El término best seller viene siendo utilizado por las editoriales, con carácter general, como mero dispositivo comercial, imprimiéndose el correspondiente sello en la portada con el único interés de captar la atención del consumidor, sin concurrencia de previa existencia de grandes ventas ni notoriedad que justifique la mención, no siendo excepcional que figure desde la primera publicación. Pura técnica de mercado, justificativa de la animadversión de muchos a este tipo de libros, al identificar el malhadado sello con un nulo valor literario y artístico de la obra que lo incorpora.
Desdeñando la acepción puramente comercial, y partiendo de la base de que el libro que nos ocupa ha sido traducido a más de cuarenta idiomas; llevado a la gran pantalla; y goza de éxito internacional, ha de admitirse que encaja perfectamente en la definición que de aquél término se establece en el diccionario de la real academia de la lengua española (“libro…de gran éxito y mucha venta”). No obstante, yendo más allá, pues soy plenamente consciente que la mera estampación de la marca conlleva para algunos puesta en cuarentena, he de indicar que en el presente caso la fama y reconocimiento mundial no es sino consecuencia de su gran calidad, siendo de tal entidad su sutileza que incluso su extensión parece concebida para avalar el refranero, al presentarse la obra “en frasco pequeño”, poco más de doscientas prolijas páginas.