Nuestro hotel está en un pequeño y desperdigado pueblecito llamado Greenbelt, en el Estado de Maryland. Hemos dormido bien, como de costumbre, pues llevamos ya una semana continuada haciendo ‘gimnasia de piernas’ durante horas, a la que yo al menos, no estaba acostumbrado, por lo tanto ni malas digestiones, ni nada que nos quite el sueño reparador por las noches.
Yo, como siempre, me levanto el primero y duchado, y con ropa fresca me voy a la calle a fumarme mis cigarritos, en tanto la madre y el ‘niño’ se asean y preparan para un nuevo día. En cuanto están listos pasamos a desayunar. Buffet libre, por supuesto. Nos atiende una mujer negra que entiende algo de español. Ya es bastante mayor y no muy agraciada físicamente, pero se muestra muy amable con nosotros. Seguramente en espera de que nos ‘estiremos’ con la obligada propina.
Tenemos que decir que, sea por carácter, por educación o por sentido comercial, en todas partes atienden con bastante amabilidad, y nunca hemos tenido un mal gesto de nadie, a diferencia de Londres o París, donde el trato de la gente nos ha parecido, no incorrecto pero sí más distante e impersonal. Aquí, en esta parte de América los que sí son bastante estrictos son los agentes de seguridad, públicos o privados. Con éstos, ni una broma.
Una vez desayunados, vamos al coche y emprendemos nuestro viaje, de nuevo a Washington, pues ayer solo vimos una mínima parte de todo lo que hay visitable. Hacemos el mismo camino que anoche, pero a la inversa y sin errores. En un par de horas estamos entrando en el Estado de Pensylvania, Distrito de Columbia y por lo tanto, ya Washington. Después de recorrer y cruzar un par de avenidas aparcamos junto al Obelisco y entramos al parque donde está ubicado el “Franklin Delano Roosevelt Memorial”.
Este monumento conmemorativo presidencial a orillas del lago Tidal Basin, y al oeste del ‘Jefferson Memorial’, está dedicado no sólo a la memoria de Roosevelt, sino a la difícil y agitada época que le tocó vivir durante su mandato como Presidente.
Este espacio abierto de 30.000 metros cuadrados inaugurado en 1997, alberga cuatro estancias que representan los cuatro mandatos consecutivos de Roosevelt, (único Presidente de la historia de los Estados Unidos que los consiguió). En cada una de estas estancias hay una cascada de agua. El agua que fluye de ellas es una metáfora de la fuerza y del manantial de ideas que caracterizó su presidencia.
Pasando de una estancia a otra, las cascadas se vuelven más grandes y complejas, señalando así la complejidad de su mandato, marcado por una agitación de la economía, como el ‘crack’ de la Bolsa que acarreó la Gran Depresión, y después el ataque japonés a Pearl Harbour que decidió la entrada de EE. UU. en la II Guerra Mundial.
Las esculturas que representan al 32º Presidente, está inspiradas en fotografías. Otras esculturas muestran escenas de la Gran Depresión, como las colas de parados para conseguir pan, que es una de las que resultan más inquietantes.
Cerca de la entrada, hay una figura del Presidente sentado en silla de ruedas como la que utilizaba, por tener parálisis inferior a causa de la poliomielitis. Esta estatua se añadió en el año 2001 después de que mucha gente clamara que la minusvalía del Presidente debía quedar representada. Grupos de activistas de la 'Organización Nacional de Minusválidos', consiguió reunir una suma de 1,65 millones de dólares para pagar la reforma. Una estatua de Eleanor Roosevelt de pie, delante del emblema de las Naciones Unidas, honra la dedicación de la Primera Dama a esta organización.
Desde los días de su primera campaña electoral, Roosevelt se caracterizó por hablar directamente a la gente. Durante su discurso de investidura en 1932 dijo: “Os comprometo y me comprometo a un nuevo pacto con el pueblo estadounidense”. Cuatro años más tarde, proclamó: “Esta generación tiene una cita con el destino”. Tras más de 60 años de su muerte en abril de 1945, las palabras en las paredes de su monumento resuenan como si fuesen actuales, ante la crisis económica que recorre el mundo.
Recorremos estos espacios disfrutando de una mañana soleada y vamos a tomar el coche para dirigirnos a Virginia, en el Condado de Arlington, donde se encuentra el cementerio del mismo nombre.
