Cuando todos los domingos suena el despertador a las seis de la mañana, recurrentemente siempre piensa uno lo mismo: “hay que estar loco para levantarse tan temprano”. Encima la cuestión se agrava cuando se es consciente de que no cabe hacerse el remolón, ya que el tiempo se echa encima: “Como si no hubiera día por delante para poder ir a andar por el campo”. Después de tantos kilómetros en las botas, tenemos aprendido que la hora de salida es fundamental, pues, en previsión de hacer una ruta larga, lo idóneo es llegar a casa con anterioridad al almuerzo. No hay cosa más satisfactoria que entregarse después y de lleno a la “muerte chica”.
Afortunadamente seguimos el mismo criterio en esta ocasión y quedamos a las 6:30 de la mañana. Lo que iba a ser un recorrido de unos 28 kilómetros se convirtió finalmente en una distancia más propia de una etapa del Camino de Santiago: 33,110 Kilómetros en total. Para el que no esté muy ducho en estas cuestiones e inicialmente piense que una diferencia de 5 kilómetros no es mucho, que tenga en cuenta que ello implica una hora más andando (de media), lo cual, después de cerca de 6 horas en marcha, tilda de connotaciones masoquistas la cuestión.
He aquí donde la preparación mental posee tanta importancia como la física. Si bien en determinado momento los pies parecen ir solos, otro tanto no ocurre con la mente.