Ambos por el Bierzo entre vides de Mencía
 

1ª etapa: Ponferrada-Pereje 32 kms

Un gran comienzo

El Tito con Santiago en Villafranca del Bierzo

Después de aquella conmovedora Misa del Peregrino en nuestra rústica iglesia del Albergue de San Nicolás de Flüe de Ponferrada salimos a cenar fuera. Romerillo, en su papel de don Alonso, parecía reticente a ello, tal vez los espíritus le habrían anunciado algo que no pude percibir yo. Empezó a lloviznar y nos metimos en el restaurante más cercano; un lugar en el que un par de ineficientes camareros amateurs pretendían dar servicio a un puñado de peregrinos hambrientos y a algunos trasnochados domingueros del lugar, sin conseguirlo. Tras un desmesurado tiempo de espera nos largamos de allí con visibles muestras de frustración y mal humor. Después de aquel preludio religioso diríase que nuestro reino no fuera de este mundo. Finalmente, medio empapado, acudí en solitario con una vulgar bolsa de patatas fritas y otra de frutos secos al punto de encuentro en el albergue con Don Alonso, que empezaba a amenazar con algunas rarezas que no auguraban nada bueno para el comienzo de nuestra expedición.

Deben saber que a eso de las diez de la noche en los albergues municipales del Camino de Santiago hay toque de queda. A partir de esa hora hay que acostarse y no moverse del catre ni hacer ruido, y unos minutos más tarde se apagan las luces y hay que recurrir a las linternas para orientarse cada uno con sus bártulos. Aunque teníamos todo recogido y ordenado me faltaba dejar fuera y a mano la ropa para salir pitando por la mañana de madrugada. Pues hubo un momento en que me agobió aquella densa atmósfera cargada de peregrinos ululando alrededor de sus literas, como yo. Apagada la luz el hormiguero en el que estábamos empezó a toser sin ningún ritmo ni compás y decenas de linternas empezaron a relucir en la penumbra como luciérnagas, mientras los más exigentes chistaban a los más parlanchines para poder dormirse. Poco a poco la enorme habitación se fue quedando en silencio, a oscuras y lista para que todos nos entregáramos a los brazos de Morfeo. Tras un largo viaje, sin siesta y con un buen puñado de emociones de diversa índole sobre nuestras espaldas no nos fue difícil, a pesar del entorno, conciliar el sueño.
Sonó nuestro despertador a las 5,30 horas, pues no se abrían las puertas del albergue hasta las seis, así es que a esa hora, sin desayunar –ni siquiera con los arreos del desayuno- salimos por la puerta de la casilla de salida de nuestro simbólico juego de la oca, junto a algunos locos más como nosotros, para extendernos por la villa de Ponferrada rumbo a Villafranca del Bierzo, en principio nuestro punto de partida, a unos 25 kms. Si el juego de la oca simboliza el Camino de Santiago según una vieja tradición de los templarios, que tanta huella dejaron por estos lares, Ponferrada sería la casilla de El laberinto. Recorrimos sus sinuosas calles con las linternas de frente encendidas como dos cíclopes miopes, tratando de identificar las escasas flechas amarillas que delimitan el Camino. Hace fresco a esas horas por la provincia de León y sólo me protege una fina manguita larga que acerté a salvar de expolio y que pronto resultó suficiente. Las sensaciones magníficas; como en un misterioso sueño que acabáramos de entrar. El paso raudo, ligero, siempre ligero. Parejas de peregrinos a lo lejos que habrían salido de distintos albergues y alojamientos de la población, delante, pero sólo por el momento, aunque a algunos les cuesta doblegarse. Romerillo se ha desprendido ya de Don Alonso y lleva ya unos kilómetros en traje de faena con la directa puesta, atendiendo a las encrucijadas y señales del desconcertante terreno.
Dejamos atrás el centro de la Villa y sin solución de continuidad atravesamos la localidad limítrofe de Compostilla, donde nos topamos con una preciosa ermita prerrománica en medio de un parque espectral, sumidos aún en la más profunda oscuridad.
Tras darle la vuelta a la ciudad por el norte salimos hacia el oeste, como los mediáticos colonos americanos, encajándonos en el arcén de la Nacional 6ª, en una infinita recta que ascendía suavemente hasta conducirnos a una senda que cruza los campos de labranza de la Maragatería leonesa.
A medida que el día se abría iba naciendo en mí una sensación de recelo e inseguridad. De pronto algo no iba bien: la cámara, la cámara de fotos. Todas las magníficas sensaciones que hasta ahora me habían acompañado hasta las afueras se tornaban en una terrible pesadilla. Al amanecer se me vino a la cabeza la posibilidad de hacer fotos de aquellos lugares primeros de nuestro Camino, y traté de encontrarla, sin éxito. En los bolsillos de fuera no estaba, era muy raro, debería de haberla dejado a mano. La maldita Altus de los mil departamentos. ¿O la tendría Romerillo? Conste que no era la primera vez que echaba la culpa al pobre de mis errores. A la entrada de Columbrianos, en una pequeña área recreativa con unas pocas mesas y unos pocos bancos, hice detener la expedición para que ambos vaciáramos las mochilas y dilucidáramos el paradero de la misma, los nervios no me dejaban seguir, no cabía más demora. Afortunadamente la cámara estaba en el fondo de mi mochila, claro; me la dejaría allí Don Alonso anoche, porque ese no era su sitio. Así que respiramos profundamente y continuamos nuestra senda, no sin el merecido rapapolvo de mi compañero, al que también había llegado a poner nervioso y, de nuevo, en duda. Por fin podíamos volver a gozar del camino.
