Una cuestión de honor.
Lo más interesante que el mundo de la cultura puede ofrecernos es su capacidad para relacionar unos temas con otros.
Todo empezó años atrás con la edición del libro de Arturo Pérez Reverte “Cabo Trafalgar”, a finales de 2004, como conmemoración del doscientos aniversario de la batalla. Ese libro me hace interesarme por aquella batalla. Pero debido a mis reticencias con los autores noveles, decido visitar las fuentes y optar por la lectura del Episodio Nacional de Pérez Galdós “Trafalgar”, que me abrió el horizonte histórico de aquellos acontecimientos luctuosos de 1805.
Tras los primeros cuatro o cinco libros sobre aquel desastre nacional y gloria británica leería sin ilusión pero sin disgusto el libro de Pérez Reverte, que me parece una copia –más o menos encubierta- del episodio galdosiano.
Después busqué la azarosa biografía del gran Almirante Nelson, héroe y mártir de Trafalgar, pero no la encontré, al menos en castellano, y tuve que conformarme con recorrer la vida del perdedor: Napoleón Bonaparte, del que abunda documentación a mansalva, como corresponde a uno de los personajes más universales de la historia.
Recuerdo que tras leer un par de biografías del gran corso, me propuse ahondar en sus hazañas bélicas, en su carrera militar. Así, durante mi última comparecencia deportiva, leí con entusiasmo el enorme libro LAS CAMPAÑAS DE NAPOLEON: UN EMPERADOR EN EL CAMPO DE BATALLA. DE TOLON A WATERLOO (1796-1815). Un grueso tomo donde se describen exhaustivamente todas sus batallas: Tolón, Ulm, Austerlitz, Trafalgar, Jena, Eyleau, Bailén, Borodino…Waterloo.
Pues mientras disfrutaba de la estrategia militar del gran Napoleón Bonaparte, quise buscar filmografía relacionada, y entonces encontré, entre otras, una película ambientada en los tiempos de las guerras napoleónicas: LOS DUELISTAS.
Aunque no tardaría en comprender que esta no era precisamente una película de guerra.
Me atrajo de esta su ambientación decimonónica, los llamativos uniformes de la caballería ligera; los húsares. El recuerdo de aquellas cargas a caballo decisivas al mando del valiente y romántico general Murat, mano derecha y después cuñado del emperador.
También contó, y mucho, que ese film fuera obra de Ridley Scott, el director de Blade Runner, pero también de Alien, de Thelma y Louise y de Gladiator. Aunque esta era una película mucho más antigua, de 1977, una película de época, como se decía antes, una preciosa película del siglo XIX, hecha hace sólo unos pocos años, en realidad.
Pues así, casi sin pretenderlo, en la pantalla de 17 pulgadas de mi ordenador, acabé admirando, fotograma a fotograma, esta curiosa película, que me dejó un grato y melancólico regusto. Tanto, que un par de años después, me he atrevido a leer el libro del que partió, nada más y nada menos que del insigne Joseph Conrad, el autor de El Corazón de las Tinieblas, que también sirvió de guión original a Francis Ford Coppola para dirigir Apocalipse Now.
Y más tarde, como para cerrar el círculo, hace unos días, encuentro y leo, ahora sí, encantado, otro libro sobre la misma época y los mismos temas: El Húsar, de Arturo Pérez Reverte, su primera novela. Un hallazgo. Una novela redonda. Lo mejor que he leído hasta ahora del escritor del Capitán Alatriste, nuestro académico de la lengua.
No es curioso: como casi siempre, todo está relacionado.
Pero vayamos a nuestro libro: El Duelo, de Joseph Conrad.
