Los dos aspirantes de peregrinos ante el albergue de San Nicolás de Flüe de Ponferrada
 

Capítulo 7. La casilla de salida: Ponferrada

Día “D”: Empieza nuestro Camino de Santiago

Juntos en la puerta del albergue de Ponferrada

14 de agosto de 2011. Salida a las 4 horas de la madrugada.
Estamos en marcha. Como era de esperar no hemos pegado un ojo ni Don Alonso ni yo, pero no importa, estamos felices. Aunque no puedo decir eso de “ya descansaré estos días”; me temo que no tendremos muchas oportunidades para ello.
Un largo viaje sin novedad, con tan sólo una breve parada en Manzanares para desayunar. Romerillo estuvo al volante de mi bólido hasta Madrid y continuó hasta León, casi 700 km –él es así de tremendo-, mientras que yo hice los 160 km finales hasta Ponferrada; un recorrido salpicado de peregrinos. Ir contemplado a los esforzados caminantes con sus pertrechos a cuestas a esa hora del mediodía, con el sol en lo más alto, marchando por los estrechos andaderos junto al arcén de nuestra carretera, fue algo mágico, una visión sobrenatural difícil de olvidar. A la una estábamos en la casilla de salida; Ponferrada. Dejamos el coche en la explanada que está delante mismo del albergue público San Nicolás de Flüe, como vulgares turistas. Cogimos los bártulos del coche y directamente nos pusimos en fila para solicitar, ya dentro, nuestro primer alojamiento.

Como era allí mismo donde empezábamos nuestro Camino no gozamos de ningún privilegio a la hora de escoger el sitio. Los peregrinos que llegan a pie de la etapa anterior son los que tienen prioridad. La etapa anterior partía de Foncebadón en este caso, ese lugar con un montículo coronado por la famosa Cruz de Hierro, en la que se deja una piedra que se ha llevado desde casa, para pedir un deseo o dar gracias por algo. Tras los caminantes tienen prioridad los peregrinos que llegan en bicicleta o a caballo –muy pocos- y finalmente los que salen desde allí, como nosotros. Así es que nos alojaron en un lugar recóndito, un subsótano sin ventanas, sin otra ventilación que una puerta de entrada y otra de salida al fondo, una enorme habitación plagada de literas muy próximas unas de otras.
Se van ocupando las plazas por orden de llegada, pero tuvimos la suerte de llegar de los primeros a esa habitación y pudimos colocar nuestras cosas con cierta tranquilidad, para salir a tomar el almuerzo después fuera del albergue. Cuando llegamos de vuelta aquello era un amasijo humano, algo así como un barracón de Auschwitz, pero con las puertas abiertas. Decir que dejamos cinco euros cada uno como único pago por nuestro alojamiento, a modo de donativo, puesto que el albergue era público y gratuito; una de las muchas cosas buenas que tiene el Camino.

El albergue de San Nicolás de Flüe es grande y bien acondicionado y, aunque dispone de modernos servicios y está construido con una clara idea de cumplir con su función, está diseñado con gusto y se encuentra en perfecto estado de mantenimiento, incluso diríase que no está exento de cierto encanto, pues dispone de un gran patio central con césped y bancos de madera, que separa la zona de alojamientos de la zona del resto de instalaciones –duchas, lavabos, sanitarios, aparcamientos de bicis…- resaltando del conjunto una pequeña iglesia rústica antigua, con su campanario y todo, dentro del mismo recinto, a la que se puede acceder también desde fuera y que le confiere un aspecto singular.

Cuando sacamos las cosas que llevaríamos todos los días y las colocamos encima de la cama me ruboricé al mismo tiempo que Romerillo se escandalizaba. No sé cómo había calculado el tamaño y el peso de mi mochila, pero a todas luces aquello era excesivo, así es que decidimos hacer una buena purga y desprenderme de todo lo que no fuera estrictamente necesario, e incluso de parte de lo que yo había incluido como tal. Don Alonso, que ya tenía experiencia del pasado año, apenas tuvo necesidad de hacerlo. Entre otras cosas, siguiendo los consejos de mi maestro, me quise deshacer, no sin alguna reticencia inicial, de un par de camisetas, del pijama, del bañador y de dos pares de calcetines de más –me quedaría con los puestos y otros, pues lavaríamos cada día-, de la bolsa del agua con el tubo que usaba para hacer senderismo, que pesa 2 kg llena, del bote del café y otros arreos para el desayuno –desayunaría por el camino-, de la navaja multiusos, de algunas pinzas de la ropa y de los imperdibles. Conforme me iba deshaciendo de todo me iba sintiendo mejor. Dejé en el coche también los pañuelos de papel y el desodorante, el antifaz y los tapones para dormir –cuando esté muy cansado no creo que nada me impida dormir-, la protección solar, la crema hidratante y la mayoría de medicamentos del botiquín, pues en realidad no pensaba montar por los senderos ninguna farmacia. Creo que esta es una de las principales lecciones que se pueden sacar del Camino; la de apañarse con cualquier cosa y la de prestar atención sólo a lo realmente importante. A lo largo del recorrido iría perdiendo otras cosas que ya iremos viendo y que en lugar de hacer más duro mi Camino, lo hicieron más llevadero.

