Hace poco más de un año, mortificado por una sorpresiva lesión que casi lleva al traste el proyecto veraniego, me regalaron un libro de Peter Harris, seudónimo bajo el que se esconde un escritor de nuestra tierra. Se trataba de “El secreto del peregrino”, obra que me entretuvo mucho y me hizo olvidar por instantes el desánimo que imperaba en mí, lo cual era de agradecer en aquellos momentos.
Guiado por tales buenas sensaciones, y como quiera que me encuentro ascendiendo un nuevo repecho que requiere evitar mayor peso, busqué intencionadamente otro libro del mismo autor, bajo la esperanza de lograr nueva enajenación mental. Lo he conseguido a tiempo parcial.
Partiendo de la base de que se trata de un best-seller de pura cepa, con todo lo peyorativo que para algunos ello conlleva, he de indicaros que para el que aquí escribe cumple con lo básico e imprescindible, entretener. Bien es cierto que ninguna mención más cabe resaltar al respecto, pero no lo es menos que la señalada no carece de entidad, sobre todo cuando resulta exigible ir ligero; siempre ligero.
El título hace referencia al protagonista principal de la historia, sir Isaac Newton, lo cual ya anuncia que el libro se encuentra lejos de poder ser encorsetado como novela histórica, pues resulta nula la credibilidad del relato, revelando así que nos encontramos ante pura ficción.
Si bien inicialmente pudiera pensarse que lo que evoca el título constituye la trama cardinal, lo cierto es que la existencia de unos manuscritos que contienen los datos necesarios para determinar la fecha del fin del mundo no es lo principal sino lo meramente accesorio, constituyendo la historia central la sospechosa desaparición de un supuesto falsificador de moneda y el descubrimiento de un cadáver envuelto en un velo de misterio. Historias paralelas que, unidas al robo de los manuscritos y la entrada en juego de una sociedad secreta, van confluyendo a lo largo de las páginas hasta entrelazarse definitivamente en un desenlace que ciertamente atrapa, incrementando por segundos nuestra curiosidad.
Ha de reconocerse que esto último no lo hace mal Peter Harris, pues consigue desde un primer momento que el lector devore con avidez las páginas, introduciéndose por momentos en la historia y haciéndonos partícipes de la investigación que se desarrolla en la novela, provocando, en no pocas ocasiones, que nos pronunciemos mentalmente sobre autorías y motivaciones, a la vista de las pistas que sucesivamente van entrando en juego, a modo de novela policíaca.
Libro por tanto ideal para todos aquellos que no exijan mayor pretensión que echar un rato de entretenimiento carente de calado.