Atraído por la conjunción de diversas circunstancias favorables he leído, contra mi norma, El Maestro del Prado de Javier Sierra. Y he de decir que no me arrepiento. Uno se arrepiente de perder el tiempo, que es la sensación que me queda después de leer un mal libro, pero con este creo que no lo he perdido, pues me ha enseñado algunas cosas interesantes, de esas que difícilmente salgan a colación en una taberna. Me parece un relato dignamente escrito, bastante entretenido, bien documentado y hasta enriquecedor. ¿Se puede pedir más?
Comienza la narración con el protagonista, un joven estudiante de periodismo y aprendiz de escritor, contemplando un cuadro del museo del Prado durante largos minutos. Mientras está frente a él se le acerca un hombre de edad avanzada que se ofrece a ayudarle a interpretar ese cuadro. En días posteriores se vuelven a encontrar y poco a poco le va enseñando distintas perspectivas desde las que mirar ciertos cuadros muy concretos, que parecen tener un nexo de unión; un componente místico o sobrenatural al margen de su interpretación ortodoxa.