Así empezamos y así acabamos, hasta las trancas de agua. Menudo aguacero nos calló desde que salimos, a eso de las 7:45 de la mañana, de la barriada de San Rafael de la Albaida. Estoy seguro de que se tuvo que quedar ronco el que estuvo cantando la cancioncita la noche anterior (que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva). No tengo ninguna duda de que arriba lo escucharon, accediendo a la plegaria por su mucha insistencia. Menos mal que, como no hay mal que por bien no venga, los pecados que teníamos los expiamos sobradamente, quedando en saldo acreedor por la penitencia impuesta.
Si bien todo lo anterior es cierto, no habiendo palabras para describir el quinario que pasamos en determinados momentos por el agua y el viento, digno es de reconocer lo maravillosa que estaba nuestra sierra, dotando la lluvia a los paisajes y vegetación de unas tonalidades y aromas que compensaban sobradamente los padecimientos sufridos.