El anual soplo de velas, a medida que éstas incrementan su cantidad, parece ir borrando sensaciones y sentimientos que nos acompañan con intensidad en determinados momentos de nuestras vidas, condenando al olvido gran parte de lo que fuimos, al generarse la convicción, tras echar la vista atrás, de que nunca formaron parte de nosotros mismos. El miedo a la oscuridad y a lo esotérico; los terrores de nuestra infancia; la atracción por los misterios; la amistad verdadera; el primer amor. Emociones estranguladas por la encorbatada madurez, de doble nudo en algunos casos.
Afortunadamente en puntuales ocasiones los recuerdos florecen, trayéndonos a la mente sentimientos harto olvidados, evocadores de aquellos años en los que imperaban los principios de la cándida adolescencia, generándose en nosotros unos instantes de felicidad de un valor incalculable, al poder sentir que no hace tanto tiempo que fuimos jóvenes. Unos más que otros.
Con “Marina” dichas emociones vuelven a nosotros, brotando espontáneamente a medida que nos vamos adentrando en la historia, la cual, por momentos, hacemos nuestra.