CENTRO DE ALTO RENDIMIENTO DE SUPERACTIVOS (CARSU) DE KOMALA
 

El Cumpleaños de Superlux (3)

Viernes 3 de abril de 2.724

En el desayuno, flotaba un clima de rabia y decepción. Por primera vez sentimos la presencia de la policía dentro de los comedores, que no permitía las reuniones de tres o más alumnos. La situación se tensó cuando a Superdamon lo agarró un robot por el brazo y le invitó a que se sentara en su sitio, porque mi amigo nos estaba explicando la movida de ayer de pie encima del asiento.
Tal como estaba empezó a dar voces en la misma cara del poli:
- ¡No me toqueees, imbéééciiiil! –Le dijo, enfurecido, expulsando saliva por su boca envenenada de ira.- ¿Quééé haceess? ¡No me vuelvas a tocaaar! ¡Que te revientoo!
- Siéntese, súper, por favor. No me haga perder la paciencia. –Fue toda la respuesta del androide, que respondía a una programación no beligerante.
- ¡Que te revientooo, plasticucho! ¡Cuidadito! –Y a medida que gritaba se iba calmando, hasta terminar por sentarse, impávido.
El policía siguió tranquilamente con su ronda a pesar del escupitajo de Superming, entre el silencio inaudito de los comensales que habían contemplado la escena. Por mi parte, intenté hacerle la zancadilla disimuladamente cuando se iba, y a punto estuvo de hincar el morro, lo que provocó las risotadas de algunos. Sin embargo, ¿lo creeréis? El policía ni se inmutó, siguió hacia adelante como si cualquier cosa. Mi amigo continuó después de haberle perdonado la vida:
- Mira como se hace el tonto –decía sorbiendo el zumo de piña-. ¡Si se rebota le doy! ¡A que le meto antes de que nos vayamos!
- Déjalo Damon. –Le dije- Es el último día que lo aguantaremos. Y el último día de clase, así es que acelera, que llegamos tarde.
La mañana de aquel día olvidable pasó despacio sin concentrarnos en las sucesivas materias.
De 8 a 9 h., cuando Legan pasó lista en clase de Astronomía, parecía la lectura de la lápida de los alumnos caídos. Con el mapa de nuestra galaxia iluminando con bellísimas luces de colores la pared del estrado, hablamos de escoger los mejores destinos posibles. El doctor Legan nos quiso seguir el juego, ampliando en primer plano nuestro querido Sistema Solar, como el único territorio realmente factible de ser colonizado. El resto del Universo se lo dejábamos a los malditos androides y a sus nuevos amos, para un viaje sólo de ida.
El maravilloso zoom nos puso enseguida de manifiesto la inmensidad del espacio y la ridiculez de nuestra existencia, lo que no ayudó a elevar la moral de la tropa. Quedarse escondidos en la seguridad de alguno de los cuatro pequeños planetas terrestres era aplazar el problema hasta que nos encontrasen. Tratar de colonizar las últimas lunas de Júpiter o de Saturno, debía ser nuestro objetivo, ya que resultaba impensable establecerse en uno de los tres últimos planetas del Sistema; en todo caso una temporadita para esquiar.
A Música, la asignatura que mejor nos sentaba –como a las fieras- asistió apenas la mitad de la clase, y la Señorita Marie no sabía qué hacer con nosotros de lo apurada que se encontraba, y de 10 a 11, con la encantadora Dolie Left quedaron sólo cinco alumnos, a los que adormeció como harían sus madres en un rincón, contándoles historias de sus tiempos de juventud ajetreada. Nosotros nos reunimos en el dormitorio secreto con Ecolina y el doctor X, para decidir los pasajeros del Aleph, esa era la dura misión que les había encomendado el director.
Aunque Nere, Superming y yo mismo estuvimos presentes en aquel acto de selección divina –y no es por lavarme las manos-, sólo Superlux intervino realmente en las decisiones activamente, siguiendo un inconfesable criterio. Nosotros nos limitamos a escuchar sus razonamientos e ir rellenando los datos de los elegidos. Finalmente se decidió ocupar el 100% de las plazas posibles: cinco bancos para cinco ocupantes cada uno, el piloto y los dos copilotos en el asiento delantero y dos espacios pegados al maletero que se habían habilitado de mala manera; 30 plazas en total.
En el recreo, los tres dioses, Ecolina, el doctor X y Superlux, se encargaron de repartir las tarjetas de invitación personal y confidencialmente de una en una, de la manera más discreta posible; ni siquiera pregunté si hubo quien se negara. Ya me enteraría al día siguiente. Parecía lógico que alguno se arrepintiera a última hora.
Superming a las doce en punto concluyó su obra, terminando por descubrir el gran orificio del techo de la buhardilla para refrescar un poco el ambiente sobrecargado de fuertes olores tecnológicos, exactamente con veinticuatro horas de antelación sobre el horario previsto de partida. Su trabajo había terminado y, aunque no podíamos ratificar su éxito con ningún tipo de prueba que nos llevase ni a la acera de enfrente, El Aleph estaba listo para el vuelo.
Como la lista, el destino también era secreto, para no dejar pistas, aunque se había decidido después de innumerables discusiones.

