Tras “A sangre fría”, epopeya de la violencia y del rencor social, era ineludible de inmediato bajar a su autor del altar para seguir escuchando aquella rica y atinada voz.
Nadie diría que es el mismo escritor el de esas dos maravillosas obras maestras. Esta es una pequeña historia de noventa páginas, aquella una gran novela de más de cuatrocientas. La novelita llevada al cine por Blake Edwards y Henry Mancini, con el papel estelar de Audrey Hepburn, es una pieza un tanto intimista, trasnochada y sutil, mientras que el relato de los crímenes de la granja de Kansas y de las atormentadas vidas de dos asesinos es la narración periodística de la realidad más grosera y cruel. Aunque podría decirse que en ambas subyace una censura y, a la vez, una profunda comprensión por las actitudes inmorales de sus personajes. Por ello y por lo demás comparten, secretamente, el trasfondo amargo de la novela negra, sin serlo decididamente ninguna de las dos.
Después de leer la trama de Capote es inevitable volver a la película, que como en otros casos, ha eclipsado definitivamente el relato del controvertido escritor americano. Entonces empezarán a entusiasmarse con Holly Golightly. La verán moverse por su destartalado apartamento con los mejores trajes de Givenchy, como flotando por el caótico guateque entre lo más selecto de la ciudad; o pintarse los labios antes de ponerse a leer una carta de despedida; o colarse por la ventana del vecino como lo más natural del mundo; o coquetear con el fotógrafo chino del cuarto a las dos de la mañana para pedirle que le abra el portal porque ha olvidado dónde ha dejado de nuevo las llaves.
Escucharán algunas frases inolvidables, que están en el libro o que no lo están, y son producto de su genial director. Como estas:
- “Se tarda exactamente cuatro segundos para ir de aquí a la puerta; yo le doy dos”
- “No entregues nunca tu corazón a un ser salvaje…”
- “Somos un par de seres que no se pertenecen, un par de infelices sin nombre, como este gato, no pertenecemos a nadie. Nadie nos pertenece, ni siquiera el uno al otro."
- “Si tuvieras dinero, me casaría contigo al instante. ¿Harías tú lo mismo?”
- “Al instante.”
- “Por suerte, ninguno de los dos es rico.”
Etcétera.
Y podrán oír embelesados una de las canciones más bellas de la historia del cine: Moon River, interpretada en el hueco de la escalera con una guitarra por su glamurosa protagonista. Una genial interpretación que no le cabía esperar a nadie, especialmente al escritor, que designó a Marilyn Monroe para el papel. Aunque sólo obtuviera finalmente el preciado Óscar de Hollywood de 1961 por la famosa canción de Johnny Mercer, eso sí, junto con toda la banda sonora de Henry Mancini; pero no el de mejor actriz, al que estaba nominada, pero que ese año fue para Sophia Loren por el papel más desgarrado en Dos Mujeres.
Yo comprendo que la película es ahora una cita impostergable. Pero conténganse, no pongan el vídeo antes de leerse el libro, porque se les escapará la verdadera esencia de la obra. El libro es más duro, más negro, más completo, más humano. Y sobre todo es literatura de veinticuatro quilates en cofre pequeño, muy apropiado para engastar con los mejores diamantes de Tiffany´s.
Capote, decididamente es uno de los grandes. Es un maestro de la ambivalencia y del sobreentendido. Con su finura estilística, desde el punto de vista de su personaje, el modesto escritor Paul Varjack –encarnado por un George Peppard demasiado rubio y demasiado guapo-, va introduciendo con sutiles brochazos impresionistas los rasgos definitorios de cada uno, centrándose en la jovencita Holly, de la que está enamorado. Una chiquilla maltratada por la vida, con un pasado que olvidar y el deseo de un futuro de ensueño, como el de las fascinantes vidas de cuento de las revistas de moda. Con la convicción de estar dispuesta a conseguirlo a cualquier precio. A costa quizás de algún terrible día rojo -no negro- cada cierto tiempo, de esos que te dan ganas de llorar, y que ella sólo consigue sobrellevar cogiendo un taxi al amanecer hasta la Quinta Avenida, desayunando en el escaparate de Tiffany´s, o curioseando por su interior, donde parece que nada malo te pueda ocurrir nunca.
A mí esos días con lo que se me quita todo es leyendo un libro tan bueno como este o, si acaso, escuchándola a ella cantar su canción ¡Tan pava!
Moooonnn Riiivveeeerr, my Huckelberry friend…