Abandonado todo el lastre en el maletero del vehículo procedimos a buscar un lugar donde saciar nuestro apetito, para lo que emprendimos un largo paseo que lo convirtió en voraz, pero que al fin fue satisfecho con creces. Después regresamos para dejar el coche bien aparcado en el parking cerrado hasta nuestro regreso de Santiago. El resto de la tarde la dedicamos a pasear y a hacer fotos por la hermosa villa de Ponferrada, sobre todo por su espléndido casco histórico y por los alrededores de su emblemático Castillo Templario, símbolo del poder y de la relevancia de los señores feudales y de la propia Iglesia en aquella comarca durante una gloriosa época, que dejaría para siempre su reflejo en el lugar, como lo harían en nuestros anhelantes corazones.

A las siete asistimos a la Misa del Peregrino en nuestra encantadora iglesia del albergue. Antes Romerillo, tan inquieto como siempre, ya había estado charlando con el párroco de la misma un buen rato mientras yo trataba de organizarme dentro –es que Don Alonso es un amante de las tradiciones y un poquito “capillita”-.
La misa, a mí que soy un mero turista de las iglesias, me pareció un espectáculo sorprendente. A dar los Santos Oficios ayudaron varios jóvenes de alguna de estas congregaciones religiosas que por allí pululaban con motivo de la visita a España del Papa Benedicto XVI. El cura –nuestro párroco- resultó ser un perfecto orador, conmovedoramente sencillo y entrañable –con los debidos respetos y en el mejor sentido de la palabra: un verdadero profesional-. Una chica de los agustinos –que esta era la orden religiosa- amenizó toda la misa con su guitarra, acompañando los cánticos de sus compañeros. Además, durante la liturgia se escenificó el lavatorio de los doloridos pies de cuatro de los peregrinos asistentes, como hizo Jesús con sus discípulos, según el Evangelio, para ejemplificar el servicio a los demás, desde el más puro sentido hospitalario que allí se respiraba como a lo largo de todo nuestro Camino.

A la iglesia asistieron también fieles ponferradinos, que junto a los numerosos peregrinos abarrotamos el pequeño interior de la misma. En otro momento nuestro sacerdote ordenó que todos nos cogiéramos de la mano formando un gran círculo mientras se cantaba una conocida oración. Todo muy participativo y fraternal.
Pero lo que realmente nos conmovió a todos fue la dicción de una hermosa poesía que recitó un peregrino muy mayor ya, seguramente jubilado, que narraban las palabras que el Creador dedicaba al despertar de los sufridos peregrinos.


Decía algo así como:
-“Peregrino, ya está puesto el camino para que comiences tu jornada.
- Ya he puesto los cantarines pájaros sobre los primeros árboles.
- Y le he dado su verdor a los prados…”
Una conmovedora y tierna oración más propia de los grandes escritores místicos del Renacimiento que de aquel buen hombre desarreglado con sus ropajes de senderista maltrecho. Una evocadora pieza lírica que hizo mella en los sensibleros corazones de los asistentes, propensos a esas sutiles emociones, y que, como otras cosas de ese primer día, dejarían una huella inmarcesible para la posteridad.

Continuaremos con nuestra 1ª etapa: Ponferrada-Pereje (32 km)

Documentos adjuntos a esta publicación
Romerillo junto al coche en la parada de ManzanaresEl tito a las puertas del albergue público de PonferradaRomerillo en el interior del albergue de PonferradaEl tito en el albergue de PonferradaRomerillo ante el cartel de la visita del Papa Benedicto XVILa estatua de un aguador con el titoRomerillo ante la fachada de un bonito edificio del casco histórico de PonferradaEl tito ante el gran foso del ríoRomerillo haciendo castillos en el aireEl tito defendiendo el paso al castillo templarioLa crucifixión de Romerillo bajo el castillo
 
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