Pasó aquella mañana triste angustiados de ver sólo muertos vivientes. No tuve el valor de hablar con ninguno de ellos. Superlux se desahogaba descargando su conciencia con las explicaciones sobre su maldita selección.
- Yo no llevaría a Souleima por nada del mundo. Para que luego ande pavoneándose por ahí…Se cree muy guapa. Pero tío, que su madre está superpreñá y ya tiene bastante disgusto con el marido raptado, por lo menos que le sirva de consuelo a la pobre.
- Ya. –Asentía yo- Y volvía con otras.
- Las tres “desgracias” que me perdonen –siguió Lux-, y no es porque desentonen, siempre en grupito con sus enormes culos y sus tripones…Puestos a escoger…estas se quedan.
- WW es un poco pavita pero por lo menos sirve para algo. Tendrías que verla cuando saca su genio con Supermán.
- Y a la Marie, pues con la Nere, que es la madre de mi amiga. No hay más que hablar.

Y así siguió y siguió hasta que nos sentamos a comer, repasando uno por uno los descartados y los seleccionados más peregrinos.
Tras el almuerzo los viernes no hay estudio ni actividades regladas, por lo que se suele montar una fiesta al atardecer, al aire libre, si hace buen tiempo. Como estábamos “protegidos” por nuestra cúpula, para lo bueno y para lo malo, podían caer chuzos de punta que estaba absolutamente asegurado el festejo.
Después de asearnos y maquearnos lo justo, por el consabido temor al agua, acudimos a la pradera que está junto a las pistas; una verde explanada de césped donde se formaban grupitos sentados por el suelo, para charlar y beber el delicioso néctar –a falta de agua potable- escuchando la música de nuestros trastos.
A medida que pasaban las horas subía el volumen de la música y se iban soltando las lenguas, en un ruidoso vocerío in crescendo, como si la fiesta fuera en un autobús escolar. La movida se fue desplazando a los bordes del estanque anexo, donde los más atrevidos chapotearon primero tímidamente en el agua y poco a poco a grandes zancadas –libres ya de la hidrofobia-, hasta zambullirse como en una gran piscina infantil.
Las últimas sustancias del Metilfenidato se diluyeron en el abundante alcohol trasegado e hicieron salir los espíritus guerreros de toda la tropa. Antes de media noche apenas quedaba gente en el césped y los cánticos revolucionarios resonaban en todo el Centro gracias a la gran caja de resonancia en la que estábamos encerrados.
La policía rondaba por los alrededores en las cápsulas sin atreverse a bajar a la arena. No puedo recordarlo bien, pero los androides apenas sirvieron esa noche fatídica para desalojar a algunas víctimas de encontronazos varios, de contados ahogamientos y unos pocos comas etílicos.

Sábado 4 de abril de 2.724. (El día “D”).

La suerte estaba echada. Despertamos tirados por el suelo unos encima de otros: Superming, Damon y yo. Playmóvil, que no asistió a la fiesta por disponer de un trasto toda la noche, permaneció con su habitual sonrisa de felicidad, abrazando aquel chisme gigante, que no sé de dónde sacó, hasta que lo despertamos.

