2ª PARTE

La Señora de la Fuensanta

2ª parte
A Ulises le despertó de su ensimismamiento el odioso sonido digital y cortó por la mitad el ritmo de sus trascendentes plegarias, por eso se levantó airado de su asiento para reprender a la señora. Se le acercó por detrás y le llamó la atención en un tono subidito:
- ¡Señora! Debería poner su móvil en silencio cuando entre en una iglesia.
Entonces ella se dio la vuelta para contestar y se levantó como en un ritual su leve velo. Todo ocurrió como a cámara lenta. Lo que Ulises había creído por la espalda una ancianita enlutada, era en realidad una joven hermosa con una peculiar expresión de ternura y bondad en su rostro.
- Tienes toda la razón, muchacho –respondió la mujer en voz baja pero realzada por el eco del templo-. Discúlpame, por favor, pero era un mensaje importante. Ya he terminado. Lo apago.
Ulises se quedó tan impresionado de la juventud y belleza inesperada de la mujer, que por un momento no le salieron las palabras y cuando habló lo hizo balbuceando torpemente.
- No, no, no. No lo sabía, perdona-ne-me, señora, señorita, lo siento.
- No te preocupes, Uli –contestó la señora-, te entiendo.
- ¿Cómo? ¿Me conoces? ¿Sabes quién soy?
- Sí, por supuesto, eres Ulises Tardáguila. –Y volvieron a retumbar sus palabras, repetidas por el eco que producía la soledad de la iglesia.
- ¡Dios Santo! ¿Cómo es posible? –preguntó alarmado creyendo que se trataba de algo mágico o sobrenatural lo que le estaba sucediendo.
- Tranquilo, hombre –le susurró la mujer-, soy aficioná al fútbol. Te conozco perfectamente, tú eres el delantero mejicano del Córdoba, ¿verdá?
- ¡Ah! Sí, sí, claro. Por un momento pensé… Nada. Siga usted con lo suyo, ahorita termino yo, nomás.
- Está bien, muchacho, yo también he acabao con lo mío por ahora. Salgo ya pa fuera. Te espero en el guerto, si te parece y hablamoh. –Así citó la mujer al muchacho en la más castiza jerga cordobesa del barrio de Cañero.
Ulises tardó menos en salir que lo que tarda en santiguarse un cura loco, como el que dice. Cuando asomó por la puerta del huerto distinguió a la mujer en las proximidades del pozo regando unas macetas de geranios. Se dirigió hacia ella con las rodillas flojas, trató de serenarse y la saludó con su mejor sonrisa y toda su capacidad de persuasión:
- Hola –dijo tímidamente.
- Holaa –le correspondió ella.
- Tienes muy bonito el jardín. ¿Vives aquí? –Sólo se le ocurrió eso que decir a nuestro Odiseo, con la empanada, la cosa más tonta que había oído la señora en su vida-. (Y sin embargo, el primero que acertaba).
- Exacto, chaval, ¿cómo lo has adivinado? Pareces un chico listo, eh. –Se burlaba la guapa y morena mujer.
De pronto volvió a sonar el wasap de la chica:
- Beep-beep, beep-beep.
- ¡Oh, perdón! Otra vez el aparatito. Je, je, je –rió ella, miró el teléfono y dijo sin levantar la cabeza:
- Es un recado de una amiga mía de tu tierra.
- ¿De mi tierra? ¿Mexicana quieres decir?
- Sí. Tengo una amiga mejicana que me manda trabajitoh de vez en cuando. Ji, ji.
- ¿De qué parte de México es tu amiga?
- De Guadalupe. De tu Jalisco querido. Ji, ji, ji.
- ¡No me digas! ¡Qué casualidad! Pues mándale un abrazo de mi parte requete-cariñoso –se atrevió a decirle.
- Sí, sí, claro, Uliseh. Descuida. Ji, ji, ji.
- ¿Y qué trabajo te manda, si puede saberse? –preguntó el futbolista.
