En puertas de la Semana Santa, con el Tito lesionado y Monsieur Gourmet de baja, inicié mi obligado paseo a eso de las 7:30 horas de la mañana, sin ninguna idea preconcebida del itinerario a realizar y dispuesto a aprovechar la soledad para meditar sobre lo divino y lo humano, convirtiendo el camino en procesión restauradora de la maltrecha naturaleza interior.
Con mi bastón por cetro; gorro por capirote; mochila por trabajadera; cortavientos por túnica y desniveles por flagelo, me planté en menos que canta un gallo en la cuesta de la Traición, echando a suertes el camino a seguir una vez alcanzada la estación de penitencia.
Al final se impuso la ruta del arroyo del Bejarano, si bien siguiendo en todo su recorrido el GR-48, al llevar muchos meses que no pasaba por tierras de “La Alhondiguilla” y constituir dichos lares una auténtica saeta para mis sentidos.