9:30 horas. Por primera vez doscientos setenta alumnos no tomarían su pastilla, siguiendo el plan elaborado por la asamblea de fugas. ¡Sí! ¡Era la guerra!
Después de desayunar, empaquetamos nuestras cosas cada cual en su pequeña mochila; poca cosa: un par de mudas, unos zapatos, una gorra, una tableta de Concerta y nuestro trasto personal, nada más.
Lux, a pesar de la recomendación de Ecolina, cargaría con su enorme maleta, donde además de los siete vestidos que tenía, los siete zapatos de tacón y las tres zapatillas; las doce blusas estampadas y las quince camisetas, cargó con un bolsón con toda la ropa sucia y además colgó seis muñecas por fuera en la red exterior, atadas como bebés ahorcados con el cordón umbilical.
Ahora el problema era llegar con nuestro equipaje sin despertar sospechas hasta el edificio de los comedores, donde esperaba nuestra Arca de Noé. Si los policías aparecían no quedaría más remedio que sacrificar alguna pieza.
El director había propuesto un plan: organizar un altercado en la otra punta del centro, poco antes de nuestra marcha, de la suficiente gravedad para que acudieran todos los robots. Realmente la idea estaba pensada siguiendo un ingenioso sistema, basado en la psicología inversa, prácticamente infalible con los Súper. Superming padre, sólo necesitó leer el comunicado oficial del Gobierno a los delegados negando la salida del Centro, la libertad de reunión y de organización, para prender la mecha.
El genial X.G. Ming había estudiado cada uno de los informes de los alumnos y profesores para tratar de escapar, y aunque sólo le convenció el que había desarrollado su hijo con la colaboración de Superlux y nosotros, quiso poner en práctica alguno de los más notables, aunque sólo fuera para usarlos como cebo.
Decidió experimentar el plan de fuga de la doctora Zeta, la señora del doctor Carson y madre de Souleima, que estaba embarazada y había diseñado un curioso plan en la otra punta de los comedores, en la piscina al aire libre, que estaba vacía y cubierta por un toldo azul hasta que llegara el verano. La idea era aprovechar su profundidad y el hecho de que se encontraba pegada a la cúpula, en el extremo suroeste del Centro, camino de Komala, para que varias personas se escabulleran en su interior y trataran de perforar un túnel lo más profundo posible hasta el exterior del recinto. El instrumental necesario se había retirado de los talleres y de la habitación secreta, porque Superming no lo necesitaría más.
Por otro lado decidió usar también a la vez el plan de Ecolina, que consistía en organizar una manifestación a las puertas del Centro, por donde se llevaron al doctor Carson y a Martinr, el único punto débil posible. Los manifestantes serían convocados por el conducto oficial a través de los delegados de cada aula. Sólo dos consignas: ¡LIBERTAD A LOS SÚPER! ¡NO SOMOS MUTANTES!

Terminado el desayuno más ruidoso del curso se fueron reuniendo los alumnos convocados a la manifestación a las puertas del aulario, que no necesitaron saber su verdadera misión para acudir en masa a aquel justificadísimo evento. Mientras se juntaban, algunos fueron a las clases a pintar carteles reivindicativos y otros a surtirse de palos y demás instrumental de batalla. Entre la multitud fue fácil camuflar el utillaje necesario para el túnel de la piscina.

10 horas. Bajamos junto a ellos un buen rato hasta que partieron hacia los vestuarios del estadio. Nos quedamos con la excusa de avisar a los que quedaran en los dormitorios, no sin antes entonar junto a los demás nuestros revolucionarios cantos:

-¡¡¡LI-BER-TAD A LOS SÚ-PER. LI-BER-TAD!!!
El ruidoso tumulto giró a la izquierda por el salón de actos y se paró frente a los laboratorios, en cuyos muros estamparon expresivas pintadas.

10:30 horas. Al pasar por las salas de juegos, junto a los aparcamientos del sur y a la piscina exterior, los encargados del trabajo de excavación del túnel explicaron al grupo que tenían órdenes del director de actuar allí como retenes de los policías, con todo su armamento, para dar tiempo de avisar al resto de la manifestación y contenerlos todo lo posible para que no les pillara de sorpresa una carga policial. Inmediatamente que los manifestantes se giraron por el gimnasio hacia la biblioteca y la sala de conciertos, los excavadores se dieron la vuelta por el lateral de las salas de juegos hasta llegar por detrás a la piscina, por la que fue fácil introducirse por un rincón, hasta llegar al punto más extremo, por donde se había decidido empezar a cavar, dejando dos alumnos en el exterior para poder dar la alarma.
Con rabia apenas contenida los vigilantes se unieron al tropel de compañeros gritando con los puños en alto:
- ¡¡¡NO SO-MOS MU-TAN-TES!!! ¡¡¡SO-LO SO-MOS ES-TU-DIAN-TES!!!

11 horas. La manifestación llega a las puertas del Centro, donde les espera toda la patrulla de robots: dos de ellos dentro de una cápsula brillante y ovalada, otros dos fuera, apostados detrás de una segunda cápsula con rifles de mira telescópica, y un quinto, por delante de todos, armado hasta los dientes, con un lanzamisiles recortado en ristre y una cartuchera de obuses y bombas de mano alrededor de su cintura, como un muñeco de Michelin.
El director espera junto a los policías en la garita de la entrada. Ha estado hablando con ellos, tratando de ponerle las cosas duras para llamar su atención, pero no tanto como para provocar un altercado fatal.
A esa hora Superlux aún no ha conseguido cerrar su maleta y Damon y yo saltamos histéricos sobre las camas irrompibles como dos pulgas gigantes.

