CENTRO DE ALTO RENDIMIENTO DE SUPERACTIVOS (CARSU) DE KOMALA
 

El Cumpleaños de Superlux (1)

Miércoles 1 de abril de 2.724

SUPERLUX
Centro de Alto Rendimiento de Superactivos (C.A.R.SU.)”Golden Stars” de Komala
Centrocolumbia. Zona 2. Planeta Tierra.

Ming estuvo toda la semana tratando de poner a punto su cochambroso prototipo de bricolaje. Lux no se había separado de él en toda la tarde y esperaba con ansiedad la clase de Robótica de hoy para que el infalible doctor Jota comprobara la última fórmula del teorema; la ecuación de la que dependía nuestra vida.
El verano estaba a la vuelta de la esquina, el curso se acababa. Hasta ahora no podían tener queja de ella, su expediente relumbraba con poquísimos lunares. Pero no estaba dispuesta a seguirle el juego al nuevo gobierno. Los hechos se estaban precipitando y había llegado la hora de actuar, porque posiblemente no tuviéramos otra oportunidad.

El plan de estudios para los Súper llevaba tiempo siendo pisoteado hasta no reconocerse siquiera. La mayoría de superdirigentes de las grandes compañías euroasiáticas hacía tiempo que habían sido desalojados de sus puestos de mando, sin ser degradados a mandos intermedios siquiera, sino obligados a escoger entre un trabajo de carga o ser excluidos a la Zona 3, la cloaca más próxima de la galaxia. Y todo ello, de un día para otro, a la vista de todo el mundo, sin ni siquiera tomarse la molestia de enmascararlo a la Comunidad. Al contrario, nos consta que son legión quienes lo justifican ahora; ya saben, aquello de: “algo habrán hecho”.
Lo que antes era una política de reciclaje, por así decirlo, se había convertido en una política de punto y final. Al parecer el mundo era más fácil sin nosotros. Más fácil puede pero no mejor, y bastante más frío y triste.
Los miles de individuos macados de los tres mundos estábamos en peligro mortal desde la última cumbre de los dos poderes supremos. Los teletipos se habían hecho eco sólo de lo superficial, ni una palabra de los motivos del derrocamiento ni de las cifras de la masacre. De los dos terabytes del informe emitido por todos los medios, maquillado por los cuatro costados, ad maiorem gloriam del carismático líder colombiano, sólo reservaban 512 ridículas Kb, para citar las multitudinarias manifestaciones de los damnificados.
Nosotros sabíamos por fuentes de total confianza que seríamos los chivos expiatorios del pasado conflicto, aunque no los únicos. Los Centros de Formación (C.A.R.SU.) se convertirían ahora en auténticos guetos para nosotros. Teníamos entendido que los que no pudieran eliminar directamente los mandarían para controlar los disturbios en la zona de exclusión, que es como excluirnos directamente. Y los más peligrosos serían deportados a la vetusta base marciana, para aprovechar sus cualidades en el manicomio mecánico de la cara oculta de Marte. Perpetuamente a la sombra, eternamente dependiendo de las luces de una linterna. Y todo siguiendo una tortuosa ley de clasificación injustificable.
A Dexter, el estrafalario monitor de Informática Multilingüe, mejor no preguntarle nada. Seguro que nos da un librito, para que lo consultemos nosotros. Siempre que alguien tiene una duda te entrega un diccionario bilingüe o un cuaderno explicativo en el idioma correspondiente, y si no, te lo vende, que es peor. Aunque Dex parecía un buen tipo, un joven muy activo sin llegar a ser súper, con una barbita bien recortada, más progre que pedante, y bastante imaginativo para estos tiempos -“an unusual platonic teacher”, como a él le gustaba definirse-, que jugaba a ser idealista con sus alumnos, y hasta se acercaba a tirarse unas canastas en el patio del recreo. Pero habría que verlo renunciar a su forma de vida por un puñado de locos. Se suponía que su inteligencia era natural, al menos, y que tendría cierta sensibilidad; pero hasta cierto punto.