ARLINGTON
Visitar un cementerio haciendo turismo no suele ser lo más habitual, pero hay casos, en toda la geografía mundial, en los que debería ser recomendado, por su interés histórico y también humano y social, e incluso intelectual. Por poner algunos ejemplos, y hablando sólo del mundo occidental: Los cementerios celtas de Irlanda; el de las playas de Normandía (II Guerra Mundial); Montparnasse, en París; La Recoleta, en Buenos Aires; Arlington... etc.
El ‘Arlington National Cementery’ es uno de estos casos que merece la pena recorrer, si uno se halla en esta parte de los estados Unidos. Este es un cementerio militar establecido en 1864, durante la Guerra Civil estadounidense, en los terrenos de la casa que fue propiedad de Robert E. Lee-Custis. Se encuentra cerca del río Potomac, en las proximidades del Pentágono que es visible desde esta colina. Veteranos de todas las guerras desde la Revolución Americana, hasta las acciones de Afganistán e Irán, están enterrados aquí.
Robert E. Lee, general sudista de muy larga trayectoria militar, llegó a ser Comandante en Jefe de todos los ejércitos de La Confederación, en febrero de 1865. Dos meses más tarde, La Guerra entre el Norte y el Sur terminó con su rendición al General ‘yankee’ Ulises S. Grant, líder de la Unión, que después llegaría a ser el 18º Presidente de los Estados Unidos.
Tras su rendición, a Lee no le fue concedida amnistía militar, pero le concedieron la presidencia de un oscuro colegio; El Washington College (ahora Universidad de Washington). En esta institución, Lee impone un concepto: ‘Sólo hay una regla, y es que todo estudiante debe ser un caballero’. Murió de neumonía el 12 de octubre de 1870 y fue enterrado en la capilla de la Universidad. En 1975, el Congreso restauró a Robert E. Lee-Custis la ciudadanía estadounidense a título póstumo.
Esta digresión histórica viene a cuento de que, en lo alto de la colina en Arlington, se conserva la casa de este ‘enemigo de la Unión’.
Una de las primeras cosa que vemos es el ‘Memorial Amphitheater’. Este precioso gran anfiteatro de mármol blanco como la nieve, es un espacio para actos religiosos, civiles y militares, destinados a honrar a aquellos que dieron su vida por la Nación Americana. Estos actos suelen estar presididos por los más altos dignatarios y a ellos suelen ser invitados los compañeros de armas y los familiares de los caídos en combate. En este cementerio de Arlington también hay algunos que sin ser militares, fueron, en cierto modo, héroes.
Entre ellos se encuentran, por ejemplo, John F. Kennedy, su mujer e hijos así como su hermano Robert, también asesinado, teniendo como todo ornato unas sencillas losas en el suelo. Eso sí, éstos tienen el fuego permanente de la ’llama eterna’.
Los astronautas del Challenger, el transbordador espacial, que después de nueve misiones con éxito, se desintegró a los 73 segundos del lanzamiento de su décima misión, el 28 de enero de 1986, causando la muerte de sus siete tripulantes.
Otro de los Memoriales está dedicado a las víctimas del ataque del 11-S al Pentágono. El Memorial incluye los nombres de los 184 muertos.
Hay que señalar que aquí no hay tumbas anónimas, ni de oficiales, ni de soldados rasos, pues a todos los muertos anónimos se les honra por separado en la ‘Tumba al Soldado Desconocido’. Este lugar es uno de los más populares y visitados del cementerio. Está compuesto por siete grandes bloques de granito de 12 toneladas cada uno. Fue abierto al público el 9 de abril de 1932 y tiene una ‘Guardia de Honor’ permanente, noche y día, todos los días del año. Uno de sus atractivos para los turistas, es la solemne y vistosa ceremonia del cambio de la guardia cada dos horas.
También hay un Memorial a los 345 muertos y desaparecidos por la explosión del acorazado estadounidense ‘Maine’ surto en el puerto de la Habana el 15 de febrero de 1898.
Los americanos querían emancipar Cuba de la Corona Española y anexionársela, culpando a barcos españoles de un ataque a traición. Esto dio motivo y fue pretexto para una declaración unilateral de guerra por parte de Norteamérica contra España, aliándose la primera con Cuba. España negó su intervención en el incidente de la explosión del acorazado, pero una poderosísima campaña de prensa por parte del todopoderoso grupo de W. Randolph Hearst (Ciudadano Kane) hizo creer a todo el mundo que España era culpable.