Sinopsis:
El teniente D´Hubert, joven y apuesto húsar de la Grande Armée francesa, debe detener por orden de su general, al teniente Feraud, soldado de caballería ligera de su misma compañía, aunque de distinto regimiento, por haberse batido en duelo con un civil, al que ha herido gravemente. Las circunstancias públicas en las que se produce el apresamiento inducen al colérico Feraud a retar a su propio aprehensor, con lo que el belicoso húsar encadena dos duelos seguidos. Pero no parará ahí el asunto; retado y retador no se sentirán fácilmente satisfechos con las heridas que se producen y continuarán retándose una y otra vez en el trascurso de los años, aprovechando los paréntesis de paz entre campañas. Hasta que terminada la hegemonía napoleónica, tras quince largos años de disputas sólo interrumpidas por sus obligaciones militares, ya con el rey en el trono francés, tendrá lugar el duelo definitivo.
Comentario:
Joseph Conrad no es un escritor cualquiera. La prosa de esta pequeña obra maestra es sencilla, pero recia e inteligente. Es una lectura que se saborea línea a línea. Se trata de la redacción de un maestro de la palabra, pero además, de un maestro apasionado. Una redacción en la que sólo tiene sentido el trasfondo de lo que se cuenta porque se está escribiendo con la misma pasión y el mismo esmero con la que viven sus vidas los dos oficiales franceses. Fondo y forma son un todo inseparable.
El trasfondo de esta novela corta es el tema del honor, un tema recurrente del siglo de Oro, no de principios del siglo XX, cuando se escribió. Pero sí lo es de Conrad, que trata los grandes temas universales como el valor, el miedo, la muerte, el sentido del deber o el destino del hombre, en otras obras antes y después de esta de 1907.
De hecho, como el título “El Duelo” no responde precisamente a la verdad del libro, este se ha traducido también por “Los Duelistas” y por “Una cuestión de honor”, tal vez demasiado libremente, pero aludiendo a su asunto principal, aunque no el único.
No es el único porque conociendo la extensa creación literaria de Conrad me parece fundamentalmente que esta obra, como El Corazón de las Tinieblas, como Lord Jim o Nostromo o como El Agente Secreto, sus obras maestras, tratan del destino inexorable del ser humano. Como en todas ellas, el protagonista del Duelo, el teniente, el capitán, el coronel o el general D´Hubert, según va ascendiendo de graduación nuestro duelista, se ve impelido a batirse por cualquier nimia circunstancia. Su propia existencia está inevitablemente ligada a lo que le viene ya dado por fuera, a sus circunstancias, como decía Ortega por esos mismos años.
Y al destino se enfrenta el hombre fundamentalmente con dos tipos de armas: su voluntad de poder –percibimos la deuda del autor con la filosofía de Frederich Nietzsche- y con su sentido moral del deber. Más allá incluso de la ley. A pesar de estar prohibidos, los duelos se rigen por unas férreas reglas no escritas, pero que todos conocen y saben juzgar.
El superhombre del universo de Conrad es un individuo narcisista que se enfrenta a su terrible destino con valentía. El miedo no debe contar. Está ahí sólo para aumentar el valor de su cruzada, para añadir una pizca más de emoción a su vida. Como tampoco cuentan para él las diferencias sociales o económicas, y mucho menos el interés o beneficio material de cualquier especie.
Para Conrad el hombre se desenvuelve rodeado de circunstancias adversas que no puede eludir –como decía Kant- y a las que debe enfrentarse sin dudarlo oponiendo su capacidad de decisión, ajustándose a esas reglas no escritas que marcan el sentido del deber de cada individuo. Si no, como nuestros dos eternos enemigos, nunca encontraremos la paz, porque estaremos en deuda con nosotros mismos.
En realidad, bajo una capa superficial de hombres duros, tanto los personajes principales de sus libros, como el propio Joseph Conrad, más que enfrentarlos, todos nos recuerdan a aquellos atormentados y melancólicos personajes del Romanticismo.
Después de leer esta pequeña gran obra, volví a ver el film de Ridley Scott de nuevo en una pantalla de ordenador, y de nuevo caí seducido por las mágicas imágenes de esa curiosa película que yo recomiendo ver, aunque sea de esa inadecuada manera.
Y por supuesto el librito de Joseph Conrad, una pequeña obra maestra en sí misma, y una buena forma de introducirnos, si aún no lo hemos hecho, en su apasionante creación literaria.