Con Jota siempre te quedaba la duda. Se suponía que estaba con nosotros, pero tenía más pinta de androide que de otra cosa. ¡Siempre tan directo, tan equilibrado y tan distante! Por eso creemos que no tendría imaginación para descubrir la verdad. Y lo necesitábamos. Así que en cuanto podamos le planteamos la ecuación. Le diremos, si nos pregunta, que es mera curiosidad científica. Aunque una cosa es la teoría y otra la práctica. Para eso contábamos con la genialidad de nuestro chino particular.
Ming, X.G. Ming, es nuestro último compañero, el novato de la clase. Él vino de Extremo Oriente para unos meses con su padre, que es el nuevo director del Centro, y le ha pillado todo este altercado más lejos de su casa que a nadie, con la familia partida y con la puerta cerrada, sin perspectivas de que autoricen ya su visado. Por eso es el primer interesado en salir por todos los medios. Y a nosotros nos ha venido como llovido del cielo.

Su padre A.G. Ming sigue siendo una eminencia. Vinieron juntos a principio de curso para sustituir al viejo director Hoseph Von Orf, que decidió tomarse un año sabático dando la vuelta a la Vía Láctea con su propia secretaria, la turgente y resolutiva Carmina Ángelis, una verdadera valquiria. Ming fue el inventor de la mítica impresora 3D-Life, que después perfeccionaron Preston y Morán, y que tantas vidas ha salvado hasta ahora, y es aún una autoridad en el procesamiento del ADN humano. Nuestro amigo fue, literalmente, su mejor experimento, producto de la manipulación genética. Si bien, el chaval está convencido de que hubo numerosos aspectos que no se tuvieron en cuenta en su creación. ¿Podrán creerlo? Hasta los genios tienen problemas de autoestima.

Las tentativas que se hicieron a principios de siglo no eran mucho más avanzadas que la idea de Wells, pero sirvieron para que los científicos volvieran con el asunto, aprendiendo con los avances de la Astronomía y la Genética Aplicada, de las que ya en el siglo XX se dieron los primeros pasos. Ahora X.G. era un cerebro superdotado y todoterreno, a sus dieciocho años conocía todos los avances de algunas materias, en principio dispares, que nunca se había soñado vincular. Entendía más de genética que su congénere Lap-Chee Tsui y casi tanto como su propio padre, y desde luego muchísimo más de matemáticas y de física cuántica que el mítico S. Hopkins y el doctor Einstein juntos.
Pero desde los desastres del 98, provocados por los sabotajes de los Laboratorios Lemercier y su posterior explotación fraudulenta, de donde dicen habríamos salido muchos de nosotros, el Proyecto Genoma Humano 3D había sufrido si no un retroceso, un contundente parón, cuando se pudo demostrar que el 0,0001% de posibilidades de error era una probabilidad muy factible, pues se habían encontrado fallos en la secuencia de nuestra cadena de genes, que reducían considerablemente su exactitud, y la limitaban ahora al 99,999%; una imperfección peligrosa e inasumible para algunos.
Por eso Superming trabajó con plena libertad –aunque sin el apoyo oficial- hasta encontrar la clave de la fórmula magistral que nos llevaría más allá de donde la Aeronáutica ha llegado jamás.
Cuando llegó la hora de Robótica, Superlux no puede decirse que actuara con demasiado tacto; se conformó con ser eficaz. Esperó la llegada del profesor antes de pasar por el umbral de la puerta. Lo recibió sin una sonrisa siquiera. Y cuando Jota quiso apoyar la mano en su hombro, lo agarró por la muñeca, como una argolla de acero se clavaría en la silicona, y lo detuvo antes de entrar a la clase, al mismo tiempo que le miraba a sus fríos ojos grises. A un robot no le hubiera temblado la voz al interrogar a una de sus mejores alumnas. Jota pareció asustado. Conocía de sobra la descomunal fuerza de Superlux, pero también sabía que hacía años que ella no había hecho daño a nadie, y menos a su propio tutor.
- Tenemos todavía algún asunto pendiente. –Dijo mi amiga, girándole el brazo hasta dejar su mano hacia arriba-. Unas dudas…urgentes. Míranos esto. Y dinos si es correcto.
Y le entregó un papelote arrugado con la dichosa ecuación.
Aunque era la resolución del problema que había planteado X.G., por sí misma no desvelaba nada importante.
- ¿Qué es? –preguntó sin más, el profesor, entrando a la clase por fin.
- Una invitación…para mi cumpleaños. No se te ocurra decirme que no. –Acertó a decir Superlux, no sé si porque era eso lo que había pensado soltarle o porque había varios alumnos cerca y no quiso dar más explicaciones.
- Y ¿dónde lo celebras? –Preguntó J para seguirles el juego.
- Pues mira –empezó a decirle Lux-; había pensado en un lago plateado del norte de Marte, que estuve con mis padres el verano pasado, pero me han dicho que en Titán hay una marcha de Súper increíble, y luego podemos hacer un circuito, por lo visto es muy grande y se pueden hacer muchas cosas.
- Y, ¿cuándo has dicho que es, el cumple-años?
- El sábado. –Contestó Lux.
- ¿Este sábado? ¿Estás bien, hija? Te recuerdo que aún no se puede viajar a la velocidad de la luz. Y que han muerto todos los que lo han intentado.
- Tú mira ese papel y luego hablamos, vale. –Concluyó Superlux divertida.

