La trama celeste
Cuando llegó arriba mi padre después de dar las gracias a Dios y saludar a algunos viejos amigos lo primero que hizo fue preguntar por el abuelo, aunque él ya lo estaba esperando. Cuando se encontraron se fundieron en un abrazo. Suegro y yerno se llevaban bien, no exactamente como padre e hijo, pero habían sabido reconocerse mutuamente sus virtudes y por encima de todo siempre los unió el amor por las mismas personas: mi madre y yo. Nunca se quisieron contradecir, pero ahora llegaba el momento de hacerlo, sin acritud: por el bien de su hija. Los dos aplaudieron la decisión de estudiar en la Universidad, sabiendo que sería la mejor opción para mi desarrollo personal y social. Ambos desaprobaron también la carrera escogida; sin aspavientos, sin discusión, sin esperanza. Porque pensaban que aquella debería haber sido una decisión práctica tomada con la cabeza y no con el corazón, pues intuían que así mi felicidad no sería duradera. Y no se equivocaron. De esto le habló papá al abuelo al llegar, le agradeció en el alma los servicios prestados y le rogó que le cediera su puesto. Había llegado el momento de consagrarse a su familia.