Entre páginas (Nov. 2013)

De Luis del Moral

Vela y libros
Tras el comienzo del curso, la biblioteca comenzaba a retomar su aspecto habitual. La vida estudiantil empezaba un nuevo ciclo; las clases se sucedían una tras otra. Para ciertas carreras, las jornadas podían ser muy extensas y casi absorbían todas las horas disponibles al día. Por esto, muchos de nosotros veíamos un acierto en el hecho de que se hubieran suprimido las horas lectivas de los viernes. A mí me venía bastante bien; iba a la biblioteca y pasaba allí prácticamente todos los viernes que podía, que eran aquellos en los que no tenía que ayudar a mi madre en la tienda; algo agotador pero necesario para nuestra inestable economía. Ese curso fue bastante especial para mí. Es de hecho, el período más importante de mi vida, pues marcó un punto de inflexión que cambió mi destino para siempre.
Coincidía con que era el último año de mi carrera. Siempre había sido un buen estudiante y había logrado terminar cada curso en su año. Esto, aparte de proporcionarme largos períodos estivales de descanso, era un hecho de lo más sobresaliente; no muchas personas que estudien una ingeniería podían decir eso en aquel momento. Durante el mes de octubre, recuerdo que había una asignatura que se me atravesó sin que pudiera poner remedio alguno. Por más que estudiaba siempre me encontraba en la línea; tenía que hacer algo.
Por esto, dedicaba exclusivamente cada viernes a repasar todo el temario que habíamos avanzado hasta ese día. Aún me acuerdo cómo me sentaba metódicamente en mi sitio, porque prácticamente podía decirse que lo tuviera reservado; sacaba todos los apuntes y encendía el ordenador. Después, comenzaba lo que yo llamaba “la ruta”.
Esta ruta consistía en recorrer todos los pasillos del área de ingeniería, en busca de los libros recomendados por el profesor, además de algunos que venían recomendados por los más destacados repetidores de la materia. El proceso debía ser de lo más sencillo; casi nadie tomaba prestados libros de
ese tipo. Lo más normal en mi clase era que todos los hubieran conseguido por medio de Internet, o los tuvieran fotocopiados. En ese caso, los libros eran demasiado antiguos y algunos muy viejos. Había muy pocos ejemplares y siempre estaban todos reservados. Mi única esperanza radicaba en ser el primero en llegar a la biblioteca. El madrugón merecía la pena y casi siempre conseguía encontrar todos los ejemplares que necesitaba. Algunos días, en cambio, los localizaba en pequeñas incursiones al área de ciencias. Aún había ciertos compañeros que ponían un especial interés en ocultar los ejemplares de consulta entre otros libros. De esta forma, solamente ellos conseguían encontrarlos. Este hecho era duramente castigado; no obstante, aún había personas lo suficientemente mezquinas como para hacerlo.
Un día fui incapaz de encontrar uno de los libros. Estaba desesperado, pues lo necesitaba para terminar unos ejercicios prácticos. Además, había cometido la gran estupidez de dejarme algunos apuntes dentro y no conseguía localizarlo por ningún sitio. Hablé con los bibliotecarios y me echaron una mano, más no nos fue posible encontrarlo. Ese día ya estaban bastante enfadados. Cuando abandonamos la infructuosa búsqueda escuché como uno de ellos hablaba con sus compañeros en la zona de devolución. Se les notaba ya cansados de la situación. Suspiré y me compadecí de ellos por un momento. Deseaba que encontrasen ya al culpable pues al menos a mí me estaba haciendo la vida imposible.
Decidido a no gastar ni un segundo más, derrotado, regresaba a mi mesa cuando pasé de nuevo por el área de ingeniería. Tenía la costumbre de andar entre las estanterías mirando los títulos de los libros. Era algo que me gustaba. Justo antes de llegar al hueco de la escalera, me detuve al lado de los servicios y eché un vistazo una vez más en busca del preciado título. Al llegar al final de la estantería me quedé sorprendido al ver que se encontraba en su sitio. Estaba boca abajo y exhibía su punto rojizo. Sonreí de satisfacción y lo cogí. Era muy delgado y las páginas habían sucumbido al paso de los años; estaban ahora deshilachadas. En un intento frustrado de restaurarlo, habían sustituido las tapas por otras nuevas de cartón, un poco más blandas. No obstante, se apreciaba que habían pasado varios años de ese intento. Ahora el libro retomaba de nuevo su edad natural y el peso de los años hacían que se sintiese ajado, olvidado a su suerte bajo espesas capas de polvo. Ese día no fue así, pues se encontraba bastante limpio y todas las páginas estaban bien sujetas. Quizás lo habrían vuelto a restaurar; puede que esa fuese la causa de no haberlo encontrado los días anteriores.