La clase se desarrolló más aburrida que nunca, sin apartar la vista del doctor J, que no parecía inmutarse. Lo vieron sacarse el papel y mirarlo poco después de tomar asiento en su mesa, y garrapatear con el puntero el cristal de cuarzo de su trasto personal. Por un momento me pareció percibir en él una taimada sonrisa.
Cuando terminó la clase me demoré en recoger y ordenar las cosas del pupitre, mientras el aula se iba quedando vacía. Superlux se había quedado sentada en su asiento también. Cuando salieron todos, nos acercamos los dos hasta él. El brillante profesor no se movió de su sitio, apenas levantó su cabeza. Bajo su mano derecha aún retenía nuestra nota. Se mantuvo unos largos segundos en silencio y luego preguntó socarrón casi en susurros:
- ¿Qué queréis?
- ¿Que si aceptas…la invitación? –Volvió a interrogar a su vez Superlux, enigmática, imitando su mismo tono de voz.
- Bueno…¡Humm! Esto es bastante peculiar. Este tipo de planteamiento no tiene mucho sentido. Pero las operaciones parecen estar bien. –Dijo el profesor.
- ¿Estás seguro, Jota? –Le dijo ella, acercándose hasta casi rozar su cara.
- Sí. ¿Es para un concurso? Podría presentarlo a uno de esos programas para genios. Es una solución hermosa, una solución romántica de la ecuación. Me recuerda un jaque mate de Capablanca a Alekhine en el Campeonato Mundial de principios del siglo XX. Creo que en el año 192…
- ¿Qué quieres decir, con eso? –Le interrumpió Superlux- ¿Está bien o mal?
Nos miró de hito en hito y luego preguntó:
- ¿Quién ha sido “el genio”? –Y lo acentuó con retintín.
- Eso no importa. –Contestó Superlux, cada vez más impaciente.
- Sólo era para felicitarlo. Es una solución brillante.
- ¿Quieres decir que está bien, entonces? –Contesté yo, para tratar de aclarar la cuestión de una vez.
- Bueno, -empezó a divagar de nuevo marcando cada sílaba lentamente, como en él era habitual- como fi-nal, es un fi-nal fe-liz, un fi-nal ge-nial, sin duda. Pero habría que ver el ca-mi-no que lo ha llevado hasta ese pun-to. Esto tiene el aspecto de componer un teorema mucho más complejo, que seguramente no esté bien planteado. Es muy im-pro-ba-ble, por no decir im-po-si-ble, una solución de ese tipo.
- Pero si está bien, está bien, ¿no? –Insistió Superlux, cortante.
- Sí. Si está bien, está bien. Pero puede que no sirva para nada. Esto, así, tal cual, me parece correcto. –Concluyó-. Pero yo sólo podría estar seguro conociendo el planteamiento des-de el prin-ci-pio.
- Pues lo siento pero eso va ser im-po-si-ble. –Salí yo al paso, contundente, imitándolo.
- Pues, entonces necesito más tiempo para pensarlo. –Y después de un largo silencio, preguntó sin separar sus ojos de los de ella.
- Y ¿cuándo has dicho que era…El Cum-ple-a-ños?
- Este mismo sábado. –Respondí de inmediato.
- ¿Estáis locos o qué? ¿Os queréis burlar de mí? De todas formas, dejadme que lo mire unos días, ¿de acuerdo? Mañana, que tenemos clase de nuevo, o el viernes, os digo algo seguro. Me encanta que me pongan a prueba. Sobre todo…
- ¡Tienes hasta mañana a las diez! -Le cortó Superlux- Si no, no habrá Cumpleaños ni para ti ni para nadie.
Pegó la vuelta y salió, empujándome, de la clase, dejándolo con la palabra en la boca.
Después, cuando nos quedamos solos, los dos coincidimos en que no parecía la forma más correcta de pedir un favor, pero la parsimonia de Jota nos desquiciaba.