El motivo de aquella explosión ha sido un misterio, hasta que investigaciones recientes de documentos desclasificados por el Pentágono, han determinado que el acorazado no sufrió ningún ataque exterior y que la explosión fue de origen interno. Pudo ser fortuita, por el calentamiento de los mamparos de la carbonera contigua que estaba ardiendo en esos momentos. Pero los expertos creen que fue provocada por los propios americanos para encontrar un pretexto y acusar de hostilidad a España.
En esos momentos, era presidente de los Estados Unidos William McKinley, y en España ejercía la regencia Doña María Cristina, ante la minoría de edad de su hijo Alfonso XIII, siendo presidente del Gobierno D. Práxedes Mateo Sagasta. Sea cual fuera la causa, este incidente provocado fue para España el comienzo del llamado Desastre del 98.
Terminada esta visita vamos hacia el ‘Memorial de Guerra del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos’. Este monumento es una enorme escultura coral, en bronce de Félix de Weldon que muestra cinco marines alzando la Bandera de las barras y las estrellas en la cima de Monte Suribache, durante la batalla de Iwo-Jima, librada para la conquista de la isla japonesa del mismo nombre, durante la II Guerra Mundial.
Está inspirada en una fotografía tomada el 23 de febrero de 1945 por Joe Rosenthal, en la que se ven cinco marines y un médico de la Armada. Su autor recibió el ‘Premio Pulitzer de Fotografía’ Está considerada como la instantánea de guerra más auténtica (aunque hubo alguna polémica sobre la identidad y grado de alguno de los hombres de ese grupo), y más importante de la historia que fue publicada millones de veces como elemento de propaganda.
De los seis hombres que aparecen en la fotografía original, tres (Franklyn Sousley, Harlon Block y Michael Strand) cayeron después; dos en combate y uno por el disparo de un francotirador, mientras que los tres supervivientes (John Bradley, René Gagnon e Ira Hayes), se convirtieron en celebridades, debido al uso propagandístico de guerra que se realizó con su aparición en la fotografía. (El que haya visto la película “Banderas de nuestros padres” de Clint Eastwood, encontrará la total narración de este episodio con algunas implícitas e incisivas críticas al sistema, en cuanto al tratamiento de la propaganda).
Esta escultura se asienta sobre una base octogonal de brillante granito negro con inscripciones en letras de oro en cada una de sus caras. Frente a este monumento se suelen realizar actos y paradas militares con motivo de cualquier acontecimiento que esté relacionado con el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos. El monumento, que es impresionante por su tamaño y por el realismo de sus figuras, no se puede dejar de visitarlo si se está por aquí.
Después de recorrido y visto todo esto, salimos del Condado de Arlington, volviendo hacia Washington. Hemos andado bastante y realmente necesitamos un descanso, por lo que nos sentamos a descansar y tomar algo en la orilla sur del National Mall, junto a los edificios de la ‘Smithsonian Institution’, que es el organismo que agrupa las actividades de los Museos Smithsonianos.
La ‘Smithsonian Institution’ es un centro de estudios e investigación que posee, además, una red de museos asociados. La mayoría de sus instalaciones están ubicadas en Washington, pero entre sus 19 museos, nueve Centros de Investigación y un Zoo, algunos de estos están en Nueva York. Posee también 136 millones de artículos en sus colecciones y publica dos revistas de divulgación e investigación: El ‘Smithsonian’ y la ‘Air Space’. Tiene una Fuerza de Seguridad propia para la protección de los visitantes, trabajadores y propiedades de sus Museos.
Este Instituto fue fundado para el ‘aumento y la difusión de los conocimientos’, gracias al legado del científico británico James Smithson a favor de los Estados Unidos. Curiosamente él nunca pisó suelo norteamericano. Para conservar y aumentar este legado, el Congreso otorgó, ocho años después, una suma de casi diez millones de dólares de la época. Las almenas de su edificio principal han hecho que el lugar sea conocido como ‘El Castillo’.
