4ª PARTE

PLAYOFFS: EL MURCIA

4ª PARTE
A los cuatro días se jugaba el primer partido de Playoff contra el Murcia en nuestra capital. Una marcha ciudadana de aficionados como una marea humana blanquiverde desgañitándose con nuestro himno y los cánticos más alocados procesionaba por el centro de Córdoba, siguiendo por la judería hasta llegar al Estadio del Arcángel, donde celebraron la llegada del autocar de su equipo, concentrado todo el día hasta la hora del partido.
Este primer duelo de la eliminatoria fue más interesante de lo que el marcador reflejó al final del mismo. El insípido empate a cero, que dejaba las espadas en todo lo alto para el viaje a la huerta murciana, pudo romperse por ambos bandos en bastantes ocasiones que erraron uno y otro conjunto, atenazados por los nervios de lo que se estaban jugando. Destacaremos sólo dos acciones que nos parece que confirman la tesis de este relato periodístico ligeramente novelado. Por un lado se dio la circunstancia de que “El Chapi” Ferrer no consideró alinear desde el principio a nuestro héroe mejicano Ulises Tardáguila, en su posición de media-punta, saliendo con cinco centrocampistas claros, con el mojón en el culo, ¡seamos claros! Y díganme ustedes qué les parece que después de tanto rezar y de tanto esfuerzo no lo pongan al pobre a jugar el día más señalado de su carrera deportiva. Evidentemente aquello lo arreglaron nuestras benditas Señoras, haciendo caer de mala manera a su colega Pelayo, dislocándole –piadosamente- el hombro a los veinticinco minutos, teniendo que salir en camilla sustituido por el pequeño charro. Lo otro, el único suceso futbolístico reseñable, tras las escasas y poco claras ocasiones de peligro, en el minuto noventa, para terminar, un pelotazo de Xisco, el gigantón de las bromitas a Uli en los vestuarios, se estrella en la cepa del poste murciano, haciendo levantar de su sitio a todo el estadio. Sólo permanecieron sentadas dos espectadoras de lujo en Preferencia, Nuestra Señora de Guadalupe, en charreteras con una faja verdiblanca alrededor de la cintura y con las botas camperas, y la Virgen de la Fuensanta, con la falda granate del Murcia debajo, y la camisola rayada blanquiverde en lo alto, como le exigía – ¿podrán creerlo? - el ser igualmente tanto patrona cordobesa como patrona murciana. Por eso, nomás, el cero a cero, desde el principio, estaba cantado.
Pero en Murcia alguien tenía que ganar. La Morenita Mejicana acompañó a su amiga Fuensanta hasta su localidad mediterránea. Por la mañana nuestra patrona le mostró su precioso santuario en las proximidades de la ciudad, realizando el recorrido a pie hasta la catedral de la villa, a donde la trasladaban en Romería en la feria de septiembre. La Mejicana no es que se asombrara de la magnificencia y la espléndida consideración que tenían con ella los murcianos, pues ella estaba muy acostumbrada a las exuberancias y exageraciones de su propio país, sino que se daba cuenta de que tal vez no sería buena idea obligarla a escoger entre ambas localidades. Así que, sin confesárselo, pensó que debía poner también algo de su parte, por si la otra, indecisa, no se animaba a volcarse con el equipo andaluz, que era por el que había viajado tan lejos la charra, para que la dejase tranquila el pesao de Tardáguila.
- Si quieres que te cuente el partido échame otro, que tengo la garganta seca, ¡caramba! –Inquirió Miguel al mesero, con su media lagartijera. Esperó a que le trajera otro vaso con los tres hielos, miró como le servían la porción de ginebra y la mitad del refresco de cola, y finalmente cómo le dejaba caer una rodajita de limón, que el exjugador sacó, estrujó y volvió a echar con meticulosidad pero escasa pulcritud.
- Esto lo pusieron de moda los soldados de las fuerzas aéreas de la Gran Bretaña -explicó Miguel por enésima vez para los cuatro restos que quedaban en la barra-. Esto no es un Cubalibre. Esto es un R.A.F, con las mismas letras de la armada británica. ¿Estamos?
