5ª PARTE

FINAL CONTRA LAS PALMAS

5ª PARTE
El jueves 19 de junio de 2014 con 21.000 espectadores, por tercera vez este año, tendría lugar el histórico encuentro decisivo entre el Córdoba y Las Palmas. Prescindimos de preliminares, sólo decir que entre la multitud, según la versión celestial del gordo Gerardo hubo aplastante mayoría local, como no podía ser de otra forma: los jóvenes patronos San Acisclo y Santa Victoria, La Virgen de la Fuensanta, copatrona de la ciudad, La Lupita (sin jurisdicción y por lo tanto sin presencia activa, como “El Chapi”, una foránea dirigiendo al equipo), y, como invitado especial, el mismísimo Arcángel San Rafael, guardián y custodio de Córdoba, la última incorporación del equipo, idea de la mejicana, que no quería dejar nada al azar. Por el equipo canario únicamente –que sepamos- la advocación mariana de la Virgen del Pino, patrona de la isla, a la que se agasajó a su llegada con la debida cortesía, haciéndola visitar la lista completa de las iglesias fernandinas, empezando por San Lorenzo y terminando por San Pedro, donde nuestros patronos les mostraron dónde eran venerados por los cordobeses a pesar de su depauperado estado de conservación. La procesión hubo de pasar además obligadamente por la Mezquita-Catedral y más en estos tiempos que está tan solicitada, para terminar en el único sitio por el que se interesó realmente la del Pino, el santuario de la Virgen de Linares, pues al parecer había coincidido con la Conquistadora y Capitana en alguna ruta de senderismo.
Finalmente la canaria descansó de la paliza junto a sus dos hermanas en el santuario de la Fuensanta, se comió su buena tortilla de patatas con salmorejo regado con unos buenos trinques de fino de Montilla, -traído de la bodeguilla de enfrente para la ocasión-, y se quedó frita en la siesta, hasta el punto de llegar con el partido empezado. Tuvo que recurrir a sus poderes para encontrar a sus colegas en las gradas, medio sonámbula que estaba. Llegó pidiendo disculpas, como en otro mundo y preguntando por el resultado. Le explicaron que cero a cero, pero que ya había tenido una oportunidad Ulises el mejicano, el compromiso del que tanto le habían hablado. Fue sentarse y ver un rápido contraataque peligrosísimo del Córdoba: un centro desde la derecha de Pinillos, en una salida en falso de Barbosa, que es cabeceado por Luso a la altura del tercer anfiteatro sin la dirección correcta, molestado por el veterano Ángel en el salto -desde el primero y con el ala izquierda-. Por poco. Los graderíos gritaron: ¡UUYYY! Y el estadio atronó en aplausos.
La Virgen del Pino -que era por lo tanto muy larga- desconfiaba de sus hermanos. Tuvo la impresión de que ya se la estaban jugando y exigió de todos los presentes su neutralidad, a lo que los cordobeses del otro mundo no se pudieron negar, quedando ella así más tranquila con la palabra de estos y celebrándose desde ese momento un imprevisible encuentro más.
Empieza el partido el Córdoba incomprensiblemente jugando a la contra, a pesar de jugar en su campo. El Chapi pretende seguir el concepto de los equipos de Luis Aragonés antes de coger a la selección; no ocupar sino llegar, sorprendiendo, al campo contrario. Las Palmas creaba peligro desde el centro del terreno. Aranda, el incombustible y aguerrido delantero que ha pasado por varios equipos de Primera –lo que dice mucho pero no sólo bueno de él- recibe un pase magistral al hueco de Apoño, pero remata fuera. El Córdoba apenas llegaba más que en jugadas a balón parado. Un córner a nuestro favor lo remata en picado Juanlu, saliendo por encima de la portería.
Las Palmas jugaba mejor y tenía tres sucesivas oportunidades, aunque no muy claras, mientras el Córdoba descaradamente agazapado, corría el peligro de que tanto fuera el cántaro a la fuente... Hasta el punto de que por momentos daba lástima verlos, parecían angelitos de Segunda dominados por demonios de Primera. Para colmo Luso, se lesiona en el minuto treinta y siete de la primera parte, y es sustituido por López Garai, aún más defensivo.