Una vez que hemos descansado un poco, nos adentramos en el césped de este National Mall, donde están instalando algunas carpas y espacios para alguna exposición, parece que relacionada con la Agricultura. Paseamos un poco por aquí y nos hacemos algunas fotos con el Obelisco de fondo. Desde aquí nos encaminamos hacia el ‘National Gallery of Art Sculpture Garden'.
Este es un jardín con un Museo de esculturas modernas al aire libre. En el centro del jardín, un gran estanque circular con cuatro enormes cañones de agua cuyos chorros apuntan hacia el centro del mismo. En los bordes del estanque la gente descansa y se remoja los pies. Alrededor de éste, un paseo circular con bancos por donde una gran afluencia de personas pasea o descansa, todo rodeado de parterres de vistosas y cuidadas flores y plantas. En el resto del jardín, paseos con césped y árboles. Nos sentamos un rato, mientras Fernando se refresca los pies en el estanque.
Desde aquí salimos hacia la 15th Street, subiendo por ésta hasta Pennsylvania Avenue, en la que se encuentra, en el número 1600 la cara sur de la Casa Blanca, cuyo primer inquilino fue John Adams en 1800. La Casa Blanca, como residencia del Presidente, tiene una larguísima historia que sería muy prolijo contar aquí. Las visitas a su interior son muy restringidas y concertadas previamente, así que nosotros nos conformamos con un paseo por sus alrededores y algunas fotos para el recuerdo.
Hay una cuestión que sí merece la pena comentar por ser un hecho curioso que mucha gente desconoce.
Concepción Martín (popularmente Conchita) es una gallega nacida en Santiago de Compostela y criada en Vigo. Tiene (en 2009) 59 años, de los cuales lleva apostada desde 1981, en la acera de Lafayette Park, ante la cara norte de la Casa Blanca denunciando, entre otras cosas el sistema armamentístico y la proliferación de armas nucleares en todo el mundo. Durante su manifestación-vigilia, han pasado por allí cinco Presidentes: Reagan, Bush padre, Clinton, Bush hijo y el actual Obama.
Casada y divorciada después, de un italoamericano, Conchita empezó su protesta por motivos personales. Primero por la custodia de su hija a raíz del divorcio, (custodia que le fue denegada) y después, pidiendo explicaciones ante la Casa Blanca al perder un hijo en la Guerra de Iraq. Visitó despachos y administraciones de todo pelaje, incluso acudió ante el Ministerio Español de Asuntos Exteriores. Todo fue en vano. En vista de ello, decidió plantarse delante de la Casa Blanca.
Todos los Presidentes que han pasado por ahí desde 1981, han tratado de deshacerse de su incómoda presencia, pero Conchita lo ha resistido todo. Un periodista le preguntó en una ocasión si no tenía miedo de los eventuales maleantes nocturnos que merodean por Lafayette Park y ella le contestó apuntando con el dedo hacia la residencia presidencial: ‘Lo más peligroso está ahí dentro, esa es la verdadera amenaza’.
Vive a la intemperie y subsiste a base de las limosnas y donativos efectuados por simpatizantes de sus causas, y declara que le gustaría regresar algún día a Galicia, su tierra natal. Esta es la curiosa historia de una española a quien la potencia más grande del planeta no ha podido someter. Y ahí está también la grandeza de la Constitución Americana protegiendo la libertad individual de esta ciudadana a permanecer en la vía pública, siempre que no invada ninguna propiedad privada, ni obstruya la circulación de nadie, vehículos y/o personas.
Con esta historia, tan curiosa, pero tan real, seguimos nuestro paseo bajando por la 17th Street y, en la esquina de Constitution Avenue, vemos el edificio de la OEA (Organización de Estados Americanos) delante de la cual hay una estatua modernista en bronce de la reina española Isabel la Católica. Tiramos una foto desde el coche y continuamos hacia el ‘National World War II Memorial’.
Este es un espacio en forma de elipse situado a los pies del ‘Reflecting Pool’, situado entre el ‘Lincoln Memorial’ y el ‘Washington Monument’ (Obelisco).
La elipse está formada por una sucesión de pilastras de granito tallado, de unos tres metros de altura, de cada una de las cuales pende una corona de laurel en bronce, que representa a todos y cada uno de los Estados de la Unión, cuyos soldados combatieron en la II Guerra Mundial, así como una mención a todos los países aliados que participaron en la contienda contra Alemania. En el centro, un estanque, también de forma de elíptica, con fuentes y surtidores, rebaja un poco el dramatismo de las coronas.
