Tras las cortinas blancas de una celda de castigo, encima de una blanca camilla —a modo de cadalso— se desarrolla oculta a los ojos inocentes de la humanidad, una escalofriante escena:
—¡Ah! ¡Cuidado! Por favor. ¡Qué daño!
—¿Dónde dices que estuviste ayer?
—Ayer no, el sá-bado. En Gra-nada. Cerca de un pueblecito que se llama O-Otívar, en el Parque Natural de la Sierra de Almijara, Tejeda y Al-alhama. ¡Ah! Cerca de Almuñécar.
—¡Qué bien! ¿Para hacer montañismo, me has dicho?
—Senderismo. Bueno, allí lo que hacen sobre todo es barranquismo, porque hay un río muy bonito, el río Verde, que forma pozas y cascadas entre las montañas, y se cuelgan con cuerdas desde lo alto, y saltan al agua y hacen rapel... Pero nosotros lo que hicimos fue senderismo. Senderismo extremo, si me apuras, pero senderismo al fin y al cabo. ¡Ay!
—¡Qué bien! Date la vuelta.
—¡Uf! Menos mal. ¿Ya has acabado?
—No, no, tranquilo. Acabamos de empezar. Nos queda un buen rato. ¿Por qué no me cuentas la ruta esa tan bonita que dices que hicisteis? ¡Anda! A ver si así no te quejas tanto. Fue durilla por lo que veo, ¿no?
—La verdad es que sí, pero mereció la pena. Si quieres te la cuento.
—Vale. Pues empieza.
—Empiezo: