Debo a Jack Kerouac la lectura de las Verdes Colinas de África. En su novela On the Road (En el Camino) se dice que es el mejor libro de Hemingway. Las dos novelas son intencionadamente autobiográficas y en ambas subyace el mismo espíritu aventurero, rebelde y apasionado. La primera, de 1935, la que nos ocupa hoy, es la historia de un safari en África durante un mes en plena naturaleza salvaje. La segunda, de 1957, el descontrolado periplo de su autor por las carreteras y ciudades de Norteamérica haciendo auto-stop. Pero si la de Kerouac es sin duda su mejor obra, la de Hemingway no; El Viejo y el Mar, esa pequeña obra maestra, lo evita, eso sin contar con Fiesta, Adiós a las Armas o Por quién doblan las campanas, sus tres creaciones más celebradas. Aún así, puedo entender que Jack la pueda preferir y, de paso, esgrimirla como bandera. Y en todo caso, entre esa fértil producción literaria, Verdes Colinas de África, por ser una obra de aventuras en la naturaleza, a semejanza de las nuestras por las mágicas veredas cordobesas, merece la pena leerse antes que la mayoría de best-sellers, dando por exacta la sentencia que decía eso de “lo mejor es enemigo de lo bueno”. Mi labor será tratar de mostrar alguna de esas bondades.