Hemos llegado al hotel 'Hampton Inn' siendo las diez de la noche y no hay posibilidad de cenar, así que unas chocolatinas y a dormir.
Nos levantamos más o menos como siempre, no demasiado pronto, pero tampoco tarde, pues verdaderamente se duerme bien en estos hoteles americanos, porque todos disponen de camas muy cómodas. Fernando se va a buscar un nuevo coche (también alquilado) para estos próximos tres días. Mientras tanto, nosotros pasamos a desayunar en el hotel. Esta vez el desayuno no es tan bueno como en otras. Apenas si queda café, zumos y algún dulce, desde luego nada del otro mundo. Parece que es un hotel de paso y los clientes ya han desayunado para continuar su marcha. ¡Qué le vamos a hacer! Como dice el Tío la Vara, ‘las gallinas que salen por las que entran’, y yo digo que ‘todos los días no son Pascua’.
Tomamos café y algún dulce y salimos fuera a hacer tiempo dando un paseo por las cercanías mientras viene Fer “el taxista”. No podemos irnos muy lejos porque estamos con las maletas de la mano y además el hotel está en una zona en la que sólo hay otros hoteles y nada más. Está al borde de una autopista con una vía de servicio por toda separación, así que quietos parados. Aquí recojo del suelo un ‘canto rodado’ como souvenir, para Maite de Córdoba que le pirran estos detalles bucólicos. De tal forma que ya tenemos piedras de EE.UU. en la ciudad de los Califas. La mañana está soleada y promete un día esplendoroso para hacer millas de autopista.
Llega Fernando con el ‘buga’, así que maletas adentro y rumbo a la aventura de un nuevo día. Salimos atravesando la ciudad de Elizabeth y tomamos la autopista 95 (su nombre real es New Jersey Road) en dirección suroeste. Tiene dos vías en cada sentido, con tres carriles cada una además de otro carril sólo para camiones. Hay que decir que a estas horas de la mañana de lunes ya hay kilómetros de estos camiones en ambas direcciones y que son, como en las películas verdaderos monstruos de la carretera, de hasta 30 y 40 toneladas y además en muchos casos ‘tuneados’ como sólo los americanos saben hacerlo.
Verdaderamente impresionan cuando vas rodando a su lado. Creo que nadie aquí se atrevería a hacerles una ‘pirula’ ni por el capricho de gastarle una broma. Aparte de la férrea disciplina en la circulación viaria y la autoridad de la policía de tráfico, resultaría suicida molestar a una de estas moles con ruedas. Sólo los taxistas de Nueva York son tan osados y peligrosos en la circulación, (Fernando dixit). De todas formas se circula muy bien por estas autopistas alejadas de las grandes ciudades, en las que hay espacio para mantenerse en el mismo carril durante decenas y decenas de kilómetros.
Tampoco la velocidad permitida es excesiva, pues el límite legal es de 65 millas, equivalentes a menos de 120 km por hora. Habiendo tanto espacio y distancias tan largas se hace un poco lento. Teniendo tantos kilómetros por delante hay un momento en que se acaba la conversación y ponemos música, variada, desde ‘blues’ y ‘pop’ hasta rancheras y corridos mexicanos.
Como no hemos desayunado demasiado, después de una hora de camino nos apetece tomar algo, así que dejamos la autopista y salimos a un área de servicio. Un amplio espacio de aparcamientos, tiendas y servicios 'ad hoc' para los que viajan por la autopista. Mientras Fernando aparca el coche la “mamma” y yo fisgamos los alrededores haciéndonos algunas fotos como, por ejemplo, al lado del típico Bus Escolar amarillo, que seguro estará allí con alguna excursión de alumnos, pues por aquí no parece haber precisamente una zona de colegios, ya que es un lugar bastante apartado de población alguna.
Hay un establecimiento, Restaurante-bar-tienda-todo llamado Walt Whitman. El nombre corresponde a un periodista, viajero, profesor y poeta, autor de ‘Hojas de hierba’, extenso y genial libro de poemas escrito a lo largo de su vida y publicado en 1855, que fue muy controvertido en su momento por su exacerbado individualismo y por su inusitado enfoque sexual. Ahora, el nombre de este poeta luce en una cadena de establecimientos. Debe de ser por su faceta de viajero -pero no lo creo-.