- Que sí, Miguel, vamos a seguir con lo nuestro –cortó el barman para que no le soliviantara al resto de la clientela-. Cuéntemelo a mí solito. ¿Qué pasó en Murcia?
- Está bien –pegó un buchito al cóctel inglés y continuó con la charla.
Los murcianos se creían que iba a ser un partido de trámite. Los aficionados, la plantilla y sus técnicos pensaban más en el equipo que le tocaría en la siguiente ronda que en nuestra humilde presencia. Las Palmas y el Sporting se jugaban la otra plaza de la final, y parece ser que sólo ellos contaban. Pero eso ya se vería en el campo.
A estas alturas hacía rato que el relato de nuestro cronista deportivo era el epicentro del garito nocturno, por lo que en ocasiones se dirigía en general a todo el auditórium, mientras que se replegaba al cara a cara de la íntima barra cuando buscaba la complicidad de su camarero y amigo Rafael.
La Fuensanta se llevó a la Virgen de Guadalupe a los palcos del personal del Ayuntamiento, donde había disfrutado del abono de temporada junto al alcalde pimentonero. Bien arreglada o como aquel día, con su traje de huertana y su moño recogido con unas graciosas florecillas rosadas, tan guapa, nunca le preguntaron si le pertenecía realmente aquella localidad, sino que directamente le proponían continuar la fiesta por los pubs de la localidad, a lo que a punto estuvo de acceder en alguna ocasión, como joven alegre que era, hasta que se daba cuenta de su verdadera naturaleza y se disculpaba con la excusa más peregrina.
Cuando se sentaron juntas en el elegante palco municipal la Lupita se removía en su asiento como una serpiente, pues habían pactado resignarse a dejar la victoria al libre albedrío de técnicos, jugadores y árbitros, como unas espectadoras más –dejándolo en un “que sea lo que Dios quiera”-. Pero era la mejicana la que llevaba sufriendo las quejas y súplicas del futbolista charro durante años, con la persistencia del gota a gota chino y la contundencia de un martillo pilón. Al fin y al cabo La Fuensanta era una mandada a la que le habían venido bien de rebote las victorias del chamaco por coincidir con las de su equipo. Y la carismática Virgen de Guadalupe no había cruzado los océanos para esto, con el trabajo que se había dejado atrás en su México lindo y querido.
Nada más que empezar, a los siete minutos, penalti contra el Córdoba, Juanlu derriba claramente a Eddy, lo tira Saúl y lo echa fuera. Y a la jugada siguiente el propio Juanlu, para resarcirse de su error, desdobla a Pinillos por su banda izquierda y centra para que Pedro, marque a placer de cabeza en el segundo palo, hecho que ni siquiera festeja, a pesar de su gran importancia, que es una cosa que no me entra a mí en la cabeza, -señaló el viejo jugador a su amigo-, juntando las manos en señal de perdón por marcar a su anterior equipo -o eso o que le daba las gracias a la manita que le echaban del cielo-. La mejicana se hace la tonta abrazando a su amiga que trata de liberarse de sus garras por el qué dirán y la mira directamente a los ojos. La Lupita baja la vista con una risita y la Fuensanta se indigna porque se estaba oliendo la tostada.
- ¿Qué pasa aquí? ¡Cuéntame guapa! Yo creía que aquí no ejercías, querida. ¿O me engañas o has hecho algún fichaje?
- Ji, ji, ji, ji. –Y de repente un mensaje en el wasap de la mejicana, decía: “¿Has visto eso? Dos milagros en diez minutos?” Y la respuesta: “¡Muy bien! Pero poco a poco, prudencia, a ver si se va a notar mucho.” Después se excusó:
- Perdón.
- Nada, nada. ¿Qué…? ¿los espías? –le sugirió con sorna la murciana.
- Los Patronos de tu ciudad olvidada. –Le soltó en serio su amiga. Y la Fuensanta se echó a llorar abrumada por no poder decidirse a ayudarla a inclinar la balanza.
