Éste era uno de los libros que leí, por imposición de la asignatura de turno, allá por el Medievo. Sinceramente no recuerdo si me gustó en su momento. Lo único que tengo en mente es lo ya dicho, lo cual me hace suponer que no fue santo de mi devoción. Sea como fuere he de reconocer que proceder nuevamente a su lectura ha sido una delicia, y tan es así que cayó de una sentada.
Si en la historia interminable se entrevé una crítica a los cánones que rigen la sociedad actual, los cuales nos abocan inexorablemente al vacío existencial, en Momo resalta de forma más explícita la crítica al consumismo feroz, el cual nos esclaviza. Tal juicio, en conjunción con la reprobación del materialismo y éxito social como ratio vivendi, conlleva a que nos encontremos ante una obra de ficción que paradójicamente refleja fielmente la realidad actual.
Momo, cuya especial virtud es saber escuchar, constituye el contrapunto al descontento e insatisfacción que genera nuestra forma de concebir y emplear el tiempo. Un rayo de luz cuya única arma es el enriquecimiento del alma a través de lo que en principio pudiera considerarse, con una visión productiva/económica, fútil u ocioso. La esencia de las cosas en contraposición a los hombres grises, o, efectuando la correspondiente extrapolación, frente al capitalismo y todo lo que nos roba, en pos de la prosperidad, nuestras preciadas flores horarias. En suma, un sofisticado cuento de hadas.
Realizado el anterior planteamiento, está claro que Momo no es sólo un libro para niños. Aunque sea catalogado como literatura juvenil, lo que en el mismo reside difícilmente puede estar al alcance de los que se encuentren encorsetados, por edad, en dicha categoría. Seguramente será apreciado en mayor medida por los que ya están peinando canas. A muchos de éstos está reservado desgraciadamente identificarse sin esfuerzo con los villanos del texto. He de reconocer que tras terminar el libro me sentí gris, eso sí, tirando a blanco.
El texto nos hace meditar, generando un anhelo: vivir la vida y disfrutar del momento rompiendo la rutina. Y todo ello dando importancia a las pequeñas cosas, que son de las que tenemos que disfrutar, pues son las que realmente poseen un valor intrínseco, de mayor entidad que el crematístico, y alimentan nuestros maltrechos fueros internos. Para ello hace falta vaciar las mochilas, desde luego no poco cargadas con cosas superfluas e innecesarias. No es mal sitio para empezar las mágicas veredas cordobesas. Allí nos encontraréis.
"¡Id con Momo!".
Esperamos que os guste.