Jueves 2 de abril de 2.724

La primera noticia que tuvimos al ser despertados por los estridentes altavoces del Centro, fue que el nuevo gobierno de Columbia había decretado el toque de queda en todos los Campus de la Tierra. Las verjas de todo el recinto exterior se habían clausurado y la cúpula de alta seguridad, que jamás había funcionado hasta ahora, se elevaba como un inmenso invernadero por encima de las extensas instalaciones. Además los teléfonos desde ese momento dejaron de funcionar como tales. ¡Estábamos atrapados!
Desayunamos muy rápido y nos dejamos la mitad sin tomar.
A las 8 h. cuando entramos en clase de Biología Molecular se respiraba un ambiente sobrecogedor. Carson, el más exigente de nuestros monitores, llevaba ya un rato sentado en su mesa, viéndonos llegar a todos en absoluto silencio, como sumisos seres humanos. Cuando entró el último alumno, que fue Superlux, porque estuvo en la clase de al lado pegando la oreja, se puso en pie sin abandonar su semblante de preocupación y dijo:
- Señores. Hoy, mejor que cualquier otro día, vamos a examinar la diferencia genética entre un ser humano estándar y uno de vosotros.
Carson, que también tenía una superalumna de su sangre estudiando en el último curso, Souleima, quería ser amable para despedirse de los mejores alumnos que iba a tener en toda su vida, aunque también los que más le exigieran.
La clase que empezó gélida fue poco a poco animándose hasta convertirse en un absoluto clamor, cuando a cinco minutos del final, Superming demostró en la pizarra fehacientemente el empate técnico. Y, aunque esto hacía siglos que se sabía, el bueno del doctor Carson lo había querido sacar ahora a la luz como un homenaje a nosotros mismos, pues en realidad lo que demostraba era que esa inmensa capacidad y polivalencia característica, no procedía de ningún género, raza o especie diferente.

De 9 a 10 le tocaba el turno a la doctora Ecolina, que nos daba Medicina Natural. Su inquietud, su alegre sonrisa y su pelo rojizo y rizado destacaban sobre su bata blanca y le daban un aire de payasita entrañable. Aunque no estuviese diagnosticada, para nosotros era Superecolina la de Medicina. Sin embargo parecía que no hubiera cambiado nada para ella. Pero no era cierto, estoy seguro que lo había sentido más que nosotros mismos. Sólo que ella era una verdadera profesional.
Cuando empezó a hablarnos del estudio de las propiedades de algunas hierbas aromáticas de Nepal, capaces de prolongar inusitadamente la vida de algunos organismos, me di cuenta que había huecos en el aula. Faltaban Lux y Nereida, por lo pronto, que estaban juntas a la izquierda. Faltaba Superming, que se ponía siempre delante en primera fila, y alguno más, que andaría probablemente con ellos.
La clase se desarrolló sin novedad. No es cierto, tan callados como en un funeral, y tan lentamente como si los oficios los celebrase un anciano y triste sacerdote.