La superioridad de los canarios pecaba de suficiencia. Sus dos centrales marcando en zona relajadamente descuidan a Xisco, que recibe un balón de espaldas al borde del área, se gira y botando dispara con potencia a la cepa del poste para que Barbosa detenga con grandes dificultades. Un aviso.
A punto estuvimos de entrarnos a los vestuarios con el marcador en contra. En el último minuto, Momo dribla y pasa a Nauzet, que con todo a favor no consigue batir al meta Juan Carlos, que según contaba Gerardo llevaba ya un tiempo entrenando directamente con el propio San Acisclo, por si las moscas.
En la segunda parte sigue el dominio canario, Momo con un túnel como el de Despeñaperros vuelve a desbordar a Gunino y tiene que meter el pie Bouzón para despejar con apuros a córner. El demonio canario, sonreía a sus compañeros al término de la jugada, como diciendo: “Que le compren una sotana al uruguayo”.
El Córdoba se defiende con orden y busca balones en largo desde su defensa. En uno de ellos Abel, nuestro quarterback, envía un precioso balón desde su medio campo para que Xisco controle de espaldas y chute dándose la vuelta desde el punto de penalti ante la salida providencial de Barbosa, que consigue atajar el peligro, antes de que se convierta en Touchdown.
Poco después nuestro Arcángel San Rafael, enojado por las burlas de Momo, castiga al personaje de Michel Ende, que en su osadía baja a su defensa para subir el balón en persona y en lugar de jugar con un compañero le entrega el balón a Ulises por error, que se adentra y lanza un tiro raso pero mordido con la oposición de un defensa –que se cruzó en última instancia al recordar nuestro Arcángel su palabra empeñada-. Momo, que corrió inútilmente hacia atrás para remediar su fallo, escarmentado, resoplaba volviendo a su sitio como cualquier hombre de gris.
La venganza canaria del tremendo susto anterior lo preparó la del Pino enfadada, y vendrá en un córner por su lado derecho que remata Aythami, incomprensiblemente solo –al quedar todos los blanquiverdes por un momento paralizados-, en volea que pifia estrepitosamente al borde del área pequeña, como buen defensa, a las manos de Juan Carlos.
Para terminar el partido, en el último minuto Arturo, que había entrado por Xisco, recibe un pase a lo Laudrup entre líneas dentro del área, se intenta salir del marcaje de Deivid, que lo derriba en el punto de penalti. El estadio entero clama como uno solo: ¡PENALTIIII! Justo en el momento en que el árbitro, para llevar la contraria, sorprende a todos con la mano alzada por fuera de juego señalizado previamente por su auxiliar. El partido ha terminado. Cero a cero. Todo queda para el partido de vuelta en la isla de Gran Canarias.
- Rafael, ponme la penúltima que viene lo bueno.
- Miguel, que te estás pasando.
A estas horas de la noche nuestro jugador de tercera está ya desbarrando, con la media lagartijera haciéndole efecto. Esperemos que consiga llegar al final antes de que se lo tenga que llevar alguien arrastrando.
Como decía, todo quedaba pendiente para el partido en Las Palmas. Y allí sólo restaba ganar o perder; la gloria o el fracaso. Por una vez el equipo, los aficionados y nuestros propios ángeles hicieron el viaje volando, aunque por separado. A la llegada a la isla la recepción a nuestro grupo fue decepcionante y el traslado desde el aeropuerto hasta el hotel de los jugadores un verdadero calvario. Aunque era un lugar al que se le tenía cierto cariño –ya saben, lo de los plátanos, el mojo picón y todo eso- nos llevamos la impresión de que el amor no era mutuo. La misma recepción de la Virgen del Pino a nuestros amigos, sus invitados, no fue precisamente una fiesta. Pareció un tanto confundida de saludar a una expedición tan numerosa, no comprendía la importancia que el evento también tenía para nuestra gente, santos o pecadores. El caso es que a los tres patronos, a la Lupita y a San Rafael, se les unió la Virgen de Linares, despertada de su letargo por la canaria en su santuario, San Eulogio y hasta San Álvaro, próceres señalados de nuestra ciudad. Nadie se quiso perder la ocasión, los billetes les debieron salir baratos. Tenían la oportunidad de asistir a un momento histórico que no presenciaban desde hacía medio siglo, y aunque cuarenta y dos años parezca poco para una eternidad, les parecía más interesante que ninguno de los últimos eventos a los que les había tocado asistir. Así pues fueron conducidos en una pequeña guagua al centro de la ciudad, quedando los últimos en bajar, en cuya parada esperaba la del Pino para alojarlos en un cochambroso hotel de clase turista, en un par de habitaciones dobles con camas literas supletorias, lo más cutre que pudo encontrar, un hotelucho de mala muerte de los que huelen a comida de hospital en duodécima línea de playa. Ella alegó que no había encontrado otra cosa, que allí era obligado reservar con mucha antelación y que, dadas las circunstancias, no se podían quejar. Así que se despidió hasta la hora del partido, excusándose por no dedicarles su tiempo debido a las innumerables llamadas y mensajes que tenía que atender, precisamente por tratarse del día que se trataba, como si nuestros corresponsales del Más Allá no llevaran semanas y aún meses, debiendo atender el mayor número de plegarias que habían recibido desde la caída de las torres gemelas.