- Es para ayudar a una persona que ahora vive aquí, en Córdoba.
- Muy bien. O sea que trabajas para una ONG, entonces, ¿no es cierto?
- Bueno sí, algo así, eso es, Uli. Ves como eres un chico mu espabilao.
La guapa cordobesa dejó la regadera sobre el brocal y, un tanto acalorada, se quitó la rebequita negra y la colgó en un clavo de una de las columnas del porche, donde lucía, como una araña pegada a la pared, el emblemático caimán. Morena, siempre sonriendo y con su blusa azul celeste y su falda marrón hasta el suelo, que agarraba para no enredarse cuando caminaba, parecía una gitanilla yendo y viniendo por el huertecito. Y Ulises la perseguía con la mirada de aquí para allá, como a una pelota de tenis.
En uno de los cambios de campo –un poco antes de acabar el primer set- se le colocó a su lado y la acompañó a regar las macetas del muro de la entrada. Por fin la gitana deshizo el silencio:
- ¡Chiquillo! ¿Qué te pasa a ti que estás tan serio y tan callao?
- Nada. –Y siguió detrás de ella arrastrando los pies.
- ¡Cuéntame, hombre! Que yo entiendo de to. ¡Ándele! Cuéntele a su mamasita, manitoo. ¿Se puede saber qué haces a estas horas rezando en la iglesia, chaval?
- No importa –dijo para arrancarse-, si es que en realidad yo no me puedo quejar.
- Eso es verdad. Tú eres un muchacho afortunado, futbolista profesional del Córdoba, o en realidad, mejor aún, del Chelsy. Debes ser rico o casi, casi. ¿De qué te quejas?
- Tienes razón. No, rico no soy, este equipo no paga mucho –dijo Ulises, rojo como una amapola-. Ni gano tanto dinero ni el dinero lo es todo, sabes.
- Eso es cierto, está la salud y el amor por delante, ¿no? ¡Ji, ji, ji! Perdona.
- No, nada, sabes, yo vine acá a España a triunfar, nomás. Pero no tengo chance, el equipo no despega. Luego está la familia, que la tengo allá bastante apurada, todos muy lejos pero pendientes de lo que hago, y mis amigos y tanta gente que me sigue, para que yo ande arrastrándome de ciudad en ciudad, tirando a la basura la oportunidad que me dio la virgencita de ser alguien y de triunfar.
- Pero, tú les mandas tu dinerito para que vivan bien allá, verdad, y los llamas y te preocupas de ellos, y te entrenas duro y te cuidas mucho y te esfuerzas al máximo en cada partido por tu equipo, ¿no es cierto?
Ulises no contestó inmediatamente, pues no sabía si podía responder a todas las cuestiones tan afirmativamente como hubiese deseado. Después contestó un poco con evasivas.
- Sí, claro, pero estoy muy preocupado porque no he jugado mucho este año y cuando juego no me sale nada y perdemos muchos partidos y al final me echarán a un equipo aún peor el año que viene y no interesaré a nadie y acabaré en mi tierra dentro de nada, sin un peso y de borracheras o cosas peores, como tantos deportistas fracasados.
- ¡Para, para, chaval! Que no será para tanto. Ya quisieran la mayoría tener tus problemas –le dijo al mejicano la mujer mientras tomaba su barbilla con su mano en un gesto afectuoso. Y siguió:
- Tú trabaja para mejorar y esfuérzate todo lo que puedas para que tu equipo gane y procura que tu familia sea feliz, que aunque no lo parezca son dos cosas parecidas. Esos son verdaderamente tus dos equipos. Pero tienes que poner toda tu alma en ello y dejarte de excusas.
- Sí, pero ya quedan pocos partidos y si no empezamos a ganar va a ser imposible que estén contentos conmigo. Al final lo que importa es ganar, nada más. Por eso he entrado aquí a rezar, para que me eche una mano la Virgen, para que nos ayude, qué sé yo, aunque sea haciendo un milagro.