Regresé a la mesa y lo abrí por el tercer capítulo. Me resultaba bastante interesante el hecho de pensar que solamente me sirvieran algunas páginas para mi propósito. Encontraba muy común este hecho entre todas mis asignaturas. Las reseñas bibliográficas estaban pobladas por textos de los más
eruditos y dotados en las materias. No obstante, las referencias se sucedían unas a otras en mis apuntes y pequeños matices y anotaciones eran aportadas por estas reliquias de papel. Al llegar a la página que me interesaba sentí una profunda decepción al no encontrar los papeles que olvidé la semana anterior.
En su lugar, había un pequeño trozo de papel doblado. El contraste del blanco sobre el fondo amarillento me intrigaba más aún. Podrían ser notas olvidadas por otros alumnos o quizás por el personal de la biblioteca. Dejé a un lado el libro y extendí la nota sobre la mesa. El texto era de lo más enigmático y aún recuerdo perfectamente lo que dictaba: “Grandes peligros y adversidades vieron superadas; una hazaña épica se hubo realizado. El Victoria cumplió su cometido y su sacrificio no fue en vano”.
Reconocí al instante el tipo de caligrafía de la nota. Era muy clara y ordenada, todo lo contrario a los jeroglíficos que yo utilizaba a diario. Pensé que se trataría de alguna anotación realizada por un chica. Aún así, no se correspondía para nada con la materia que se exponía en el libro. No le presté más atención de la que se merecía y la arrugué a un lado. Me centré en mi estudio y un par de horas más tarde había finalizado todos los ejercicios. Aún me quedaba más de una hora para poder coger el tren y regresar.
Al recoger mis apuntes, volví a tropezar con la nota. La había olvidado encima de algunas de mis hojas, en el otro extremo de la mesa. Sentí por primera vez una intriga que aún hoy no puedo explicar, más creo que fue dispuesta por el mismo destino. Tomé la nota y volví a extenderla. Tras leerla varias veces, había algo que no me encajaba en el texto. Me sorprendía que la palabra victoria apareciese en mayúscula, lo que me hizo pensar que se trataba de un nombre propio. Recordé entonces una de mis historias favoritas, un libro que había leído hasta la saciedad; aunque he de decir que no pensaba que pudiera tener relación alguna con esto. No obstante, incluso hoy soy incapaz de explicar la fuerza que me hizo levantarme y dirigirme al área de literatura.
Me encontraba avanzando entre los clásicos más laureados y relevantes de la literatura universal. No pensé que pudiesen tener un ejemplar en la biblioteca, pero me detuve en la sección dedicada a la J. Comencé a leer los títulos de los libros y allí lo encontré. “Cinco semanas en globo” fue el primer libro que leí de Julio Verne. Me pareció fascinante y cautivador desde la primera página. No era de extrañar que Verne fuera uno de mis escritores favoritos; cultivado e inteligente, se consagró para mí como el padre de la ciencia ficción, todo lo contrario a Wells, del cual había leído también algunas obras que no acabaron por cautivarme de la misma forma. Recordé también que el globo en el que viajaban los intrépidos Fergusson, Kennedy y Joe fue bautizado como “El Victoria”, en honor a la reina de Inglaterra. Supe entonces que la nota podía guardar cierta referencia con esa obra. Pensando en que se trataría quizás de una simple reseña bibliográfica, volví a poner el libro con cuidado en el estante.
Le di la espalda y un libro más pesado cayó y le empujó; este cayó al suelo. Me agaché al recogerlo y me sorprendí al ver que sobresalía una pequeña esquina de papel de una de sus páginas. Pensando que lo había dañado, lo abrí y encontré otra nota de papel. Solté el libro casi sin mirar y, totalmente incrédulo, tomé la nota y la leí casi en voz alta: “Donde la inteligencia de Powell y Donovan les hizo evitar la catástrofe, en una época ficticia en la que la pura lógica era desafiada por seres inertes, pero con sentimientos”. De pronto sentí como un escalofrío subía por mi espalda. No comprendía lo que estaba pasando, pero reconocí al instante la misma caligrafía. Esta vez tardé unas décimas de segundo en reconocer la referencia a otra gran obra; una obra de los padres modernos de la ciencia ficción: “Yo Robot”, de Isaac Asimov.