Eso me han dicho, y como me lo dijeron lo escribo. Aunque les parezca extraño. Me lo contó mi amigo Rafael, que Miguel le dijo que al plumilla le había contado el gordo Gerardo que Ulises no fue quién vio a las dos mujeres en el palco, sino el chiquillo del carrito de los helados, que estaba en plena adolescencia y se quedó prendado de aquellas mujeres tan hermosas. Y fue este muchacho el que las estuvo rondando todo el partido, ofreciéndoles hasta en cinco ocasiones su refrescante producto desde el escalón superior para asomarse al balcón de sus blancos escotes. Él fue quien las vio abrazarse, reír y llorar, y el que refirió el asunto a sus compañeros en el ambigú próximo al vestuario, donde Raulito Bravo y su amigo Uli se tomaron un refresco para celebrarlo, antes de coger el autobús de vuelta, donde oyeron referir al vendedor ambulante las bondades de las guapas muchachas y sus comentarios, por lo que al final, atando cabos, el bravo e inteligente futbolista mejicano llegó a la conclusión –y así lo retransmitió al parecer para toda España- de quiénes serían aquellas bellas aficionadas y cómo actuaron.
Hasta la segunda parte no consiguió empatar el Murcia en jugada personal de Wellington. A esas alturas de partido La Fuensanta ya había hecho llamar a los niños milagrosos –los fichajes que la Lupita se había traído de contrabando- que no eran otros que nuestros patronos San Acisclo y Santa Victoria, y los tenía sentados a su lado, a buen recaudo, para que no hubiera sorpresas. Pero después del empate, viendo el cariz que tomaba el asunto, los dos hermanos tramaron en voz baja un plan sencillo que pusieron sin demora en marcha. Vicky, Victoria, consiguió despistar a la Fuensanta pidiéndole dejarle ver su espléndido traje regional murciano, haciéndole levantarse y darse la vuelta para contemplarlo. Entonces, aprovechó Acisclo –sin la menor cara de Santo- para echar una mano a su equipo. De nuevo Pedro entra por su pasillo derecho, centra desde medio campo murciano y Raúl Bravo, entrando desde atrás con toda su alma cabecea de nuevo inapelablemente a la red. La Fuensanta, como todos, se levantó, miró a sus dos chiquillos y los encontró exultantes pero ruborizados, disimulando una sonrisita tímida que no acababan de poder ocultar, miró entonces al Alcalde de soslayo, que como el resto de los murcianos achacaban la culpa del gol a un desajuste defensivo, así es que no se molestó en disculparse, dio media vuelta y se volvió a sentar callada.
El resto del encuentro sería un quiero y no puedo del equipo local, sin fructificar. Dos tiros lejanos resueltos con dos ligeros soplidos de Vicky fuera de los palos y un tiro al larguero en el último minuto que Acisclo tuvo que achicar con algo más de trabajo, aumentando el grosor de la madera imperceptiblemente durante unos instantes. ¡Coser y cantar! ¡El Córdoba pasaba a la siguiente ronda! Los jugadores se abalanzaron unos sobre los otros, como en Sodoma y Gomorra o peor, se dirigieron a las gradas para festejar con la afición el triunfo y todo quedaba pendiente de la gran final a doble partido con Las Palmas, que había eliminado al Sporting; el primer partido en el Nuevo Arcángel –más nuevo que nunca, ya lo verán.
Después de despedirse con cierta amargura de su gente murciana, La Fuensanta emprendió el viaje de vuelta camino de su eterna ciudad de Córdoba, se fue cambiando de indumentaria por el camino –no seas mal pensado Rafael, a la Virgen no se le vería nada en absoluto, descuida, estoy por decir que llevaba la ropa del Córdoba debajo; la camiseta y los pantalones tejanos-. Así que, ya de cordobesista, fue por el camino festejando el triunfo con su amiga Guadalupe y con sus traviesos ahijados, que no pararon de entonar su himno cordobés hasta llegar a casa, contentísimos por una vez en la vida de no jugar el papel indeseable de mártires.
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