¿Dónde estarían todos? Damon, mi compañero y guardaespaldas, me dijo que faltaban también Matie y Lorie. Luego me enteré que andaban reclutando personal. Quedaba poco tiempo y había que asegurarse de que los que se atrevieran a dar el salto lo harían plenamente conscientes del riesgo y de las consecuencias. Por eso no habíamos querido decir nada a los menores de doce años, pero me temo que se había corrido la voz. Aunque los pequeños vivían en su mundo y se los conformaba fácilmente, estaban sobre nuestra conciencia. Pero no había un plan “B”. Esa era la realidad.
El centro contaba con unos 300 alumnos comprendidos entre los seis y los diecinueve años, de los cuales 160 pasaban de 12 años y 140 no. Pero, trágicamente, sólo podían venir una quinta parte; unos 25 ó 30 súper a lo sumo, según los cálculos de Superming. Desgraciadamente no había sitio para más. El resto era cosa de ellos. ¡Un verdadero holocausto!

Superlux y Supernere habían ido con su chinito a comprobar el estado de los hangares. El lugar es el secreto mejor guardado de nuestro Centro. Sólo ponerlo por escrito me da pavor, por si alguna vez llegase a manos enemigas. Pero es mi deber, por si todo esto no hubiera servido para nada, para que conste y para que no vuelva a repetirse jamás esta infamia.
Lo diré: Nuestro lugar secreto es el ático del comedor de los mayores, una buhardilla oculta por encima de nuestros comedores. Creemos que ya nadie sabe que existe esa habitación, salvo nuestros amigos más íntimos, porque no tiene acceso por el comedor, sino por una estrecha escalera que hay en el antiguo dormitorio del servicio, un dormitorio que ya no se usa porque se quejaban de ruidos extraños y lo pusieron en la residencia del profesorado, aunque conserva sus camas y sus armarios y todo. Esa planta la descubrió Superlux hace ya mucho tiempo, en su primer curso en el Centro, precisamente el día que cumplía ocho años de edad. Ella se coló ese día aprovechando que estaban limpiando y se quedó allí muchas horas perdida, hasta que la encontraron al día siguiente durmiendo detrás de la puerta.
Lo que vio en aquel lugar secreto no lo contó hasta mucho tiempo después. Contó que estuvo escondida detrás del armario hasta que se fue la limpiadora. Y que al meterse hacia dentro descubrió tras un grueso entablado deslizante un estrecho hueco en la parte baja de la pared, suficiente para que entrara el cuerpecito de una niña flacucha –como antaño habrían pasado otros niños como ella-. Entró por el oscuro agujero alumbrándose con su chisme y se deslizó agachada por un pasadizo hasta dar con la base de una exigua escalera de caracol con los peldaños metálicos. Ascendió sudando con cuidado con el rictus contraído por la tensión, hasta salir a la superficie, tenuemente iluminada por una claraboya en el techo, que apenas dejaba pasar la luz tras una persiana. El techo era bajo, pero no tanto como para alcanzarla, por lo que continuó usando su trasto como linterna. Tropezó con algo y cayó golpeándose en la cabeza y rodando por los suelos. Seguramente debió perder el conocimiento unos momentos. Cuando abrió los ojos no encontró su pequeño aparato. Volvió la cabeza hacia la escasa claridad que salía de una ventana casi cerrada que no había visto antes, bajo la cual apenas se distinguía lo que parecía un enorme arcón. Se acercó a gatas hasta allí y se levantó apoyándose en el viejo mueble. Era un gran baúl con la tapa ovalada, como esos arcones de las cámaras antiguas, donde se dejaban abandonados mil cachivaches o se guardaba toda la ropa de temporada.
Entonces -nos contó- quiso abrirlo, para lo que debió usar toda su fuerza. Cuando consiguió alzar la tapa -decía siempre Superlux- salió un destello fulgurante de allí, que le cegó completamente la vista. Nos dijo que cuando dejó de tener deslumbrados los ojos, contempló una especie de pozo de luz en su interior, donde se veían millones de estrellas fugaces y de sistemas planetarios girando en un inmenso y profundo cosmos. Nos contó muchas cosas más, algunas absurdas que no me atrevo a referir, como si aquel baúl ocultara la puerta de otro Universo paralelo. Sin embargo ninguno de nosotros alcanzó nunca a ver aquellas maravillas y, en voz baja y a sus espaldas, las hemos considerado simples fantasías, las extraordinarias fantasías de Superlux.
Entre los cacharros que sacamos de aquel baúl encontramos dos llaves dentro de un llavero de acero con forma de ocho - o de símbolo del infinito –, que estaban colgadas en el exterior en una de sus grandes asas. Una de ellas, mucho más grande que la otra, era la de la tapa del propio arcón. La otra, y esto lo supimos afortunadamente a tiempo, era la del montacargas del ático, el mismo gran ascensor que servía para suministrar los palés y los sacos de alimentos a la cocina en la planta inferior.
Aunque hace tiempo que se llevaron de allí aquella arca cósmica, la cámara es un lugar misterioso y romántico que nos ha servido durante todos estos años para ocultarnos, para jugar, para reír, para llorar, para esconder mil trastos y para otras muchas cosas, algunas de ellas inconfesables.
Es sin la menor duda un sitio especial, un sitio mágico. Un lugar donde uno se siente como en otro mundo, especialmente si te colocas debajo de la ventana con los ojos cerrados, justo en el lugar que ocupaba el arcón. Por eso, cuando le propusimos a Superming la construcción de aquel artefacto, todos pensamos que, aunque no fuese muy grande, aquel era el espacio adecuado. Y ese montacargas providencial, que para todos los demás llegaba sólo a la primera planta, nos sirvió para llevar hasta arriba, tornillo a tornillo, todos los materiales que requería nuestro invento.