11:30 horas. Sudorosos, descendimos con las mochilas colgadas sigilosamente hasta la puerta de la residencia, donde las secuaces ayudaban a Superlux a colocar sus muñecas en la rejilla de la maleta.
- ¡Vamos! ¡Joder! ¡Deprisa! –Urgió Superdamon.
- ¡Antes de que se acerque la poli! –Reforcé yo después.
- ¡Está loca! No lo ves que está loca. Que se lo quiere llevar todo. –Soltó Supermatie.
- ¡Ja, ja, ja, ja! ¿De quién es el Cumpleaños? –Rió Superlux- ¡Vamos a ver! –Y siguió:
- ¡Va a ser la fiesta más guapa del Universo! ¿Sí o no? ¡Ja, ja, ja, ja! –Rió.
Fuera se oía el lejano murmullo de la manifestación. Cuando cruzábamos la carretera para entrar en los comedores se escuchó una fuerte explosión, seguida de un silencio espectral y de un estruendo de gritos y voces. ¡Había gresca!
- ¡Deprisa, entrad, pasad hacia dentro y subid en el montacargas! Yo me quedo aquí vigilando. Sube tú también, -me dijo mi amigo Damon, excitado- ¡Esas niñas idiotas!
- ¿Para qué? –Pregunté, intrigado por aquel gesto heroico.
- Me dijo el dire que me quedara aquí para dar la alarma si llegaba la poli. Sube de una vez con esas. Los demás ya estarán arriba.
Y subimos arrastrando entre tres la maleta de Superlux, con las muñecas colgando

11:45 horas. Arriba estaba la habitación atestada de gente y de equipajes, a pesar de que ya algunos habían estado subiendo a la nave a través del estrecho pasillo y de las exiguas escaleras de caracol.
- ¡Hola! ¡Hola! ¿Cómo va eso? ¿Qué tal, Superming?
- ¡Vamoh poned lah mochilah en su sitio! ¿Quéh esto? ¡Pol Dioh! ¡Pol favol, qué valol Superlux. ¿Cómo hah podido tlaelte todo ehto? –Gritaba nervioso nuestro mágico chino, mientras ascendían uno detrás de otro por la escalerilla metálica.
- Me dijo Supersol que en el fin del mundo no había ninguna boutique y me eché a temblar. ¡Ja, ja, ja, ja! –Contestó riendo Superlux.
- ¡Te has pasao siete planetas, querida! –apuntó una de sus secuaces.
- ¡De eso nada, bonita! Los siete planetas los vamos a pasar ahora. ¡Ja, ja, ja, ja! –Volvió a reir Lux, histérica.
- ¡Venga! ¡Subiendo lápido! Cada uno a su asiento. ¿Quién queda? En un minuto pongo loh motoleh en malcha, ¿entendido? –Advirtió Superming y luego preguntó- ¿Está todo bien?
- Que yo sepa falta por subir Superdamon –salté yo enseguida- que está abajo montando guardia, y tu padre, que no se habrá podido escapar de la manifestación o de la policía. Estarán al llegar. No nos podemos ir sin ellos.
- ¡Damooonn! –Grité.
- ¡Pssss! –Chistaron varios a la vez.
- ¡Calla, joder! ¡No grites! Que puede haber un maldito robot por ahí. –Se le oyó decir a un profesor detrás- ¡Aquí cada uno sabe lo que tiene que hacer! ¡Ya somos mayorcitos!