Pasamos y tomamos algo con café y refresco, compramos pilas para la cámara y alguna cosa más, haciendo un pequeño descanso. Deben de ser como las once de la mañana y después de un rato salimos de nuevo a la autopista y continuamos nuestro camino hacia Washington. La mañana va avanzando y a nosotros aún nos quedan unos cuantos kilómetros por delante, así que tranquilidad y seguimos rodando.
Como una hora después vamos a entrar, en paralelo con la 295, en el puente ‘Delaware Bridge Memorial’, sobre el río Delaware que hace de frontera natural entre Nueva Jersey y Pennsylvania. Este es un puente colgante enorme (de los más grandes del mundo) y especialmente largo. En realidad son dos puentes paralelos, uno junto al otro, de igual estructura y dimensiones. Dos altas torres en cada embocadura sostienen los cables de acero de los que pende la enorme estructura colgante.
Pasado el puente, estamos ya en territorio de Pennsylvania. Seguimos rodando hasta cruzar todo el Estado y llegamos a las orillas de Baltimore en el estado de Maryland. Mientras tanto ya se va haciendo hora de comer, así que habrá que buscar una vía de servicio que nos saque de la autopista hacia un área de descanso.
Dicho y hecho. Ahí tenemos un gran poste con el retrato ‘pop-art’ típicamente americano del ‘Coronel Sanders’ como reclamo del ‘Kentucky Fried Chicken’ (Pollo Frito de Kentucky), en el que sin pensarlo dos veces entramos a comer, pues ya tenemos “una carpanta” de padre y muy señor mío.
El tal Sanders no es exactamente un coronel, sino un empresario de la alimentación creador del emporio KFC, que hoy tiene 13.000 tiendas repartidas por todo el mundo. Nunca vistió ningún uniforme militar. De hecho vestía siempre traje blanco con corbata de lazo negro. Lo de ‘coronel' viene de que recibió el premio ‘Coronel Kentucky’ de manos del gobernador en funciones de ese tiempo Rubby Laffon. Murió enfermo de neumonía a los 90 años, en 1890.
Pasamos y nos acomodamos mientras Fernando, el experto, va pidiendo las cosas. En este tipo de establecimientos ya se sabe, se pide y se paga antes de sentarse y luego se lleva uno mismo las cosas a la mesa. Comida, bebida, cubiertos y servilletas. Naturalmente aquí la especialidad por antonomasia es el pollo frito, de modo que no tendré problema con mis gustos personales. Como se ve en la foto nos ponen las tres raciones en el característico cubo gigante. Como esos de las palomitas de los cines pero a lo bestia y como es natural, con la marca de la casa.
El pollo frito está realmente exquisito, tierno, crujiente por fuera y jugoso por dentro, sin que se aprecie casi nada de grasa. No sé como lo hacen, pero es de lo mejor que he comido en este viaje a los EE.UU., en los que ya llevamos una semana. ¡Qué rico-rico está! de modo que, yo al menos, me doy un auténtico festín. Un mediocre desayuno acarrea estas consecuencias a la hora de la comida. Esto es también la pura-pura América del interior, donde no es extraño ver, por ejemplo, un tipo enorme vestido de auténtico ‘cowboy’ con sus botas y espuelas y su sombrero tejano. Debe ser un poco ‘freak’ o al menos a nosotros nos lo parece. Quizá sea realmente de Texas, o quizá a la salida en vez del caballo le espera una Harley de gran cilindrada. Lo hemos visto tanto en el cine que a veces parece que vivimos un ‘dejà vu’, como si ya lo hubiéramos vivido todo antes. Estamos, en verdad, comprobando los tópicos-realidad del cine americano.
Comemos tranquilamente, tomamos café y, después de un pequeño paseo para hacer la digestión, emprendemos la marcha hacia Washington, donde pasaremos el resto del día viendo lo que podamos, pues ya es el comienzo de la tarde.
ÚLTIMA ETAPA HACIA WASHINGTON
De nuevo en la carretera, sin prisas y con tranquilidad continuamos nuestra ruta, y en una hora más o menos, estaremos en la nueva ciudad, la cual tenemos el mayor interés en visitar.