El monumento se comenzó a construir en septiembre de 1997. Seis años más tarde fue inaugurado por el presidente George W. Bush el 29 de mayo de 2004, dos días antes del ‘Memorial Day’. A muchos ciudadanos les gustó la atmósfera parecida a la de un parque, por su estanque, surtidores y espacios para pasear y se convirtió, a petición de la gente, en Parque Nacional.
Seguimos caminando por esta zona de prados y nos encontramos con una escultura realista de tres soldados algo más grandes del tamaño natural, realizada por Frederick Hart, que fue instalada en 1984 y que da paso a la entrada sur del ‘Vietnam Veterans Memorial’.
Nos dirigimos hacia éste cuyo moderno diseño sorprende por su sencillez, que no minimiza la importancia y solemnidad que se respira en ese lugar.
Se compone de dos muros triangulares de granito negro pulimentado, de 75 metros de longitud cada uno, que forman un ángulo de 125º apuntando, uno hacia el Washington Monument y el otro al Lincoln Memorial. Los muros tienen tres metros de altura y en ellos están inscritos, por orden cronológico, los nombres de más de 58.000 estadounidenses que, entre 1959 y 1975, murieron o desaparecieron en Vietnam.
La pulida superficie refleja los árboles, los monumentos cercanos y el rostro de los visitantes. Hay un libro en el que están anotados los datos de cada nombre y el cuadrante en el que se encuentra cada uno, para que sus seres queridos lo puedan localizar y rendirle oración o tributo en forma de flores o dedicatorias escritas, que cada día son retirados por los guardias del Servicio de Parques.
Estos recuerdos son tratados con el máximo respeto y después, algunos pasan a formar parte de los fondos del ‘American History Museum’. Pero lo que más llama la atención del visitante es el silencio que hay, a pesar de que estamos en un entorno completamente abierto de prados y árboles.
Si alguien habla, por encima del tono de murmullo se arriesga a recibir miradas y aun comentarios de reprobación. Parece que estemos en un lugar sagrado, lo cual impresiona, sobre todo al turista.
Después de verlo todo con tranquilidad, cruzamos de nuevo el césped del ‘National Mall’ y pasamos al lado sur para ver el ‘Korean War Veterans Memorial’.
El lugar donde se encuentra este monumento a los Veteranos de la Guerra de Corea, tiene forma de triángulo alargado, interseccionado por un círculo. Dentro del triángulo hay 19 estatuas de acero inoxidable, diseñadas por Frank Gaylord, de entre 2,20 y 2,30 metros de altura, andando por el suelo, que representan un escuadrón de patrulla.
Son 15 miembros del Ejército, dos Marines, un Médico de la Armada y un Observador de las Fuerzas Aéreas, en total 19 figuras, todos ellos vestidos de combate, con mochila, capote y fusil en la mano, dispuestos en filas y separados por arbustos que representan el terreno abrupto de Corea. En uno de los lados del triángulo hay un muro de granito negro pulimentado de 50 metros, obra de Louis Nelson, con imágenes fotográficas grabadas a base de chorro de arena a presión, mostrando equipamiento y gente envuelta en la guerra. Al norte de las estatuas está la ‘Pared de Naciones Unidas’, una lista de bajas con los nombres de los 22 miembros que contribuyeron como tropas de apoyo médico.
El círculo contiene la ‘Piscina del Recuerdo’, un estanque de 10 metros de diámetro y poca profundidad, con borde de granito negro y rodeada de árboles y bancos. En una plancha aparte, también de granito, hay un mensaje grabado con letras de plata en inglés que dice:
“Freedom Is Not Free”
(La libertad no es gratuita).
De aquí nos vamos hacia el Memorial por excelencia. El monumento a Lincoln.
Este edificio honra la memoria de Abraham Lincoln que fue el 16º Presidente de los Estados Unidos.
Lincoln consiguió la abolición de la esclavitud con su discurso ‘Proclamación de la Emancipación’. Promovió y consiguió la reconciliación nacional tras la Guerra de Secesión. Fue gran amigo del general Ulises S. Grant, el que obtuvo la victoria final de la guerra con la rendición de Robert E. Lee, general de la Confederación de los Ejércitos del Sur.
