Ayer, último domingo de julio, no era el mejor día para hacer senderismo por la sierra cordobesa, ni para practicar ningún deporte que no fuera el submarinismo o el esquí, pero ya saben que por aquí no contamos con una gran oferta de esas frescas actividades, que tienen también cierto riesgo. Recuerdo de hecho que un amigo de la adolescencia se ahogó delante de todos, agarrado al fondo de la escalerilla de nuestra piscina, por tratar de aguantar demasiado la respiración, después de haberle avisado repetidamente de lo peligroso que resultaría batir su record varias veces seguidas. ¡Qué absurdo! La muerte tiene tantas caras.
Yo planeé la ruta sin ninguna intención suicida, créanme. La previsión no era tan extrema para Córdoba. Quiero decir que no era ninguna marca histórica; solo la más elevada de este verano. El pronóstico era de 43 grados a la sombra, —ya saben, en el fresco centro meteorológico del Aeropuerto—, lo que equivalía a unos cincuenta y tantos al sol del mediodía. Pero eso no es demasiado, los de aquí abajo estamos curtidos en estas lides. No hay mes de julio o de agosto que no me tropiece con algún termómetro por encima de los cincuenta grados; y aún sigo aquí para contarlo. Así que por qué no iba yo a salir a hacer ejercicio este fin de semana, como todo el año. Ya se habían encargado las autoridades de dejarnos encerrados bastante tiempo. Quería disfrutar mi ración semanal de libertad en plena naturaleza, de soledad y de reflexión por el campo. Y, por supuesto, todo sin la mascarilla puesta.