A continuación, tras atravesar aquella tierra plagada de las buenas vides de Mencía, sobre el kilómetro once o doce de nuestra etapa y dejar atrás las vecinas localidades de Fuentes Nuevas y Camponaraya, tuvo lugar uno de los episodios inefables que dejarían huella en nosotros. Como saben no habíamos desayunado, ni siquiera cenamos anoche en condiciones, menos aún mi anoréxico compañero, que interpretaba libremente los sabios consejos de su dietista, que no era otro sino yo. Por lo tanto, tras más de dos horas de esforzado recorrido empezamos a tener un poco de hambre, bastante hambre. Las uvas del camino tentaron nuestra quebrantada moral, aunque no quisimos sucumbir a adentrarnos en los arados cual truhanes gañanes, pues proliferaban por allí llamativos interdictos censurando de antemano estas inapropiadas conductas. Pero a ambos lados del sendero empezaron a surgir pequeños huertecillos apenas aislados por sus pequeñas cercas de tablas y alambrado, por donde colgaban las ramas de algunos desvencijados árboles frutales: naranjos, limoneros, muchos manzanos con pequeñas manzanitas y, sobre todo, perales, cantidad de perales con su fruta más o menos madura. A los ojos de dos pobres urbanitas como nosotros diríase que estuvieran desplazados allí junto a la vereda por sus amos para que los sufridos peregrinos pudieran nutrirse a su paso. Pues por allí empezaron a descolgar unos largos brazos aquellos jugosos frutos que nos sirvieron de aperitivo al desayuno que se demoraba inmisericordemente. Así pues allí nació el tercero de nosotros, un personaje misterioso, esquivo, romántico y generoso, como el Tempranillo, con el más hospitalario espíritu jacobeo, para dar satisfacción a nuestras materiales pero ineludibles necesidades de peregrinos. Allí nació una leyenda que ha recorrido innumerables caminos huertanos después sembrando el pavor entre los tacaños y ricos hacendados, el mítico superhéroe del senderista: “El robaperas”. Maravilloso personaje que nos acompañará en todo el recorrido.
Por fin a los quince kilómetros del albergue de Ponferrada, a las ocho de la mañana, a la entrada de Cacabelos, emblemático poblado del Bierzo, entramos a una pequeña taberna donde desayunamos unas deliciosas tostadas y un buen café con leche, que nos hizo recobrar las fuerzas y la sonrisa.
A la salida, en la puerta de la Capilla de San Roque, erigida en 1.590 para proteger a los parroquianos de la Peste, le tomé la primera foto a mi amigo, que posó rebosante de felicidad y aún bien afeitado y acicalado con su camiseta verde pistacho de Las Mágicas Veredas Cordobesas. Después nos hicimos otras en la puerta del albergue municipal y en las calles de Cacabelos, que conservan el encanto de lo rústico y tradicional del Camino.
Cabe señalar que hasta aquí el recorrido pueda resultar desilusionante al novel peregrino, pues gran parte del mismo transita por el arcén de la carretera y sobre el propio asfalto. Aunque a partir de Cacabelos, al paso del río Cúa, y hasta Villafranca del Bierzo no abandonamos ya la tierra y los senderos empiezan a hacerse menos cómodos, ahora que empezamos a notar los kilómetros en nuestros pies. Destacar antes de llegar a Villafranca el taller del escultor Arturo Nogueira, una exposición de blancas esculturas al aire libre, probablemente de mármol, pues la escayola no aguanta la intemperie, que contrastaba en medio de un mar de verdes vides a su alrededor, en cuya fachada reza esta leyenda: “Allí donde mis sueños echen raíces y la libertad sea un muro de luz y aire puro, esa sí será mi tierra”. A. Nogueira.
A la entrada de la gran capital del Bierzo, a las 9,30 h., nos detuvimos en el peculiar albergue del Ave Fénix para reponer nuestras botellas de agua e inspeccionar el famoso alojamiento, por si nos interesaba quedarnos allí. Aunque el recinto era acogedor y su progre hospitalero bastante solícito decidimos continuar adelante y llegar hasta Pereje, porque era demasiado temprano aún y Romerillo ya conocía aquel recóndito hospedaje del año anterior, al parecer uno de los más confortables del recorrido. Atravesamos la gran urbe rústica de Villafranca hasta dar con su monumental Catedral, que visitamos en poco rato, para salir de la población por el gran puente sobre el río Burbia, en cuya entrada se exhibe el monumento al peregrino, ineludible punto fotográfico. A las 10,20 h. salíamos de la hermosa capital por el arcén izquierdo de la carretera hasta que pasado un kilómetro nos condujo a un confortable andadero asfaltado, bajo la sombra de los enormes chopos y de los umbríos castaños de gran porte que escoltan el cauce del río Valcarce a nuestro lado. Allí coincidimos con un atlético peregrino vasco que había salido de Roncesvalles, al que alcanzamos con dificultad y con el que trabamos una grata conversación durante esos cinco últimos kilómetros hasta nuestro destino en Pereje, y que hizo mucho más llevadera el final de nuestra larga primera etapa.
Continuará

Capítulo 9: 2ª etapa; Pereje-O Cebreiro-Hospital da Condesa (30 kms)

Documentos adjuntos a esta publicación
La primera foto de Romerillo de la 1ª etapa del Camino El tito después del desayuno en CacabelosRomerillo en el albergue de CacabelosEstudio de escultura de Arturo NogueiraEl tito en un puentecitoRomerillo ante los carteles de los albergues de VillafrancaEl tito a la entrada de VillafrancaRomerillo en la monumental iglesia de Villafranca del BierzoEl tito en las calles de VillafrancaRomerillo en el monumento al peregrino en Villafranca del BierzoLos dos junto al peregrino vasco al final de la 1ª etapa ante el albergue de Pereje
 
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