El presidente Lincoln fue asesinado mientras asistía junto a su esposa Mary Tood a una función del Teatro Ford en el que se representaba la obra musical ‘Our American Cousin’. Cuando Lincoln y su esposa se sentaban en el palco, saltó al mismo, John Wilkes Booth, un actor de Maryland, simpatizante del Sur, y disparó un tiro a la cabeza del presidente gritando: ‘Así siempre a los tiranos’. El presidente murió diez días después. Booth salió cojeando a la calle y alcanzó su caballo en el que huyendo del lugar, fue abatido por un policía.
Este monumento fue inaugurado el 30 de mayo de 1922. Su arquitecto Henry Bacon fue un diseñador del movimiento Beaux-Arts, ganador de la Medalla de Oro del 'Instituto Americano de Arquitectura'. Para el edificio se usaron piedra caliza de Indiana y mármol de Colorado. La escultura está hecha de mármol de Georgia. El edificio adopta la forma clásica de los templos dóricos griegos, alejándose del estilo romano-triunfalista que predomina en Washington en esos momentos. Tiene 36 columnas de diez metros de altura que rodean una 'cella' o 'nao' que se eleva por encima del pórtico. La sala principal está flanqueada por otras dos salas más pequeñas. La parte más importante del monumento es la escultura de Lincoln, en la sala central, sentado y pensativo, mirando al este, hacia el monumento a Washington.
La escultura fue diseñada, a partir de fotografías del presidente, por Daniel Chesr French. En los brazos del sitial están esculpidas las ‘fasces romanas’, símbolos de la Autoridad de la República. La estatua se eleva, a seis metros de altura y tiene seis metros de ancho. Fue moldeada y esculpida por los hermanos Piccirili, de Nueva York, en su estudio del Bronx, a partir de 28 bloques de mármol. En una sala está grabado el ‘Discurso de Gettysburg' y en la otra el segundo discurso de Lincoln.
En la pared de detrás de la estatua, tras la cabeza del presidente, se lee esta dedicatoria:
En este templo,
como en el corazón de la gente,
por los cuales salvó la Unión,
la memoria de Abraham Lincoln
se consagra para siempre.
El 28 de agosto de 1963, el monumento fue testigo de una de las mayores manifestaciones de la historia estadounidense: la ‘Marcha por el Trabajo y la Libertad’, punto álgido del ‘Movimiento por los Derechos Civiles en los Estados Unidos'.
Muchos discursos se han pronunciado frente a este monumento incluyendo el “YO TENGO UN SUEÑO”, de Martin Luther King. Se calcula que más de 250.000 personas acudieron a escucharlo. Hay una baldosa conmemorativa en la escalinata desde la cual el Reverendo King pronunció dicho discurso.
Está abierto al público desde las ocho de la mañana hasta las doce de la noche, durante todo el año, exceptuando el día 25 de diciembre, Navidad.
Hemos terminado la visita, cuando el sol se va escondiendo en el horizonte y se encienden las luces del interior del monumento, que a esta hora de la tarde ya se halla en sombra.
Nos dirigimos hacia donde está aparcado el 'taxi' para regresar a Greenbelt donde está el hotel. El día ha sido ‘matador’ para nuestras piernas y estamos deseando cenar y descansar. Esta vez, sin problemas, llegamos a nuestro destino y aparcamos delante de un ‘chiringuito’ para cenar.
Lo de chiringuito es un decir. Es un bar-restaurante en las cercanías del hotel, de tipo medio pero bastante grande, del que no recuerdo el nombre, dividido en dos partes. En el centro, una gran ‘barra’ cuadrangular rodeando todo el espacio. En la barra, que está rodeada de pantallas de TV, de considerable tamaño, la gente bebe cerveza (o lo que sea), mientras sigue los mil y un deportes, noticiarios o documentales.
Separadas de la barra por pequeños reservados, están las mesas donde la gente cena. No hay muchos comensales porque son ya las diez de la noche, un poco tarde para los americanos. Pedimos y nos atiende un ‘guayabo’ digno de figurar entre los ‘Harlem Globetroters’, y además pulcro y amable. Todo un ‘bollycao’,(eso piensa alguna dama). Cenamos con tranquilidad, pollo, filetes y ensalada de la casa (esto siempre para la madre). Tomamos el imprescindible café y nos vamos a descansar.
Y así termina el día 8º de nuestro viaje.