Si no fuera porque me he negado rotundamente a escribir ninguna dichosa ruta más en mi vida, me pondría ahora mismo a contaros la que hicimos ayer, día de San Rafael, por la Sierra Sur de Jaén. Lo tiene todo: El viejo grupo de senderistas amigos de siempre, la novedad del viaje fuera de nuestras trilladas veredas cordobesas, el ascenso a la cumbre del mítico pico de la Pandera y la belleza de los parajes combinada con las dificultades extremas del objetivo, que le dieron cierto cariz romántico y épico a la jornada. Todo. Hasta tendría dos perfectos interlocutores –mi amigo Yul y el Canijo, que no pudieron venir- a quien contársela.
Pero estoy más que harto de rutas siniestras y del dichoso espíritu de sacrificio. Si lo que toca es sufrir, no voy a hacerlo con una hipócrita sonrisa en los labios, por lo menos reivindico el derecho al pataleo.
Mira que al final separamos los dos grupos para que cada uno hiciese las rutas que le diese la gana: los olímpicos por un lado y los domingueros por otro. Unos más cerca del espíritu montañero de los ochomiles y los otros al de los Boy Scouts o al de los apacibles paseantes de la calle Cruz Conde.