Continuamos por la 95 y, una vez rebasado Maryland, enlazamos con la 50 ó New York Avenue, ya en el distrito de Columbia. Doblamos a la izquierda por New Jersey Av. y bajamos hasta la esquina suroeste del Capitolio que, como ocurre en Europa con las catedrales, es lo primero que vemos al entrar en la ciudad.
Haciendo un poco de historia: Washington DC es la capital de los Estados Unidos de América y comprende el denominado Distrito de Columbia (DC), una entidad diferente a los 50 estados que componen dicha nación. La ciudad y el distrito se localizan a orillas del río Potomac y está rodeada por los Estados de Virginia al oeste y Maryland al norte, este y sur. Fue planificada y desarrollada a finales del siglo XVIII para servir como capital nacional permanente. Su nombre se debe a George Washington, primer presidente de los Estados unidos de América. En este contexto, ‘Columbia’ es el nombre poético de los EE.UU., en referencia a Cristóbal Colón (en inglés, Christofer Columbus) descubridor del Continente.
El Distrito de Columbia es un distrito federal y por lo tanto, sujeto a las Leyes del Congreso, aunque éste haya delegado la autoridad en el Gobierno Municipal. El área del río Potomac, antes del Estado de Maryland, fue devuelta a Virginia en 1847 y ahora forma parte del Condado de Arlington. Hay mucha más historia al respecto, pero vamos a pasar al siglo XXI. En el 11-S del 2001, el vuelo 77 de América Airlines, un Boeing 757, secuestrado por miembros de Al-Qaeda fue estrellado deliberadamente contra el Pentágono, en el Condado de Arlington, causando un derribo parcial del edificio.
Aparcamos donde buenamente podemos (creo que en Constitution Avenue) porque aquí no está nada fácil, como ocurre en todas las grandes ciudades del mundo, y más si son de gran afluencia turística. Nos apeamos a no más de cien metros del complejo del Capitolio. Este edificio es conocido mundialmente como la Catedral de la Política, tanto por su arquitectura como por su función.
Este edificio que alberga las dos Cámaras Legislativas que son la Cámara de Representantes y el Senado, fue diseñado inicialmente en 1793 por William Thornton, bajo el impulso de Thomas Jefferson, tercer Presidente de la Unión y que era arquitecto con una gran experiencia, antes de alcanzar el primer cargo de la Nación. Jefferson es uno de los presidentes con más bagaje cultural de la historia de los Estados Unidos.
Posteriormente fue modificado por Benjamin Henry y Charles Bulfinch. Esta segunda etapa fue inaugurada en el año 1800. Su gran cúpula sobre el edificio central, diseñada por Thomas Walters, se inspira técnicamente en la cúpula de San Pedro de la Ciudad del Vaticano y está rematada por una estatua de la Libertad que no tiene nada que ver con ‘Miss Liberty’, la regalada por los franceses años después. El nombre de Capitolio quiere recordar la Colina Capitolina romana, donde se levantaban los templos de Júpiter, Juno y Minerva.
El ala norte corresponde al Senado y el ala sur al Congreso o Cámara de Representantes. En los pisos superiores hay galerías para que el público pueda seguir las sesiones, no siempre, pero sí en determinadas ocasiones. El edificio es un ejemplo del neoclasicismo arquitectónico estadounidense. Hay que decir que el Capitolio no es sólo el edificio de la gran cúpula, sino que está rodeado de un complejo de edificios y terrenos que rodean a este edificio general. Los terrenos del Capitolio cubren una superficie de 274 acres, que son como 110 hectáreas, de las cuales, gran parte son jardines, paseos y calles.
Su fachada principal está orientada al oeste y constituye uno de los extremos del eje ajardinado que une el ‘Obelisco’ y el ‘Lincoln Memorial’ en el final de este eje y a orillas del río Potomac. A media tarde, con el sol dando de frente en sus bloques de mármol blanco, es un edificio majestuoso, que con sus distintos niveles de escalinatas, arcos y columnas, forma un conjunto arquitectónico de increíble belleza.
Debemos seguir nuestro paseo y rodeamos este conjunto para verlo por la cara opuesta que da a la Avenida Capitol Circle. Esta fachada, en sombra a esta hora de la tarde, sigue siendo imponente, pero no iguala la belleza de la otra.
