El palacio de la luna (1989)

de Paul Auster

El palacio de la luna
«El sol es el pasado, la tierra es el presente, la luna es el futuro».

El protagonista de esta novela es Marco Stanley Fogg (Marco, de Marco Polo; Stanley, en memoria del periodista aventurero que se hizo famoso por la búsqueda de Livingston en el corazón de África; y Fogg, por el apellido materno, con el que Auster quiso rememorar al personaje de Verne que dio la vuelta al mundo en ochenta días), un joven huérfano que llega a sus dieciocho años a Nueva York en otoño de 1965 para estudiar en la Universidad de Columbia. Al llegar a la gran manzana vive en un pequeño apartamento alquilado con su tío, su única familia, un clarinetista bohemio y sentimental amante de la literatura, que al morir lo deja con el único legado de un montón de libros que irá malvendiendo para sobrevivir, hasta verse vagabundeando por los parques y viviendo a la intemperie.
De la más completa inanición y al filo de la muerte será rescatado por sus dos únicos amigos, Kitty -más tarde su novia- y Zimmer, en cuya casa vivirá un tiempo hasta encontrar trabajo. Será contratado para hacer compañía a un viejo ciego y extravagante postrado en una silla de ruedas, al que acompañará en sus paseos por la ciudad y del que deberá escuchar y escribir sus memorias antes de morir. La narración de esa vida plagada de sucesos extraordinarios le desvelará a su muerte su propia identidad familiar y personal.
Una historia repleta de sucesos al borde de lo inverosímil nos va revelando con lenguaje claro y sencillo la búsqueda de Marco por encontrarse a sí mismo. Una intrincada trama en la que se van sucediendo episodios de varias azarosas vidas que se entrecruzan y que no dejan de sorprendernos. El Palacio de la Luna es una narración que conjuga el ritmo de una buena novela de aventuras en la carretera al estilo de Jack Kerouac, el vigor de los mejores relatos de Conrad, el estudio psicológico de los personajes de Dostoievski y un cierto tono evocador o poético, propio de este escritor, que en esta obra consigue a través de sus continuas alusiones a la luna. 

Esta conjunción infrecuente le sirve a Paul Auster para firmar -sin duda- una de sus mejores obras y le sitúa al borde de la genialidad.

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PAUL AUSTER
 
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