Tenía claro de que puede que alguien estuviera gastándome una broma bastante pesada, pues bien era conocida mi afición por la lectura. Nuevamente me sentí intrigado y me dirigí al área marcada con la letra I. No me sorprendió esta vez que tuvieran un ejemplar del libro, puesto que fue en esa misma biblioteca donde lo leí hace ya bastantes años. Al acompañar a mi hermana cuando yo era más joven, tuve la oportunidad de conocer la gran mayoría de las obras de arte con las que los padres de la literatura nos premiaron en su época. Este ejemplar estaba menos desgastado que el anterior y la edición era mucho más moderna. Poco me importaba en este caso la cubierta y pasé todas las hojas bastante rápido, en busca de otra nota. Un chico que pasaba por mi lado me dedicó una mirada de incomprensión y continuó su camino.
Dejé escapar un pequeño grito y volvió su mirada, receloso. Cogí el libro con una mano y extraje otra pequeña nota, hasta haberla deslizado en mi mano.
Esta se encontraba completamente en blanco. No entendí el motivo hasta que no aprecié las delgadas marcas que contenía el papel. Parecía como si alguien estuviese esperando una respuesta. No sabía si debía inmiscuirme en ese juego, pero me sentí tentado por hacerlo. Tomé mi bolígrafo y anoté: “Donde la realidad se hubo distorsionado y los futuros, guiados en su navegación por los reconocidos como sabios, emprendían interminables búsquedas hacia el mañana, siguiendo un punto inalcanzable”. No sabía si mi extraño interlocutor comprendería la nota, pero este acertijo lo mantendría ocupado.
Antes de guardarla, decidí anotar una frase más: “¿Es esto acaso algún tipo de broma o juego?”. Cogí la nota y la introduje de nuevo en el libro; lo puse en la estantería y eché un vistazo a mi reloj. Contrariado, fantaseaba acerca de la procedencia de las notas. Pensé que debía de tratarse de alguien que me conociese bien o que quizás me hubiese estado observando. El hecho de sentirme espiado hacía que sintiera de nuevo más escalofríos. Intenté quitar esa idea de la cabeza y dediqué la escasa media hora que me quedaba en hacer algo de provecho. Estuve leyendo algunos artículos en búsqueda de ideas para mi próximo trabajo; cuando llegó la hora me dirigí al andén y me marché. Durante ese fin de semana estuve dándole vueltas a la situación y volvía una y otra vez a pensar en las notas. Deseaba volver a la biblioteca y examinar de nuevo el libro. Sin saber porqué, ansiaba una respuesta. Las palabras se mezclaban en mis sueños y cientos de mensajes pasaban ante mí, más no conseguía extraer ningún sentido a la extraña situación.
Los días pasaron y al viernes siguiente regresé a la biblioteca. Poco me importaba el trabajo que tenía en curso; solté todas mis cosas en mi sitio y me lancé a la carrera hacia la zona de literatura. A medida que me acercaba pensaba en qué pasaría si quizás no hubiera respuesta, o si la nota hubiera desaparecido. Puede que empezara a sentir empatía por un ser aún desconocido, pero la idea me fascinaba. Llegué a la estantería y sonreí al encontrar el libro colocado en su sitio. Lo cogí y rebusqué hasta que encontré el trozo de papel, debidamente plegado y escondido entre las páginas. Dejé el libro de nuevo en su sitio y abrí la nota; había una respuesta: “Siempre detesté el personaje de Helward Mann. Me pareció demasiado artificial. Aún así, he de añadir que su papel como futuro pone la guinda a una de las obras más interesantes de ciencia ficción que he leído. Sin duda, Un mundo invertido es toda una obra de arte”.
Continué leyendo y, más abajo, finalizaba: “Respecto a este ‘juego’ como tu lo llamas, más bien prefiero considerarlo un desafío. Me pareces una persona entrañable, pero quiero asegurarme de que realmente eres quien pretendes ser. Ahora te dejo otro acertijo. Espero que esta vez tardes más en resolverlo: en un mundo irónico donde el amor, la ciencia y la literatura son ahora olvidados, todos los excesos conllevan a una realidad desenfadada y utópica, en el que los humanos habitan bajo un sentimiento común”. Por primera vez en mucho tiempo me sentí embargado por una pura emoción de alegría. Sin saber porqué había comenzado a sonreír y presentía haber conectado con alguien muy interesante. Nunca me había sentido tan intrigado. Ya no detestaba la idea de sentirme observado y más aún si se trataba de una persona tan misteriosa. Otro hecho que pude confirmar de esa nota fue el género de mi interlocutor. A juzgar por la cuidada caligrafía y el perfume que desprendía la hoja de papel, supe que se trataba de una chica.