A nuestra derecha y al otro lado de la calle, se encuentra el edificio de la ‘Library of Congress’ (Librería del Congreso) fundada en 1800. El primer núcleo de la Biblioteca fue destruido por las tropas británicas en el año 1814. Al año siguiente, Thomas Jefferson le cedió su propia biblioteca de más de 6.000 volúmenes que constituyeron la base del actual fondo, que cuenta en la actualidad con 17 millones de libros, 48 millones de manuscritos y un total de 112 millones de piezas catalogadas, desde papiros hasta soportes digitales. La Biblioteca, nacida para ser utilizada sólo por los miembros del Congreso, actualmente está abierta para la consulta de investigadores.
Enfrente de su cara norte se encuentra el edificio de la Supreme Court (Corte Suprema) que es la sede del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, órgano superior del Poder Judicial, que posee veto legislativo y dictamina sobre la interpretación de la Constitución. Es un edificio de austeras líneas clásicas, como un templo de mármol blanco de Vermont, con escalinata y un pórtico de columnas corintias.
Continuamos por esta avenida en dirección norte hasta la UNION STATION. Construida por el arquitecto Danniel H. Burnham y bajo su lema personal “No hagas proyectos pequeños”, e inspirándose en el Arco de Trajano y las Termas de Diocleciano de Roma, hizo una monumental portada con una columna dórica y tres arcos de entrada con seis esculturas neoclásicas que representan el Fuego, la Electricidad, la Libertad, la Imaginación, la Agricultura y la Mecánica.
Su edificio abovedado de mármol blanco, estilo ‘Beaux Arts’ la convirtió en la estación de ferrocarril más grande del mundo cuando se inauguró en 1907. Es uno de los lugares más visitados de la ciudad. Por aquí pasan cada año más de 25 millones de personas.
Cruzado el hall, se entra en una sala de iluminación tenue con un techo artesonado de 29 m de altura, embellecido con 32 kilos de pan de oro y rodeado por 46 estatuas de legionarios romanos del escultor August Saint Gaudens. El edificio alberga 125 tiendas, boutiques de lujo, restaurantes y bares además de 9 cines y teatros. También, por supuesto una activa terminal ferroviaria y una estación de METRO. Como se ve, el ferrocarril fue tan importante a finales de siglo XIX, como para dedicarle estas estaciones tan monumentales. Paseamos por esta sala mirándolo todo, tomamos café, compramos algunas chucherías, pasamos al baño y finalmente salimos al exterior para hacernos foto en ‘Columbus Memorial Fountain’. Esta es una isleta en semicírculo frente a la estación, en la que hay una fuente-monumento a Cristóbal Colón esculpida por Lorado Taff, escultor francés cuyo nombre real era Eugène Désiré Piron.
Retomamos de nuevo nuestro coche y salimos hacia el sur, creo que por la 15 Street, doblamos a la izquierda y seguimos bordeando el parque que rodea el Obelisco o ‘Washington Memorial’. Aquí, en una esquina, volvemos a aparcar y seguimos con nuestro paseo a pie, atravesando los jardines y céspedes de este bonito parque poblado también por árboles en los que se recrean gran número de pájaros y cómo no, ardillas que se hacen visibles por el césped al paso de los visitantes e incluso tienen la osadía de acercarse a las personas en demanda de comida si alguien se la ofrece, lo cual resulta un detalle de lo más singular, pues parece que sean domésticas.
Vamos a la orilla del Tidal Basin, lago que se comunica con el Potomac. Paseamos un poco por el lado norte, a la sombra de los árboles en esta dorada tarde del recién estrenado verano. Enfrente nuestro, y al otro lado del lago, resplandece el ‘Thomas Jefferson Memorial’, homenaje a este tercer gran Presidente. Bordeamos el lago paseando hasta alcanzar su escalinata.
En 1934 ya existían los monumentos a los presidentes Washington y Lincoln, pero el presidente Franklin D. Roosevelt pensó que Jefferson también se merecía un monumento, así que tomó la iniciativa para aprobar por el Congreso su construcción.