- Vamos a ver, Uli, no seas aprensivo, hijo. “Siembra y recogerás”, decía el Señor, pero nadie recoge los frutos al día siguiente de haber sembrao. Más tarde o más temprano si trabajas en serio, si trabajáis todos duro, acabarán viéndose los resultados. Si quieres resar, resa. Yo también resaré por ti aquí. ¡Y olvídate de lo demás! Será lo que tenga que ser. Ocúpate sólo de lo que puedas hacer tú. ¡Nomás! Como tú diseh.
- Es verdad, tienes razón. A lo mejor podría hacer algo más de lo que hago. –Le dijo Ulises a la joven con la mirada perdida. Luego la miró a sus bonitos ojos castaños y le aseguró.
- Lo tendré en cuenta.
De pronto se acordó Uli de su obligación de entrenar y despertó de esa especie de letargo al que parecía estar sometido. Las hermosas palabras de aquella encantadora muchacha resultaron como una aspirina para su dolor de cabeza. Sintió la llamada del deber y la urgencia del trabajo. Se tensó como una ballesta y desde entonces no volvió a apartar el ojo de la diana. Completamente transformado, fresco y alegre se dirigió a la chica por última vez diciendo:
- Bueno, perdona, que llego tarde al entrenamiento. Me paso después y nos tomamos una copa, vale. ¡Chao! –Se despidió y aquello fue todo.

Miguel, como un experto actor de vodevil, hizo mutis unos segundos para ver la cara que se le quedaba al barman, que por fin interrumpió el silencio para decirle:
- Un segundo Miguel que me llama el de la esquina. ¡A ver si es pa pagar! Yo creo que está aburrío, si quieres le digo que se venga a escuchar. Ja, ja, ja. –Nada. Quería otra copa. Estaba solo y era temprano para llegar a su casa, vaya a ser que pillara a su mujer despierta. Se la sirvió y volvió con el viejo jugador a escuchar con atención. Cuando estuvo a su lado empezó preguntándole el otro:
- ¿Qué te parece, Rafael?
- Normal, Miguel. Que iban las cosas fatal y el muchacho tenía ganas de triunfar. Eso nos ha pasao a tos. ¡Siga usted! –Y continuó Miguel.
Decía su amigo Gerardo que Ulises salió del Santuario medio corriendo camino del estadio, pensando en los sabios consejos de la joven y guapa muchacha, cuando al llegar se acordó que no le había preguntado siquiera su nombre ni le había pedido su número de teléfono. Pero ya era tarde, se acercaría luego con el coche después del entreno. Era una muchacha divina, la muchacha más bonita y simpática que había conocido desde que llegó en septiembre a Córdoba, nada que ver con la mala fama de la típica mujer cordobesa, guapa pero “esaboría” -como se dice aquí- y súper creída.
Ese martes se tomó más en serio que nunca su trabajo. Tras el descanso del lunes, que es el día de fiesta de toda la vida de los futbolistas se empieza la semana con un calentamiento más largo de acondicionamiento del cuerpo para un trabajo intensivo de resistencia y de fuerza a base de duros ejercicios con peso, un tipo de entrenamiento que siempre se le había hecho especialmente duro a Uli, más amigo de los ejercicios con balón, donde exhibía sus habilidades circenses con su zocata de oro.
- Tú ya me entiendes Rafael, no nos engañemos, como tú y como yo cuando éramos peloteros, y cómo la mayoría de los futbolistas, que para hacerlos correr hay que engatusarlos con la pelotita o no le dan un palo al agua.
- No exageremos, Miguel. Yo puede que fuera así y tú más todavía, pero hay muchos futbolistas a los que les encanta correr y hacer ejercicio. –Puntualizó con justicia el exjugador más joven de los dos.
- Pero si a ti no te hacía falta correr. Tú técnicamente estabas sobrao, Rafael.
- Grasias, Miguel, pero eso es un topicazo. Yo no sé en sus tiempos, pero yo tenía que correr como tos, y cuando dejé de correr me tuve que meter de camarero, ¿estamos? ¿A usted no le pasó lo mismo?