11:55 horas. Los motores se pusieron en marcha. Se podía contemplar el cielo azul luminoso desde los asientos del Aleph.
- ¡Abróchense los cinturones! –Avisó Superming desde la cabina.
- ¡Espera, chino, joder! –Grité sin querer otra vez-. ¡Damon estará ya subiendo!
- Lo siento, mi padle tampoco está, pelo no se puede espelal. La nave está plepalada pala paltil a las doce en punto.- Ordenó Superming muy serio y firme a la vez.
A las 11:59 h. Superdamon entraba en la sala y pegaba un portazo detrás de él. Se subió de un salto a la nave y se puso el cinturón.
- ¡Hola a todos! –Gritó mi amigo sonriendo-. ¡Acelera que estaban los polis en la puerta!
Entonces como estaba previsto, Superlux hizo los honores iniciando la cuenta a atrás cuando sólo faltaban diez segundos para la ignición, leyendo los dígitos del gran reloj del salpicadero del Aleph.
- DIEZ, NUEVE, OCHO, SIETE –una lágrima apareció en sus bonitos ojos-, SEIS, CINCO, CUATRO –y una sonrisa a la vez adornó su semblante hermoso.
Y en voz más alta, casi gritando terminó:
- ¡TRES!, ¡DOS!, ¡UNO!…¡¡¡CERO!!!
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Era casi la hora de servir la tarta. En un amplio jardín con piscina y pista polideportiva, tras unos bonitos edificios de viviendas sombreados por altos eucaliptos, un grupo de amigos unidos por la afinidad de sus hijos celebraban el octavo cumpleaños de uno de ellos:
- ¿Dónde están los refrescos? ¡Mamá! –Gritó Superlux, la anfitriona.
- Están aquí. ¡Venid! ¿Pero dónde vais ahora? –Contestó Ecolina, que preparaba con su amiga Matie los platos y cucharas de plástico, en la otra punta del agradable recinto.
- Vamos a cerrar la puerta del jardín. Que ya estamos todos. Acaban de llegar los hermanos de Superming.
- ¿Has contado a todos los invitados? –le preguntó su mamá, acercándose un poco para no tener que gritar.
- Sí. Ya no falta nadie.
- ¿Y para qué queréis cerrar? –Preguntó Many, el padre de Matie, metiéndose donde no le llamaban.
- ¡Para que no se escape nadie! ¡Ji, ji, ji, ji! –Rieron Lux y sus amiguitas.
- ¿Y cuántos estamos? –Interrogó su madre.
- En total, con los hermanos de Superming, papá, Playmóvil y nosotras, somos treinta y dos –calculó Superlux.
- Pues entonces es verdad, estamos todos, pero no cierres, anda –Dijo Ecolina.
- ¡Qué guapa estás! Y vosotras ¡qué elegantes estáis todas! –le dio un beso a su hijita y le tiró otro a sus amigas Lorie, Matie y Nereida, que se habían vestido para la ocasión-. Pero ¡sentarse un poquito! Que lleváis to el día pa arriba y pa abajo, ¡por Dios!
Yo también tenía sed. Estaba con Damon y Superming echándome unas canastas y sudando como un pollo. Había mejorado mi entrada en bandeja, pero tenía que practicar los tiros en suspensión.
- ¡Víctorix! ¡Puñeta!, ¡pásamela ya de una vez! Que has tirado tres veces seguidas. –Se quejó Superdamon con razón y los puños apretados.
- ¡La última! –Lancé y ni tocó el aro-. ¡Toma ya! ¿Has visto eso, papá? –Le dije a mi padre, que nos rondaba con su amigo Dexter, a ver si podían enganchar algún triple.
- Papá, dame agua, “por favor” –Le dije, como yo sabía decirlo para que me hiciera caso.
- ¿Dónde vas, Jota? –Preguntó Supersol, mi mamá, que reposaba sentada charlando en un corro con Marie, la madre de Nere, Dolie, la de Superlorie, Gelleng y Carmina.
- Tu hijo: que quiere agua, querida, que tiene sed, dice. –Contestó mi padre.
Un poco más allá el doctor Carson se levantó y le alcanzó una botella.
- Gracias Carson. Qué bien estáis juntitos los tres en familia –les dijo mi madre al grupito.
- Es verdad, más unidos que nunca. -Comentó la doctora Zeta, la embarazadísima esposa del doctor Carson, que contemplaba embobada a su hija Souleima, como pensando que ojalá le saliera el hijito tan guapo como ella, pero un poco más tranquilito.
- Los hijos también unen, ¿verdad? – dijo mi madre acercándole el agua a mi padre, mientras hablaba con la señora Carson y con su marido a la vez-. ¡Toma! Dale agua y dile que descanse un poquito. ¡Si es que lleva desde las doce que llegamos corriendo como un loco!
- Como el nuestro -confirmó a su vez Carmina, la madre de Damon, tocándole en el hombro al doctor Hoseph, que tenía una animada charla con Legan, con Ming padre y con el doctor X, el padre de Superlux.- ¡Llevan to el santo día, los tres!
Los cuatro padres se volvieron hacia el grupo de madres y coincidieron graciosamente al decir:
- ¡SI ES QUE NO PARAN!
- ¡JA, JA, JA, JA, JA, JA!

Córdoba 18 de junio de 2014 (J)
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