La nochecita que pasaron se la pueden imaginar, entre unas cosas y otras, enterita con los ojos como platos. Al día siguiente, después de darse un bañito en la tranquila playa de las Canteras, con sus anticuados trajes negros de baño con sus falditas y sus gorritos a juego, ellas, y sus bañadores con sus bragueros, ellos, almorzaron un rancho canario por santo, unos sancochos de segundo y una riquísima carne de cabra con sus papas arrugás, para acabar con unas tortitas de plátano de postre, unos, y un heladito de bienmesabe, otros, que los transportó al séptimo cielo, de donde por cierto venían.
- Miguel, ya me dirá usted quién le ha contao lo que comieron los santos. -Le soltó el barman por escucharlo.
- No tengo ni idea del que los vio o del que se lo ha inventao. Yo te cuento lo que me contó mi amigo el plumilla Velasco.
- ¡Ya! –siguió el escéptico camarero-. Y al periodista el gordo Gerardo…
- ¡Exacto! Déjame ya Rafael, que me estás mareando. Me parece que es un poco tarde ya para ponerle pegas a nuestras fuentes, digo yo. ¿Sigo o no sigo?
- Siga, siga, que estoy ya mismo fregando.
Pues terminado el almuerzo, se levantaron y se fueron andando despacito para hacer sus gloriosas digestiones, hacia el moderno y lujoso barrio de las Siete Palmas, donde estaba el nuevo campo de Gran Canarias, parándose a tomar un cafelito por el camino. Presiento que aquel paseo hasta llegar al campo de fútbol no fue lo más agradable de su corta estancia en la isla, sino todo lo contrario, los canarios parece que no vieron con buenos ojos la procesión de aquellos santos y me consta que les costó llegar al asiento que les tenían reservado en el fondo sur, que hasta tuvieron que quitarse las camisetas rayadas para no sufrir los improperios de algunos fanáticos pio-pio. Por eso, cuando la del Pino les advirtió en el último momento y por wasap de la esperada neutralidad, el ambiente no era el más propicio para ello. En cierta forma, si reflexionan sobre todas las circunstancias que rodearon al evento, llegarán tal vez si no a justificar sí al menos a comprender los episodios finales del encuentro, que explican de alguna manera nuestra tesis intervencionista.
Si prescindimos del valor de nuestros angelitos, todo estaba a favor de la victoria y ascenso del equipo canario. El jugar en casa con 32.000 espectadores de amarillo animando; el cero a cero del partido de ida, que los dejaba a ellos a un solo gol del ascenso –aunque también a nosotros, por el valor doble de los goles en campo contrario-; la historia misma del Las Palmas, tantos años en Primera; y, como todo el mundo decía, el equipazo que tenían este año, un equipo hecho para ascender junto al Dépor, pero al que se le coló delante el increíble Éibar. Estaba claro que eran los favoritos y si no ganaban, para todos sería una sorpresa y un fracaso. Nosotros no, el Córdoba había hecho una temporada muy irregular con toda la pinta a falta de diez partidos de salvarse sin muchos apuros, pero sin pena ni gloria, a no ser por el sprint final que los metió de chiripa en el último hueco. Y además, contra todo pronóstico, se había permitido eliminar al equipo murciano, algo extraordinario, pero nadie había ascendido nunca quedando el séptimo. Así es que, después de la superioridad exhibida por los amarillos en el primer partido en nuestra ciudad, podíamos darnos con un canto en los dientes con llegar a donde habíamos llegado, y, si no ascendíamos, de ninguna manera se podía considerar un fracaso. Por eso, quizás, a diferencia del partido de casa, desde el primer minuto del encuentro nos encontramos con un Córdoba muy tranquilo y bien asentado, aunque sin ningún delantero claro, con Ulises y López Silva, dos medias puntas sueltos, como los más adelantados.
