmet eran recurrentes e intensos en dicho tramo. Efectuando retrospectiva, resuenan en mi memoria palabras ahogadas y algún que otro bufido, más propio del malhadado hijo de Pasifae y el Toro de Creta. Afortunadamente no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, llegando por fin a la fantástica meseta donde se ubica el cortijo que da nombre a la vereda antes citada. Monsieur Gourmet empezaba a tener fondo.
Recorrimos con gran regocijo las tierras de la Armenta, alegrando nuestras vistas con la inmensidad de los montes que en el primer tramo se divisan y adivinando la ubicación de las colas del pantano de San Rafael de Navallana por las brumas que entre montes resurgían. Con el sol a nuestras espaldas, Monsieur Gourmet comenzaba a ser consciente de la grandiosidad de nuestros parajes, comentando en más de una ocasión la satisfacción que le generaba tan impresionantes perspectivas.
Las sensaciones cambiaron unos metros antes de llegar a la Piedra Horadada, lugar donde nos encontramos ante una nueva cuesta. La ruta era penitencial y llegaba la hora de rendir nuevamente cuentas por los excesos pasados. Y bien que fueron rendidas. Pobrecillo, como si lo estuviera viendo. Que si esta es más larga que la anterior. Que si es que ya llevamos 20 kilómetros. Que si…, nuevamente bufidos, y, por primera vez, improperios. La letra con sangre entra y el tocino con sufrimiento sale.
Llegamos al Muriano sin prisa pero sin pausa, a poco más de 5 Km/hora. El ritmo no había sido bajo, ni escasa la distancia recorrida. Decidimos encaminarnos hacia la Cañada Real Soriana y parar en la zona conocida por el nombre de “los escalones”, donde encontramos unas piedras de grandes dimensiones ideales para entregarnos al refrigerio y hacer un pequeño descanso.
El momento fue inolvidable. Que naranjas más grandes. De Palma del Río me dijo que eran. Como el que no quiere la cosa se comió las tres, entregándose final y ceremoniosamente al plátano; aún me queda un huequecito me dijo. Vino a mi memoria en ese momento nuestro querido Tito, el cual en una ocasión me señaló que su madre había decidido ponerse al régimen, razón por la cual por la noche sólo comía dos piezas de fruta: un melón y una sandía.
Tras haber redistribuido Monsieur Gourmet su peso, en pleno proceso digestivo, nos enfrentamos a los últimos kilómetros de nuestro recorrido, siendo de resaltar que me sorprendió gratamente nuestro querido personaje. Lejos de achantarse por lo duro de la etapa me expuso que cuando acabasen tenía previsto irse a un buen restaurante a comer. Al parecer después de las tres enormes naranjas y del plátano todavía le había quedado un rinconcito considerable. Monsieur Gourmet no tiene remedio.
Sin pena ni gloria llegamos a nuestra meta, muy satisfechos por nuestro paseo campestre, siendo de resaltar que nuestro querido personaje terminó muy entero, plenamente dispuesto a entregarse de lleno al arte culinario y dar la máxima publicidad a los más de 33 kilómetros que había hecho. No es para menos Monsieur Gourmet.
Hasta la próxima. ¡Buen Camino!
Réplica de Monsieur Gourmet:
Dado que mi compañero me indica que haga algún comentario de la ruta, indicar tan sólo a modo anecdótico que no fueron tres sino dos las naranjas ingeridas, aunque de considerable y descomunal porte estas, recordándome por su redondez y tamaño los exagerados mofletes de aquellas entrañables ardillas de dibujos animados, Chip y Chop, creo recordar que se llamaban, que en más de un capítulo aparecen casi famélicas y devorando desesperadamente nueces, almendras y cuantos otros frutos secos podían conseguir.
*(Llamada de atención de Romerillo):
- Como podrán observar M. Gourmet no puede evitar hablar de comida.
Y continúa Monsieur Gourmet para rematar su tesis:
Tal como indica el comentario popular:
- “Yo estoy gordo de no discutir”. - A lo que el interlocutor contesta:
- “¡Eso no puede ser!”. - Respondiendo resuelto:
- “Pues no será”.
Un saludo
¡Y buen Camino!