Verdes Colinas de África

(1935) De Ernest Hemingway

Verdes Colinas de África

Debo a Jack Kerouac la lectura de las Verdes Colinas de África. En su novela On the Road (En el Camino) se dice que es el mejor libro de Hemingway. Las dos novelas son intencionadamente autobiográficas y en ambas subyace el mismo espíritu aventurero, rebelde y apasionado. La primera, de 1935, la que nos ocupa hoy, es la historia de un safari en África durante un mes en plena naturaleza salvaje. La segunda, de 1957, el descontrolado periplo de su autor por las carreteras y ciudades de Norteamérica haciendo auto-stop. Pero si la de Kerouac es sin duda su mejor obra, la de Hemingway no; El Viejo y el Mar, esa pequeña obra maestra, lo evita, eso sin contar con Fiesta, Adiós a las Armas o Por quién doblan las campanas, sus tres creaciones más celebradas. Aún así, puedo entender que Jack la pueda preferir y, de paso, esgrimirla como bandera. Y en todo caso, entre esa fértil producción literaria, Verdes Colinas de África, por ser una obra de aventuras en la naturaleza, a semejanza de las nuestras por las mágicas veredas cordobesas, merece la pena leerse antes que la mayoría de best-sellers, dando por exacta la sentencia que decía eso de “lo mejor es enemigo de lo bueno”. Mi labor será tratar de mostrar alguna de esas bondades.



Conviene resaltar las palabras del prefacio del escritor, que aclara desde el principio su intención de hacer una “novela veraz”, que describa los hechos reales tal como han sucedido, para ver si esta podría competir con una obra producto de la imaginación. Con lo que está igualando la novela de ficción a la novela testimonio o de no ficción, sin que por ese hecho pueda tener una ventaja definitiva sobre la otra.


Nunca podremos estar completamente seguros de la honestidad del autor, pero supongo que es al juego que debemos jugar para disfrutar de este libro. Su intención será narrar las aventuras y desventuras de Ernesto, el escritor cazador, junto a su mujer e hija y un par de amigos cazadores, entre la sabana y la selva africana, durante las cuatro semanas de vacaciones de 1933. Por lo tanto es un libro en el que vamos a conocer de primera mano al hombre amante de la naturaleza, al aventurero, al cazador. No por lo que nos digan de él los demás sino por lo que nos dice él mismo en primera persona. Esto me parece ya bastante interesante de por sí –la vida de Hemingway cazando gacelas, kudus o búfalos- sin entrar en la calidad intrínseca de la novela.


Verdes Colinas de África es una novela de sus propias vivencias en la que mostrará de paso sus propios principios estéticos: sobriedad estilística al servicio de lo que se quiere decir en el fondo. Predominio del periodo corto, a base de oraciones simples, yuxtapuestas o coordinadas, en lugar de las largas oraciones subordinadas, a las que consideraba estáticas, carentes de movimiento. Prefiriendo la sucesión de frases cortas, de pequeños flashs al estilo cinematográfico, que le dan mayor fluidez y fuerza al relato. Todo ello en aras de encontrar una gran dosis de autenticidad en su prosa.

Este estilo le valió a Hemingway una enorme popularidad, hasta el punto de ser imitado por muchos escritores a lo largo de varias generaciones, lo que habla muy a las claras de su talento para la narración. A mí me recuerda a Pio Baroja; tan honesto, tan desgarrado y casi tan serio como él, al que conoció personalmente –incluso asistió a su funeral- y del que sin duda debió obtener su benefactora influencia literaria.

Verdes Colinas de África narra las actividades de varios días de caza desde antes del amanecer hasta la puesta de sol. Cuenta con pincelada impresionista las prolongadas esperas en los solitarios aguardos de los salegares y de los arroyos, donde volvían los animales cada día para tomar su ración diaria.

Con sus reflexiones aprendemos el ritual arte de la caza mayor; comprendemos el valor de una buena pieza, de una pieza menor o de una pieza prohibida; apreciamos las cualidades inestimables del buen rastreador nativo frente a los guías menos expertos, como en un catálogo de perros de caza; asistimos al acoso y derribo de la mejor presa, tras varios días de inútil y frustrante seguimiento; a la auténtica felicidad del cazador; a los desvaríos y excesos de Ernesto, que nunca ocultó; a los momentos de descanso después de una dura jornada de cacería; y a los ratos de tertulia con los compañeros y rivales, y a los más tiernos diálogos familiares.


Entre tanto, aparcando el tema cinegético durante unos momentos, una pequeña entrevista de campaña al volver al campamento, sobre sus preferencias literarias, entre un buen asado, una buena cerveza o un vaso de whisky para soltarle la lengua. Y escuchamos de boca del propio escritor enumerar las raras cualidades del buen escritor.


Tras repasar los defectos de algunos escritores pasados y contemporáneos norteamericanos y reiterar la perniciosa influencia de las críticas desmesuradas –para bien o para mal- pasa a explicar que el buen escritor ha de ser un hombre inteligente y desinteresado y, ante todo, debe tener un talento enorme, como el de Kipling, la disciplina de Flaubert, una gran honestidad y ausencia de retórica –como Baroja, digo yo- y, por encima de todo, debe sobrevivir. Es decir, tener asegurado, de una u otra forma, el pan de cada día, para no ser deudor de su público, y escribir siguiendo sus propios principios éticos y estéticos.

 
Veremos cómo hombre y escritor son inseparables. Cómo al diestro cazador aficionado lo inspiran los mismos principios del escritor profesional.


Verdes Colinas de África, como toda su obra, trasciende la mera narración de unos días de safari. En ella está la lucha por la supervivencia ante un medio hostil, la superación a través del trabajo y del esfuerzo –tan denostado hoy-, la voluntad de poder -influenciado por F. Nietzsche, como el propio Baroja y muchos de sus coetáneos-, la realización personal y la moral del hombre. Temas transcendentales que aparecen en esta entretenida novela de aventuras, sin ser mencionados siquiera. Porque, según Hemingway, la novela debe ser como un ICEBERG, que deje ver apenas una octava parte de lo que en realidad se cuenta, dejando para el interior, apenas sugiriendo, las otras siete octavas partes, que le dan consistencia a la obra.

 

Su novela hoy puede resultar a algunos escasamente ecológica –no lo pretende, claro-, un tanto machista y, por qué no decirlo, hasta racista, si no somos capaces de situarnos ochenta años atrás, en el primer tercio del siglo XX, antes de la 2ª Guerra Mundial, en los confines del continente africano. Sin embargo la obra es fresca y viva como cuando salió de la mano del gran escritor norteamericano, y tiene todo lo necesario para pervivir como un auténtico clásico del género.   


La novela, como reflejo de unos retazos de la propia vida que es, no tiene realmente una trama ni tiene un final redondo o inesperado que cierre artísticamente la obra, termina como finaliza tristemente una cacería o unas vacaciones de verano.

 

Esta modesta reseña sin embargo sí tendrá su conclusión final, que, en mi opinión, debiera animar a la lectura del libro. Y me gustaría hacerlo imitando el estilo recio y contundente del autor, que no es el mío:


Verdes Colinas de África es una novela apasionada y auténtica. Su autor y protagonista, Ernest Hemingway, narra su experiencia personal durante largas y tensas jornadas de cacería. Después de complacerme con su ágil y enérgica lectura destacaré dos cuestiones, de distinta importancia:

 

- Que el protagonista era un jodido cazador cabrón.
- Y que su autor escribía de cojones.

Disculpen. Pero no se la pierdan.


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