El monumento fue diseñado por John Rusell Pope y tiene parecidos con el Panteón de Agripa. La primera piedra se colocó el 15 de noviembre de 1939. Se usaron: mármol blanco de Vermont, para las paredes y columnas del exterior; mármol rosa de Tennesee, para el suelo; mármol blanco de Georgia, para los paneles interiores; mármol gris, para su pedestal y piedra caliza, para la bóveda del techo.
Fue inaugurado el 13 de abril de 1943, 200 aniversario del nacimiento de Jefferson, hacedor, nada más y nada menos que de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América. También sigue la moda arquitectónica estilo Beaux-Arts a imagen y semejanza de los templos griegos y romanos de la Antigüedad. Este estilo, fue muy criticado en su día por los modernistas al ver en él un ‘intento fraudulento de neoclasicismo, poco acorde con el siglo XX’.
El interior alberga una imponente estatua en bronce negro, realizada por el escultor Rudolph Evans, que mide 6metros de altura y pesa 5 toneladas. Las paredes interiores están grabadas con pasajes de los escritos de Jefferson. La cúpula tiene un diámetro de casi cuarenta metros, con un espesor de 1,20 m y pesa 29.000 toneladas. En su lado sur lo arropa un parque con 3.700 cerezos japoneses donados por el pueblo de Japón en el año 1912 (hace 100 años, ya), donde se celebra anualmente el ‘Festival Nacional de Los Cerezos en Flor’.
Terminada esta visita, con el sol poniéndose y un poco cansados, tomamos nuestro aparcado coche para encaminarnos a nuestro nuevo hotel en Maryland. Pensando que aún nos queda más de una hora de camino, salimos de Washington en dirección nordeste, cuando ya son más o menos las nueve de la noche, después de un día absolutamente bien aprovechado.
Por una extraña conjunción de elementos este último recorrido del día va a resultarnos bastante complicado desde el primer momento. Una falta de atención del conductor o un error del GPS, hace que tomemos una vía que nos va llevando hacia el sur en vez de hacia el noroeste. Rodados unos kilómetros, Fernando se da cuenta de que no es el camino adecuado y trata de buscar una vía de servicio que nos saque de la autopista.
Es noche cerrada y estamos ya fuera de la ciudad y sin casi alumbrado. Pero seguimos rodando más y más kilómetros y no aparece ninguna. Así hasta 40... 50 kilómetros... ¡Al fin...! una salida. Cambio de dirección y a desandar el camino para empezar de nuevo. Esto nos hace dar una vuelta completa a Washington con la pérdida de tiempo que esto conlleva.
Reemprendemos el camino por una nueva ruta que parece la adecuada y dejamos atrás de nuevo la ciudad camino del Estado de Maryland. Ahora ya parece que estamos en el camino correcto, aunque nos quedan bastantes kilómetros. Menos mal que el conductor, que es decidido, se lo toma con calma y nosotros confiamos en él. Antes de llegar a nuestro destino, aún tenemos un nuevo despiste vial y volvemos a perdernos otra vez en un vericueto de urbanizaciones, saliendo de él después de un buen rato.
Por fin llegamos a las inmediaciones de nuestro destino y ahora hay que localizar el punto exacto hotel. Recurrimos como es natural a los luminosos que resaltan de cualquier edificio, porque aquí las calles no son tales, sino un batiburrillo de pasajes y todo está muy disperso. A nuestra izquierda y a unos doscientos metros yo mismo veo un luminoso verde que dice ‘Holiday Inn Hotel’. ¡Ese es! Por fin hemos llegado.
Trámites de entrada, habitaciones, maletas arriba y a ver si podemos cenar algo. Efectivamente aún se puede pasar al comedor, así que tomaremos lo que haya. Cenamos filetes, pollo y ensalada y enseguida nos vamos a la habitación. La tensión de las últimas horas nos ha cansado más que todo el dia restante.
Deshacemos las maletas, pues aquí estaremos una o dos noches más. Fernando pasa las fotos del día de la cámara al ordenador, mientras yo bajo a la calle a fumarme mis últimos cigarritos del día disfrutando de la brisa de una buena noche de verano. Debe ser un hotel para turistas de paso y viajantes comerciales, por lo que deduzco al ver gente joven, al parecer ejecutivos, que fuman junto a mí en la puerta del hotel.
Y así, termina el día 7º de nuestro viaje.