Eran las diez menos cinco y Superlux aún no había aparecido. Entró el doctor Jota y cuando se dispuso a cerrar la puerta, pasaron de golpe un grupo de alumnas corriendo y dando un portazo, que a punto estuvieron de dar con él en el suelo.
Detuvo este a la banda de energúmenas antes de que se sentaran y les preguntó enojado de dónde venían. Eran Lux y sus secuaces: Supernere, Superlorie y Supermatie. Callaron un momento, hasta que Superlux respondió tan fresca:
- Venimos de invitar a unos amigos a mi cumple. –Y se echaron a reír descaradas- ¡Ji, ji, ji, ji!
- ¡A sentarse todos! Por favor, ya está bien. –Tuvo que decirles Jota, conteniendo a duras penas su rabia-. Ya hablaremos luego –terminó por decir en un tono que quiso y no pudo ser amenazador.

La clase de Robótica pasó con mayor tensión aún de la esperada. Nos parecía entrever en cada una de las palabras del doctor una doble y siniestra intención. Pensábamos que si Jota hubiera sido uno de los nuestros ya habría explotado una de tantas veces en que habíamos puesto a prueba su paciencia. Pero no, hasta ahora había salido airoso de todas nuestras afrentas y siempre había reaccionado “adecuadamente”. Y, ¡vamos a ver!, una cosa es defender a los míos y otra estar miope y no darme cuenta de nuestras reacciones. Si, en realidad, fuese una persona de verdad, ya nos habría tirado a todos por la ventana, no les quepa duda. Jota sólo puede ser una de estas dos cosas: o es un espía o es un maldito robot, y en ambos casos estaría a las órdenes del Gobierno.

Una vez terminada su clase y se largó todo el mundo, me quedé con Superlux para oír por fin el veredicto. Como ayer, nos dirigimos a su mesa y permanecimos de pie, frente a él. No voy a entrar en detalles. Sólo decirles que insistió –sin ningún rubor- en conocer a su autor y, como no soltábamos prenda, tuvo que aceptar a regañadientes la exactitud de la ecuación, pero en ningún momento se mostró dispuesto a ir más allá o a aclararnos alguna duda. Su único consejo “como tutor y responsable de nuestro porvenir”, fue que nos abstuviéramos de la puesta en práctica de dicha ecuación porque sus consecuencias eran imprevisibles y, además, podía considerarse un atentado al nuevo orden establecido.

Sería la última vez que entraríamos a aquella aula.

CONTINUARÁ
Documentos adjuntos a esta publicación
El Cumpleaños de Superlux (1)El Cumpleaños de Superlux (Capítulo 2º)
 
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