Dada la baja temperatura que reinaba, tanto el Gran Maestre como los aspirantes iban equipados con atuendos que les protegiera de esa gélida mañana. Iniciaron el camino por un cordel de firme compacto que los aproximaría al primer lugar de relevancia de ese día. El camino se fue estrechando convirtiéndose en vereda agreste. Pronto divisaron tras una arboleda de encinas, el alcor donde se encuentra la estatua del peregrino con una hoquedad en el pecho en forma de calabaza, por el cúal, si miras, ves a lontananza el cerro del Cabezo, donde se haya el monasterio de Nuestra Señora. Esa imagen produjo la primera emoción en los aspirantes, pues a la belleza del paisaje se unió el verse cerca de coronar dicho cerro, lo que les suponía su nombramiento de Caballeros de la Orden, deseo ansiado durante mucho tiempo. Siguieron descendiendo por la vereda, atravesando un bosque de coníferas, para volver otra vez a un camino amplio que les llevaría hasta el paraje conocido como el Madroño. En este lugar se encuentra el nacimiento del arroyo del mismo nombre, que vierte sus primeras aguas sobre un pilón, y donde se produce el primer gran acto de la ceremonia: el bautizo de los peregrinos. Lord Senderic se dispuso para tal fín, luciendo su mejor veste con los colores de la Hermandad, rojo y negro y el toisón de oro, que lo designaba como Gran Maestre de la Orden.
El primero en recibir el bautismo fue sir Little Rommering, que postrado ante el pilón recibió el agua de la mano del oficiante mientras éste recitaba la oración del peregrino. Acto seguido les llegó el turno a sir SchuleMeister y sir Titus, aunque estos se mostraron algo reticentes, pues una vez acabado el bautizo de su compañero, habían percibido un amago de lord Senderic de introducirle la cabeza en aquellas gélidas aguas.
Continuaron su caminar por un cordel amplio y zigzagueante con una pendiente pronunciada, que finalizaba en una dehesa conocida como Lugar Nuevo, por donde trancurre el río Jándula, cuyas aguas desembocan unas leguas más abajo en el gran río vertebral de Andalucía; el Guadalquivir. Cruzaron por un puente que había sido construido por los antiguos pobladores romanos de Iturgi e Iliturgi, donde pudieron ver una alameda extensa junto al cauce del río. Avanzaron un poco más y cruzaron el arroyo Membrillero, que dada la escasez de lluvia de ese año, no tuvieron problema en vadear. A partir de ahí, comenzaba la escalada al cerro del Cabezo. El camino estaba formado por veredas estrechas sobre firme de granito y con buena pendiente, estando poblado el terreno de encinas, pinos, lentiscos y algún que otro acebuche. El Maestre aconsejó a los iniciados que se despojaran de la ropa de más abrigo, pues habrían de sudar bastante y, cuando coronasen la cima, el frío podría causar enfriamiento en sus cuerpos. Iniciada la cuesta Las Lastras, sir Little Rommering, el integrante más joven del grupo, decidió acelerar el ritmo, para demostrar al resto que poseía mayor fortaleza y juventud que los demás; facultades que comienzan ya a ser desdibujadas por una incipiente caída capilar. Lord Senderic se quedó junto a sir SchuleMaister y sir Titus of Sidewalk, el cual, dada su corpulencia, requería un ritmo más pausado. Después de esta cuesta vino otra más pronunciada, conocida como la cuesta de los Caracolillos, donde al final, un mirador permite contemplar una panorámica de Sierra Morena por estos lares. En ese lugar sentado y con aspecto jocoso les esperaba sir Rommering, vanagloriándose de la distancia que les aventajó en ese trayecto. Recibió un rapapolvo de parte de sir SchuleMaister, hombre circunspecto y a veces de mal carácter, pero siempre actuando con buena intención, haciéndole ver lo incorrecto de su acción, pues debía de haber permanecido junto a los demás en prevensión de cualquier suceso inesperado. Lord Senderic díjole además, que se había salvado de una posible emboscada por su parte, y haberse encontrado en serios apuros a causa de su actitud adolescente de infante mal criado, mas dado el día que era, se había librado de tal jugarreta. No obstante lo tendría en cuenta para futuras expediciones.
La vereda desembocó en el cordel que viene de la villa de Almendralejo, ya muy cerca del Monasterio. En ese instante sir SchuleMaister cayó en la cuenta que había perdido su celada, con la que abrigaba y adornaba su cabeza, seguramente en el tramo de subida, cuando ayudó al Gran Maestre a despojarse de su veste. Tanto aquella estimada celada como los guanteletes habían sido regalos de su amada doncella, pues en esta lucía los colores de la casa y llevaba grabado el escudo de la familia. Por lo cúal, tenía mucho interés en recuperarla, pues volver a Corduba sin ella, podría ser motivo de enojo y tristeza por parte de Doña Elvira.