- Puede ser, puede ser.
- Ande, siga de una vez.
Pues bien, ese día, por lo visto, en las series de carrera continua alrededor del terreno de juego Ulises se fue acordando de la muchacha de la iglesia y le dio ánimo para no quedarse atrás y adelantar a sus compañeros, sin hablar apenas con nadie, muy serio, hasta colocarse en cabeza, junto a los atletas –digamos-, los que vivían de su físico –la mayoría defensas- y, por qué no decirlo, los que, como él, querían demostrarse a sí mismos, a su entrenador y a los demás, que se podía contar con ellos.
Algunos sonreían al verlo pasar, y todos acabaron sorprendidos viéndolo tirar del grupo; el pequeñín artista estaba trabajando como un maldito peón. Nadie dijo nada. Casi todos por dentro se alegraron del arrebato de pundonor del manito y esperaron que el cambio no fuera flor de un día. Después llegaron los abdominales, los lumbares y los ejercicios con carga. Ulises, machacado con las veinticinco vueltas al campo a pleno rendimiento, no podía con su cuerpo, mucho menos con los enormes balones medicinales. Sin embargo siguió las órdenes del preparador físico al detalle, mientras el míster les echaba la bronca por el partido pasado, aunque a punto estuvo de no levantarse en una de las veces que su pareja de trabajo -el bueno de Arturito- le golpeó con el enorme balón en el pecho y lo derrumbó como a un pelele.
Aquel día en la ducha, al parecer, fue el centro de atracción. Los dos delanteros gigantones se burlaban de su repentina actitud, mientras casi todos les reían las gracias y sólo unos pocos le dirigían unas palabras de ánimo o le daban unas palmaditas en la espalda. Uli sonreía también sin perder el buen humor, a pesar del cansancio, mientras aún pudiera mover al menos los músculos de su cara, pero callaba, satisfecho con el trabajo realizado. Y sólo pensaba en si podría hacer aquel esfuerzo supremo cada día. Al menos lo iba a intentar. Después pensó en la chica de la iglesia. Aún podría llegarse a por ella e invitarla a una copa, como le había prometido, y le hablaría del trabajo de hoy y de su nueva mentalidad, que ella le había inspirado en gran parte. Se vistió con las pocas fuerzas que le quedaban y se subió a su carro, derrapando al arrancar sobre la tierra rojiza de los aparcamientos.
Llegó en menos de cinco minutos, tragándose todos los badenes de la carretera próxima. Dejó el coche bajo la sombra de un eucalipto gigante en la cuesta de al lado de la iglesia y saltó a la acera casi corriendo en dirección a la puerta lateral. Al pasar por la fachada principal se encontró la entrada abierta y penetró por allí mismo. Acababa de concluir una misa de difuntos y por poco no se tropieza con el féretro, al que tuvo que esquivar. Algunas personas se demoraban a la salida entre caras largas y lamentaciones.
Ulises cruzó por el pasillo central santiguándose y mirando para un lado y otro del oscuro interior de la iglesia. Salió por la puerta del fondo y saltó al huertecito contiguo. Por allí todavía quedaban algunas personas que iba succionando la puerta del muro como una cloaca. Corrió detrás de un grupo de mujeres para mirarle la cara a una señora con ropa negra que iba entre ellas. ¡Nada! Resultó una pequeña anciana arrugada como una pasita y casi de su mismo color, que lo miró al girarse con su cara beatífica, como si disfrutara sólo con mirar los rasgos alegres y aniñados del chaval. Uli vio salir a las últimas personas del jardín y se dirigió a la puerta de la casa que está al lado de la del templo. Llamó al timbre. Esperó. Volvió a llamar. Volvió a esperar, pero nada, no había nadie o la casa estaba abandonada. Así que salió por la puerta pequeña dejando el precioso huerto extrañamente deshabitado.
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3ª PARTE
 
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