Alguien que había conectado conmigo de una forma inimaginable. Descarté inmediatamente que pudiera tratarse de una broma, incluso aunque conociera con precisión todos mis gustos literarios. Dejé el libro en la estantería y regresé a mi mesa. Con cuidado, volví a extender la nota sobre la mesa y recapacité sobre su contenido.
Al hablar sobre un mundo irónico, pensé que quizás podría referirse a una realidad en la que la ironía gobernara cada aspecto de la sociedad. Lo que me desconcertaba era ese sentimiento ‘común’, bajo el que todas las personas se sentían doblegados. Tomé un trozo de papel y comencé a escribir todos los sentimientos que venían a mi cabeza: ira, tristeza, soledad, apatía, dolor, felicidad.
Cuando escribí el último, me quedé congelado durante un instante: hacía justamente un mes que había terminado de leer “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley. Una novela que relataba cómo la sociedad era mezquina y desenfadada, pero a la vez terriblemente avanzada tecnológicamente. El ser humano había sucumbido a la técnica y todos los aspectos de la vida eran ahora controlados por la ciencia. Recordé el soma, recordé la felicidad que aportaba a todos los ciudadanos. Supe en ese momento que no podía tratarse de otra obra. Devoré ese libro en el trascurso de una mañana, en la biblioteca.
Cualquier persona pudo verme pero, de pronto, tuve una idea muy interesante.
Tomé la nota y me adentré de nuevo en el reino de la literatura, pero no conseguí encontrar el libro. Su lugar estaba ocupado por un vacío impertinente y oscuro. Quizás alguien lo hubiese cogido prestado o puede que fuera otro nuevo desafío. Pensé en qué otros libros había leído recientemente. Recordé una novela de ciencia ficción que me impactó bastante. Se titulaba “Abyss”, de
Orson Scott Card. Le di la vuelta a la nota y escribí: “A una profundidad donde nadie ha bajado jamás, una gran mentira convive con un descubrimiento único que hace cambiar el destino de la humanidad”. Sabía que el mensaje era demasiado ambiguo como para que alguien pudiese dar con la respuesta. No obstante, esperaba que mi interlocutora respondiese sin titubear, dada la observación tan constante que había realizado sobre mí.
Dejé la nota en el lugar del libro y marché a clase. Me sentía fuera de lugar. Estaba demasiado aburrido como para prestar atención. La mañana trascurría muy despacio, sin ningún aliciente. Sin embargo, no dejaba de pensar en ella, en sus misterios y en porqué estaba haciendo todo esto. Entonces no me atrevía a pensarlo, pero me empezaba a sentir atraído por su intriga. Comenzaba a sentirme cautivado por una persona a la que consideraba muy intelectual, y que me conocía mucho mejor que yo. Ya al final de las clases me despedí de mis compañeros y me marché, poniendo de nuevo rumbo a la biblioteca.
Una vez allí, opté por seguir mi instinto y me dirigí directamente a la zona de devolución de libros. Quería preguntar si alguien había tomado prestado el libro en cuestión, más cuando llegué el mostrador estaba desierto.
Los ordenadores estaban apagados y no pude encontrar a nadie alrededor.
Pensé que quizás todos habrían marchado a comer, pero no me di por rendido y volví a ese pasillo tan especial. Divagaba acerca de la idea de que alguien hubiese podido ver la nota, o que la hubieran quitado de allí, creyendo que era algún papel olvidado. Al llegar a su sitio me quedé sorprendido al ver el libro de Abyss colocado en su lugar. Seguía observándome y cada vez estaba más cerca. Me apresuré a cogerlo y examiné su interior. A la mitad del libro encontré una nueva nota que decía: “Tu pista fue un tanto desconcertante. Lo siento, pero tuve que hacer trampa para poder adivinarla. No solo eres encantador y culto, sino que además eres muy perspicaz. Te daré un desafío final y, si lo superas, quizás podamos conocernos. No obstante, no te hagas demasiadas ilusiones. Esta pista es mucho más complicada de lo que parece, pero recuerda que en medio de un mar de bruma también podemos encontrar la verdad”.
Supe en ese momento que la nota estaba inacabada, a posta. No hay
duda de que nos estábamos divirtiendo mucho con este juego, pero decía que si acertaba podría conocerla y no sabía si estaba preparado para algo así.
Aunque me consideraba muy simpático, había postrado toda mi vida en torno a mis resultados académicos. Estaba muy cerrado en mi mundo y prácticamente me aislaba de cualquier intromisión externa. No obstante, en esta ocasión me sentía muy cómodo. Notaba cómo había conectado con alguien muy especial.