Cuando llegaron a la aldea, se dirigieron hacia el gran Pórtico de entrada al templo, hecho de granito como el resto de la edificación. Los peregrinos se cruzaron con un grupo de jinetes que subían hacia al Monasterio, a los que les preguntó sir SchuleMaister si por fortuna habían hallado su celada, mientras cabalgaban en sus monturas. Todos le dieron un no por repuesta, pero nuestro postulante a caballero, no estaba muy conforme con sus negativas, según comentó al resto de sus acompañantes: “-¡Mienten! No os dais cuenta. Seguro que estos malandrines la han visto y se han apropiado de ella, pues no van encontrar otra celada con el acabado y la belleza que posee la mía”.
El Monasterio distaba unos 350 pies desde el pórtico de entrada, al cual se accedía por una pendiente totalmente adoquinada. Una vez ante el templo, lord Senderic les dijo a todos:
“-Seguidme. Visitaremos en primer lugar el camerino de Nuestra Señora para rendirle pleitesía”. Cruzaron un largo pasillo lateral, hasta que llegaron a una pequeña sala donde se encontraba “La Morenita de Sierra Morena”, como es conocida en esos lugares. Era una imagen pequeña de la Virgen portando a Jesús en sus brazos, y sobre una peana de plata. Los tres postulantes junto al Gran Maestre permanecieron un tiempo en recogimiento ante Nuestra Señora. Lord Senderic los condujo después a un pequeño patio porticado donde existen dos bloques de granito y en cuya oquedad, según la tradición, la Virgen se le apareció a un pastor llamado Juan Alonso Rivas de Colomera (de Granada), una noche del 11 de Agosto de 1227. Posteriormente los condujo a través de otro largo pasillo paralelo al de la entrada, para salir al exterior del templo.
Acto seguido, entraron en su interior para realizar sus votos a caballero. Los tres postrados ante la virgen comenzaron a recitar el juramento, uno a uno:
Juro ante Nuestra Señora y delante de todos, de vivir y morir con dignidad.
Juro combatir la iniquidad y socorrer a mi prójimo.
Juro, igual en el combate como en la paz, que ningún
Caballero será considerado por mí como enemigo, aunque sea adversario.
Juro fidelidad a la Orden y esforzarme en perpetuarlo.
Juro respeto a las damas, veneración a las madres,
protección a los niños y a los ancianos,
asistencia a los enfermos y a los necesitados.
Juro respetar la fe de otros y buscar más la verdad
que la gloria, el honor que los honores.
Si por desgracia yo traicionara mi juramento,
Ruego ser expulsado de la Orden como un traidor.
JURO SOBRE LA CRUZ DE LA ORDEN,
EL BÁCULO Y LA ROSA DE CABALLERO.
Una vez pronunciado el juramento, Lord Senderic les dió la pescozada, para que no olvidaran lo que habían jurado. Al tiempo, el oficiante y los postulantes pidieron a Nuestra Señora que no se les permitiera olvidarlo. A continuación se procedió al abrazo entre el nuevo caballero y el Gran Maestre, como símbolo de fe y de paz. Lo mismo hicieron el resto de nuevos caballeros en señal de hermandad.
Una vez finalizado el acto, Lord Senderic les comunicó que se acercarían a un mesón que estaba en la plaza de la villa, para festejar el día, tomando un suculento almuerzo y así reponer las energías gastadas durante el camino.
Mientras descendían camino de la posada, Sir SchuleMaister le recordó al Gran Maestre que cuando retornaran por el viejo camino, estuvieran atentos a ver si hallaban su celada. Pero quiso Dios, o Nuestra Señora, que en ese momento echase mano de su zurrón para extraer su pequeño cántaro de agua y topase con la deseada prenda, regalo de su amada, en el interior. Lord Senderic le miró y con una sonrisa malévola le dirigió unas palabras:
-“Ay mi querido sir, la edad está haciendo estragos en su débil memoria. Y vos tildando de ladrones a esos pobres jinetes”. Todos se echaron a reir y se abrazaron efusivamente.
Entraron los cuatro caballeros al mesón y tomaron asiento en una mesa que estaba situada junto una chimenea donde se podía oir el crepitar de la madera ardiendo. Les sirvieron suculentos platos de caza de la zona acompañado de varias jarras de vino y hogazas de pan, mientras se exaltaron en una discusión sobre lo divino y lo humano, sobre la filosofía y la teología y la importancia del ser humano en el universo.
Una vez finalizada la comida, se levantaron los caballeros y se dispusieron a volver a la ermita de san Ginés donde les aguardaban sus corceles para volver a Corduba.
FIN
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