El alma de la ciudad (2007)

Jesús Sánchez Adalid

El alma de la ciudad

El eminente sentido económico que impera en este segmento de la cultura, constituye una de las razones de la abundante publicación de novelas en los últimos años, predominando una falta de calidad en la mayoría de las creaciones, al constituir meros productos dirigidos primordialmente a captar cuota de mercado, tomando como ratio “igualar por abajo” y llegando a predominar, en numerosos casos, el continente sobre el contenido.

La realidad antes expuesta determina que pueda catalogarse de auténtico hallazgo leer alguna novela contemporánea que vaya más allá de producir entretenimiento en el lector, no siendo excepción (pues son abundantes) las que ni tan siquiera esto último lo consiguen.

Dicho motivo provoca que muchos lectores únicamente se decanten por obras que han conseguido derrotar la condena al olvido que impone el paso de los años, al constituir tal superación una garantía de su calidad. Así ocurrirá con muchas de las escritas por este autor, al constituir una auténtica excepción a lo que de ordinario nos encontramos en las librerías.

Tras haberme dejado guiar últimamente por las campañas publicitarias, y proceder a la lectura de “Tierra Firme” y “Venganza en Sevilla”, de Matilde Asensi (sin pena, gloria ni mayor consideración), y “Africanus, el hijo del cónsul”, de Santiago Posterguillo (recomendable), me decanté por leer otra de las novelas de Jesús Sánchez Adalid, al recordar las gratas sensaciones que me produjo en su día “El mozárabe”, ya comentado en una reseña anterior.

Si disfruté con las aventuras y desventuras de Don Luis María Monroy de Villalobos, magistralmente hilvanadas en la trilogía conformada por “El cautivo”, “La sublime puerta” y “El caballero de Alcántara” (mejor la primera que el resto), la lectura de “El alma de la ciudad” me ha generado un deleite que excede de la ya suficiente distracción, dejando una impronta no deleznable y digna de resaltarse.

Premio de novela Fernando Lara 2007, “El alma de la ciudad” está presidido por la búsqueda del sentido de espiritualidad que debe regir nuestras vidas, utilizando la fundación de Plasencia a modo de metáfora entre dos ciudades, la de Dios y la de los hombres, representada ésta última por la humanidad descarriada que se ha olvidado de nuestro Creador.

Tomando como cabecera “De civitate Dei” de Agustín de Hipona, refleja el vacío existencial que genera la identificación del sentido de la vida con la satisfacción de los deseos y placeres terrenales, dando respuesta a las preguntas que, a la vista de lo efímero de nuestras existencias, nos hacemos todos a lo largo de nuestro peregrinaje, pues, al fin y al cabo, todos somos peregrinos con un mismo destino. Cierra el círculo y ayuda a tal comprensión la entrada en juego del Camino de Santiago, en cuyo recorrido el protagonista principal relata su vida, núcleo de la novela.

Como igualmente me ocurrió con el mismo autor en ocasión anterior, nuevamente se genera la sensación de que no voy encontrar fácilmente otra obra que supere la ahora comentada, más aun cuando su lectura no solo produce entretenimiento. Favorece la convicción de que hay que ser humildes, removiendo conciencias, pues todos somos o hemos sido hijos pródigos.

Lo que deja huella en el orden moral debe ser bien recibido, resultando un libro más que recomendable no solo para los amantes de la novela histórica, sino en mayor medida para los que entreviendo que no solo de pan vive el hombre, les resulta indefinido y difuso el alimento que realmente precisan.
Las razones antes expuestas motivan la elección de “El alma de la ciudad” para realizar esta escueta reseña, con la que otra cosa no pretendo que alentar a la lectura de la novela, auténtica asignatura pendiente para los amantes de la literatura contemporánea.


Buena lectura.

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