Por medio de mis gustos literarios había podido conocer a una persona que ahora hacía que mi mundo girase en sentido contrario.
No sabía si estaba preparado, pero no iba a dejar pasar por alto la oportunidad tan extraña que el destino había tejido en mi vida. Tomé la nota y la leí despacio, analizando con detalle cada una de las frases. La respuesta debía encontrarse implícita en el propio mensaje. Comencé a repasar mentalmente todos los libros que había leído en ese último mes, más no encontraba relación alguna con ninguno de ellos. Parecía haber leído directamente mi pensamiento y no mentía cuando afirmaba que esta prueba sería definitiva. Hoy considero que fue una estratagema de lo más astuta. En nuestro mundo, es bastante difícil conocer a una persona de verdad; siempre he pensado que una persona es un muro de emociones y sentimientos alterados por la realidad, reflexiva y condicionante, que lo rodea. En aquella situación, mi tesis quedó probada y se demostró que una persona puede ser conocida fácilmente por medio de sus gustos literarios. Por medio de nuestro juego de acertijos entrecruzados, habíamos contactado de una forma que podíamos leer nuestros sentimientos.
Seguía agitando todos mis pensamientos en vano; no entendía la verdad; realmente me sentía sumido en un mar de bruma. Esta niebla tejía un delgado velo traslúcido que cubría mis ojos y me impedía comprender mis sentimientos. Me sentía asfixiado, perdido y desesperado. En un último intento por encontrar la verdad, no conseguía entender la lógica ligada al acertijo.
Finalmente, y creo que se debió al influjo de una inspiración sobrenatural, comprendí perfectamente todo el contenido del mensaje. Siempre habíamos contactado entre las páginas de los libros, pero no sería esta vez donde estaría la respuesta. Si la bruma ocultaba la verdad, la escondía, entonces yo debía salir a su encuentro. Supe en ese mismo instante lo que eso significaba.
Crucé toda la biblioteca corriendo, tropecé con un carrito y algunos de los libros cayeron al suelo. Cuando llegué a la zona de devoluciones me frené en seco. Mi corazón latía con fuerza y mis manos comenzaban a sudar. Estaba
justo delante mía, dedicándome una sonrisa encantadora. Vi que llevaba un pequeño libro en su mano, más no pude distinguir ninguna marca o distinción que me dieran alguna pista. Me acerqué despacio y, cuando me encontraba a unos escasos pasos de ella, la saludé. Ella se acercó a mí y volvió a dedicarme
otra sonrisa cálida, pero continuó sin decir palabra alguna. Me cogió de la mano y me entregó el libro. Me dedicó de nuevo otra amplia sonrisa y se marchó. Intenté seguirla, pero se giró y me pidió con la mano que no lo hiciera.
Intentaba hablar pero lo impidió con un gesto: comprendí entonces la situación.
Hizo una mueca de satisfacción y se despidió agitando suavemente la mano.
Tomé el libro y leí su portada con detenimiento. Esta era muy sencilla y únicamente figuraba el título “Entre páginas”. No aparecía ningún nombre que hiciese referencia a su autor, aunque mi intuición me decía que ya había tenido el honor de conocerlo. Sumido en la piel del protagonista, dejé volar mi imaginación y me sumergí en la historia sabiendo que encontraría la respuesta entre alguna de sus páginas. Deseo volver a encontrarnos para darte una nueva pista, para decirte esta vez: te quiero.

Acerca del autor
Me llamo Luis del Moral Martínez, y soy oriundo de la espléndida ciudad de Córdoba en uno de los lugares más bonitos del mundo: Andalucía.
Hace algunos años descubrí que había leído demasiadas historias y que seguía sintiendo una necesidad que casi ningún autor lograba satisfacer. Fue entonces cuando decidí convertirme en escritor y, como resultado, creé el Blog “Experiencias Literarias”, con el propósito de compartir mis experiencias con los demás e intentar contactar también con escritores que intentan abrirse paso poco a poco con sus historias, vivencias y sueños Muchas gracias por visitar mi blog y descargar este relato. Espero que te haya gustado. Puedes compartirlo con quien quieras, imprimirlo, fotocopiarlo, escanearlo e incluso subirlo a donde quieras, pero por favor pon siempre mi nombre. No busco ningún tipo de reconocimiento económico, pues sólo intento contactar con gente a la que le guste mi obra e intercambiar opiniones y experiencias con todos ellos.

Gracias por tu apoyo.
Luis.
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