- Que sí, Miguel, como Maguregui, con el autocar atravesao.
- Exacto, o como los italianos: al “catenaccio”.
En la primera parte, como era de esperar, dominó el equipo canario, funcionando como una gran orquesta interpretada por los tres instrumentos mejor afinados: Momo, Aranda y Nauzet Alemán; con música del maestro Apoño y la dirección de Herbert Von Valerón. Sin embargo los cordobeses, aunque empezaron muy replegados, no se conformaron con ser meros espectadores del bello concierto, sino que, como en algunos musicales de vanguardia, se atrevieron a intervenir con su propia melodía, creando una composición realmente grata para los sentidos, aunque no para los nervios.
Las oportunidades más que música fueron pura poesía, cinco grandes ocasiones entre los dos equipos, como los cinco versos endecasílabos de un Quinteto de Arte Mayor en el que rimaran en consonante los pares y los impares entre sí. Empezó con una falta que lanza Momo con su potente zurda, que despeja con los puños Juan Carlos, y después, alternativamente, Córdoba y Las Palmas copiaban dos jugadas como con papel de calco: un pase al hueco que deja solo a un delantero mano a mano con el portero, con un tiro a bocajarro que es milagrosamente despejado; y un balón de un trallazo estrellado en la cepa del poste, uno por cada bando. Como si desde las alturas hubiesen compuesto el hermoso poema y todo estuviese ya escrito y pactado.
La Lupita, abajo, que no era melómana ni diletante, sino más bien de verbena de barrio, en lugar de disfrutar con la función estuvo muy inquieta todo el primer tiempo, y la Fuensanta, acostumbrada a las monsergas de las campanitas de La Velá, medio igual. Los chiquillos sin embargo disfrutaron continuamente cantando y haciendo la ola, aunque fuera al son que bailaban los aficionados canarios, y los únicos que parecían tomárselo con auténtica filosofía estoica senequista eran los ancianos, San Eulogio y San Álvaro, que contemplaban el espectáculo como si estuvieran en el Gran Teatro.
Así que en el descanso, persuadidas de que estaban siendo víctimas de injerencias extrañas, las dos amigas se pusieron de acuerdo en intervenir. Guadalupe, con mayor experiencia y desarmada como estaba fuera de su ámbito, dirigiría el equipo, situando abajo en primera fila estratégicamente alrededor del estadio a los cuatro santos cordobeses con mayor raigambre y compromiso: la Fuensanta como baluarte defensivo detrás de la portería del Córdoba, velando por la solidez del autocar y por nuestro portero Juan Carlos; los patronos en el centro del campo, uno en cada banda, prácticamente a pie de césped; Acisclo en la derecha en Preferencia y Vicky en la izquierda en Tribuna; y para terminar, el Arcángel, el que más sabía de fútbol de los cordobeses después de más de medio siglo de espectador, en el fondo Norte, detrás de la portería contraria. Y el resto, junto a la mejicana, supervisando, en labores de intendencia, se quedarían donde estaban, junto a los pocos aficionados cordobeses que habían viajado.
Pero la cosa se complicó antes incluso de lo que sospechaban. Mientras nuestros custodios se esparcían por el estadio, mucho mayor que el antiguo campo insular, y abarrotado como estaba, antes de que la Fuensanta ocupara su sitio en la grada, tras la meta canaria, en el minuto dos marcó el primer gol Las Palmas. Pedro le complica la vida a Raúl Bravo en un balón hacia atrás, que este, falto de recursos no se decide a despejar, presionado por Nauzet, el mejor de su equipo en la primera parte, para que el avispado Aranda se lo robe, penetre hasta la raya y se la deje hacia atrás al compañero que llega, Apoño, en un magnífico pase de la muerte, para que este remate contundente desde el punto de penalti con el interior de su pie al interior de la red. Uno a cero. Las Palmas, de momento, clasificado.
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